Por: P. Felipe Preciado, IVE

 

Dios se preparó un nuevo templo, un lugar sin mancha ni pecado: es el cuerpo inmaculado de María, donde el Verbo se encarnó. El día que la Iglesia Universal celebra esta fiesta, en Papúa Nueva Guinea tuvimos la enorme gracia de inaugurar una nueva capilla, en la que se adorará perpetuamente al Verbo de Dios hecho carne.

La fecha no podía haber sido mejor: se consagra un nuevo templo el día en que Dios se consagró un templo para sí: el día de la Inmaculada Concepción. La ceremonia de dedicación de un templo, cargada de símbolos nos lleva de la mano y nos va uniendo poco a poco con el misterio de María en la salvación.

Cuando están todos reunidos el tiemplo permanece completamente cerrado, nadie puede ingresar. Sólo el Obispo, en calidad de supremo sacerdote, puede abrir. Es un símbolo poderoso de la Virginidad Perpetua de María, pues en ese huerto cerrado sólo Dios ha ingresado.

Ahí, dentro de esa Iglesia nueva, al centro luce solamente el altar, sobrio, sin ningún adorno. Ese altar representa a Cristo, pero para que pueda ser utilizado debe ser consagrado, el obispo derrama óleo sobre él y nos recuerda que en el seno de María el Verbo se encarnó, tomo carne del vientre de María y se unió para siempre con la humanidad. Es en ese vientre bendito, el que se Jesucristo fue ungido como Sumo y Eterno Sacerdote, y por eso puede ahora ofrecer sacrificios, por y a favor de los hombres.

A este mismo altar se le colocan reliquias de aquellos hombres santos que dieron su vida por Cristo, recordándonos aquella gran verdad que claman debajo del altar de Dios porque se han unido a su pasión, que su palabra resuena al cielo, porque no se apagó en sus corazones. Son sagradas porque en ellas habitó el Espíritu Santo que los vivificó y santificó[1]. Lo que nos recuerda la superioridad de la Santidad de María, pues no sólo en ella habitó el Espíritu Santo por medio de la gracia, sino que en su seno llevo en su seno al autor de la gracia, al Dios vivo.

El Obispo derrama este sagrado aceite cinco veces, evocando las cinco llagas de Cristo. Son cinco heridas hecha sobre el cuerpo de Jesús, pero formado del cuerpo de María, por eso aunque son heridas del Hijo son también heridas hechas a la Madre, por el sufrimiento de éstas Cristo nos redime, por este dolor María participa y coopera como ninguna otra persona en nuestra redención.

En este nuevo templo ahora se pude proclamar la Palabra de Dios, lo que nos hace recordar que para que la Palabra pudiera hablar primero se tenía que encarnar. Es este templo que escucha la Palabra Divina y la hace fecunda en su vientre en el que ahora resonará y nos llevará a escuchar sólo al Verbo de Dios: “Hagan todo lo que Él les Diga” (Jn 2,5 )

Ahora en este templo la gracia se comunicará a través de los sacramentos, se harán nuevos miembros por el bautizo, se robustecerán por medio la confirmación, se alimentarán por medio de la comunión, se santificarán familias, se derramará la misericordia por la confesión… Todos estas gracias se pueden derramar porque han brotado del costado traspasado, de ese cuerpo que se ha formado en el seno inmaculado.

Luego de la unción la desnudez del altar queda cubierta con lino blanco. Cristo, al encarnarse, no pierde su dignidad, por el contrario, la humanidad desnuda es exaltada y embellecida pues Dios se ha unido a ella para siempre. Es por esta humanidad que ahora puede padecer, sobre esta humanidad, como sobre este altar cubierto, ahora se puede ofrecer el sacrifico al Dios vivo.

Con el altar cubierto se ponen los cirios, la luz es Cristo, que primero ha brillado en la oscuridad del seno de la Madre de Dios. Antes de iluminar a los hombres Dios ha iluminado primero a María. Las tinieblas le han rechazado, pero María con su “Fiat” en nombre de la humanidad ha aceptado[2]. Ella es la Virgen más prudente pues en su lampara nunca dejó de arder la luz de la fe.

Esta nueva dedicación ha llenado a toda esta comunidad de alegría, un eco de aquella alegría que María trajo a San Juan con su visitación.

Damos gracias a Dios por este enorme don, agradecemos a María por habernos permitido que fuera en su día, agrademos a todos aquellos que nos ayudaron y pedimos sus oraciones para que esta se convierta en la primera capilla de adoración perpetua en nuestra diócesis.

 

En Cristo y María.

 

P. Felipe Preciado, IVE

 

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[1] Audiencia general del 6 de mayo de 2009: San Juan Damasceno | Benedicto XVI. (2009, 6 mayo).

[2] cfr.  Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, 30, 4.