Por: P. Diego Cano, IVE

Kangeme, Kahama, Tanzania, 26 de febrero de 2020

Hemos tenido por un mes el grupo de voluntarios más grande que hemos recibido hasta ahora. Fueron seis jóvenes de Chile y una chica de Argentina. Pero no es mi intención escribir sobre el voluntariado de ellos en particular, porque quedamos de acuerdo que ellos escribirían sus testimonios personales, que a medida que me lleguen, los iremos publicando, junto con las fotos que ellos mismos hayan elegido. Mi propósito ahora es ir contando de algunas actividades que pudimos hacer con ellos, sobre todo la visita a algunas aldeas. Fue nuestra intención poder llevarlos a ver diversos lugares de nuestras parroquias, especialmente los poblados más alejados y de más difícil acceso, como para que también puedan tener una idea del trabajo de evangelización de los misioneros.

La primer salida que hicimos con ellos fue a la aldea de Lughela, que tiene por patrono a San Felipe Neri. Es la aldea que está a cargo del ya muy conocido para ustedes, catequista Filipo. Esta aldea no está lejos de nuestro centro misionero de Ushetu, tal vez a sólo cinco kilómetros. No hay buen camino para ir en vehículo de cuatro ruedas. Pensamos que sería una buena oportunidad para «estirar las piernas», y hacer un poco de ejercicio.

Retrocediendo un poco en el tiempo, les cuento que en Lughela sólo había un poblado de puros paganos, salvo algunas pocas familias católicas, muy pocas. Siempre que pasábamos por allí, los niños al ver un blanco salían corriendo espantados, y los más valientes atinaban a quedarse en su lugar, pero no respondían ningún saludo. Algunos grandes decían «mzungu» (blanco), y muy pero muy pocos podían saber que se trataba de un «Padre», o misionero.

Con Filipo, con quien pasábamos tantas veces por allí camino a Kanyenye, siempre decíamos que había que comenzar una capilla en ése lugar. Y se comenzó. Filipo comenzó a ir los domingos y rezaban debajo de un árbol de mangos, cerca de la casa de una familia católica. Luego las hermanas comenzaron a ir todos los miércoles para rezar en las casas de la gente, y dar catecismo. Al poco tiempo, buscamos un terreno y lo compramos, lindo
terreno, en un lugar elevado que otorga una hermosa vista, y no muy lejos del pueblo… con la vista de las casas muy cerca. El cambio desde que comenzaron a ir las hermanas cada semana, fue impresionante. Ahora los chicos corren al vernos, pero corren a saludarnos… ¡ya no huyen de nosotros! Y vienen a saludar con una gran sonrisa, y te despiden con un «¡¡Padriiii!!», que te ensancha el corazón. Filipo sigue yendo los domingos a dirigir la liturgia de la Palabra, y a dar catecismo. Actualmente se junta aproximadamente un grupo de 80 personas en cada domingo.

Recuerdo cuando hicimos la bendición del terreno, era el día de San Felipe Neri, y por ese motivo elegimos el patrono. Además de que nuestro catequista también se sentía honrado por «San Felipe (Filipo)». Celebramos ése día debajo de unos toldos. Caminamos por el polvoriento terreno en tiempo de sequía, y le pedimos a Dios que nos ayude a construir. La ayuda fue llegando, de a poco… ayuda económica, y ayuda de voluntarios. Recuerdo que allí trabajaron dos voluntarios chinos, de nuestra misión en Hong Kong: Mathew y Keneth. Hicieron todos los bloques de cemento para construcción. También recibimos la ayuda económica de Pablo, que nos ayudó a edificar, techar, poner rejas en las ventanas y puertas, enlucir las paredes, y poner piso de cemento. Increíble que en tan poco tiempo, ya tengan una iglesia, pero sobre todo es increíble que en dos años, ya tengamos allí una comunidad con tanta vida.

Bueno, la historia de esta aldea llega hasta el día en que llegamos allí con los voluntarios de Chile y Argentina, luego de caminar cerca de una hora. Los niños nos salían al encuentro, y antes de llegar al centro del pequeño caserío, también salieron al encuentro los adultos. Con gran alegría y bullicio, fuimos cantando hasta la capilla. Tal vez lo que no han visto todo el proceso de esta capilla, no puedan tener una idea de lo que significa para mí ver esa construcción, y esa gente. Creo que los voluntarios no llegaban a comprender mi emoción… parece una capilla tan «normal», y sobre todo sencilla, como todas las capillas de nuestra misión.

Allí rezamos el rosario mientras yo confesaba. Luego celebramos la misa, donde tuvo lugar un bautismo. Al terminar la misa la comunidad entera se quedó para ofrecernos cantos y bailes. Finalmente habían preparado comida para las visitas, así que se despidieron para dejarnos comer. De todas formas, cuando comenzamos el camino de regreso, volvieron a aparecer todos los niños. En el camino nos detuvimos en la casa de una abuela, para darle la comunión.

Desde allí apuramos el paso, porque unas nubes amenazaban a que nos empaparían en el camino de regreso. Teníamos la intención de subir a una montaña que es una gran roca, y al pie de la misma deliberamos si subíamos o no, de acuerdo a la tormenta. Ganó el entusiasmo, y decidimos subir. Gracias a Dios la tormenta se dirigió hacia el oeste, y no tuvimos ningún problema. Nos hemos divertido mucho entre los cantos y comunicación con pocas palabras y señas con los niños. Ellos estaban felices de ver a los voluntarios, y eso hacía que la comunicación, a pesar del idioma, era muy buena. Finalmente bajamos y nos despedimos de ellos para regresar a la misión.

Yo diría que una visita como tantas otras, y sin embargo, siempre hay tantos frutos de estas rondas misioneras… la alegría de encontrarse allí. Ver la simpleza con la que viven y con la que reciben la fe. Palpar la alegría que brota de eso… de la fe. Gozar de los hermosos paisajes y la creación de Dios… y en mi caso, disfrutar de ver que en ese lugar hay una iglesia, hay una cruz, hay una imagen de la Virgen, hay cristianos, y ése día, Cristo se hizo presente en la Eucaristía. ¡Bendito sea Dios! Hay que seguir trabajando para que esa fe crezca, madure y se robustezca.

¡Firmes en la brecha!

P. Diego Cano, IVE.