Como sucede en la gran mayoría de nuestras parroquias y santuarios, el tiempo de Navidad es un tiempo intenso y de particular actividad. A esto se suma que este año, las “fiestas” cayeron a mitad de semana, por lo que la actividad no se detuvo nunca. Cuando lográbamos acomodar todo después de una ceremonia ya había que comenzar a preparar todo de nuevo para las celebraciones del fin de semana y saliendo del fin de semana, ya había que comenzar a preparar la próxima celebración intra semana… Sumémosle ahora, la presencia activa y frecuentísima, aún en los días feriales, de nuestro obispo diocesano presidiendo todas las ceremonias junto al clero local.

Decía, así trascurrieron nuestros últimos y primeros días del año. Saliendo de una ceremonia y entrando en otra … Una de las mujeres del coro, entró una mañana a buscar los micrófonos a la sacristía, y comentó en broma: “otra vez ustedes acá! ¿Acaso duermen aquí? ¿No se fueron al convento anoche?” refiriéndose justamente al hecho de que sea la hora que sea, nos encontraban siempre allí … dentro del Duomo, haciendo siempre lo mismo …

Dumo de Orvieto SSVMY todos esos días fueron así (como por lo general son todos nuestros días… sin distinción de sábados o domingos …): levantarnos a la hora de siempre y hacer la Adoración con Laudes, desayunar rapidito y cruzar al Duomo… Preparar las misas, los ornamentos del Obispo, y de los concelebrantes, los libros litúrgicos, las intercesiones, encender los micrófonos, controlar cálices y hostias, micrófonos, luces, buscar lectores, distribuir oficios, controlar a los monaguillos, las partituras, el órgano… todos los días lo mismo. Y terminada la celebración volver a guardar todo lo que sacamos, acomodar y ordenar todo … y al otro día… lo mismo.

Y el comentario de aquella mujer, trajo a mi mente una plática hecha por unos de nuestros sacerdotes, en unos Ejercicios Espirituales, hace más de 15 años …

El padre predicaba sobre las Reglas para sentir con la Iglesia … Recuerdo siempre esa plática porque me cayó como anillo al dedo, o sea, me sirvió mucho. Por entonces aquel padre estaba dedicado al trabajo de secretaría, todo el día en medio de papeles, trabajo de archivos, citaciones, cartas, computadoras … y decía que quizás algunas veces uno sin querer, llega a idealizar un apostolado o desea cambiarlo y sin embargo Dios hace ver con claridad otra cosa …. El padre repitió “Dios lo quiere, y la Iglesia lo necesita y ya eso me debería bastar. Es estar dispuestos a seguir todo el día negro sobre blanco[1], si Dios así lo hace ver”.

Esas palabras se me quedaron profundamente grabadas, y me han sido de gran sostén en todos mis años de vida consagrada … Por entonces, al tiempo de aquellos ejercicios, yo también me encontraba en un apostolado bastante administrativo y “ascético”, estaba en la Casa Generalicia con el trabajo de Comunicaciones y además, como eran los inicios del Proyecto Fabro, tenía como apostolado hacer la corrección de los textos escaneados … y recuerdo que pasaba horas al día sentada delante de una computadora, sin ver un solo fruto, sin entrar en contacto con ninguna alma, sentada en una habitación totalmente silenciosa, donde el único sonido que osaba romper aquel sacro silencio era el ruido de los ventiladores de las computadoras … y el click del mouse … negro sobre blanco … así transcurrían las horas del día, así trascurrían las semanas, los meses y los años. … hojas blancas, escritas con letras negras … negro sobre blanco … Dios lo quiere y la Iglesia lo necesita … y esas palabras no solo sostenían los momentos de desolación que tantas veces sobrevenían …sino que, además, me daban consuelo.

Pasaron los años, los apostolados cambiaron, pero esa idea quedó.

¿A dónde quiero llegar? Estas dos narraciones tienen un hilo conductor … el negro sobre el blanco … lo que puede implicar la monotonía de nuestra vida consagrada … todos los días haciendo lo mismo … levantarnos a la misma hora cada día, hacer la Adoración, rezar laudes, desayunar rapidito y cruzar al Duomo… un Duomo que cada vez que abro la puerta de nuestra casa para salir a trabajar, se me presenta delante de mis ojos literalmente “negro sobre blanco[2]… y entonces cruzo la plaza y se comienza otra vez: preparar las misas, los ornamentos del obispo, y de los concelebrantes, los libros litúrgicos, las intercesiones, encender los micrófonos, controlar cálices y hostias, micrófonos, luces, buscar lectores, distribuir oficios, controlar a los monaguillos, las partituras, el órgano… todos los días lo mismo … negro sobre blanco … y es perfecto! Porque no importa lo que estemos haciendo, o el apostolado o la misión que nos toca, siempre tiene que ser negro sobre blanco …las contemplativas también tendrán sus monotonías: cantar todos los días las horas, con las mismas ocho melodías … es negro sobre blanco …las que trabajan en obras de misericordia, levantar nuestros angelitos y cambiarles los pañales cada día … es negro sobre blanco … las que dan clases: ¿Qué harás mañana? Me levantaré temprano a preparar clases. ¿Y pasado mañana qué harás? Me levantaré temprano a preparar clases. ¿Y la semana próxima? Me levantaré a preparar clases … será siempre negro sobre blanco … las que trabajan en parroquias, o en escuelas, o en secretarías, o en asilos de ancianos, siempre lo mismo … negro sobre blanco …. y así, podríamos seguir recorriendo todos nuestros apostolados y misiones …

Y entonces no importa lo que hagamos, no importa si al cruzar la plaza del Duomo me esperan 2500 turistas cada día o si me encontraré con un Duomo desolado y vacío a causa del COVID … las paredes del Duomo me recuerdan y hacen actual la oferta … quiero y elijo, que sea siempre y en todo momento negro sobre blanco … porque eso me da gran paz, ¡saber que Dios lo quiere y esa es su voluntad explícita en este momento… porque solo encuentra paz quien se alegra de vivir cada día, el mismo día!

¡Felices aquéllos cuyos días son todos iguales! Lo mismo les es un día que otro, lo mismo un mes que un día y un año lo mismo que un mes. Han vencido al tiempo; viven sobre él y no sujetos a él. No hay para ellos más que las diferencias del alba, la mañana, el mediodía, la tarde y la noche; la primavera, el estío, el otoño y el invierno. Se acuestan tranquilos esperando al nuevo día y se levantan alegres a vivirlo. Vuelven todos los días a vivir el mismo día. Rara vez se forman idea de su Señor porque viven en él, y no lo piensan, sino que lo viven. Viven a Dios, que es más que pensarlo, sentirlo o quererlo. Su oración no es algo que se destaca y separa de sus demás actos, ni necesitan recogerse para hacerla, porque su vida toda es oración. Oran viviendo. Y por fin mueren como muere la claridad del día al venir la noche, yendo a brillar en otra región.

¡Santa sencillez! Una vez perdida no se recobra.[3]

Dumo de Orvieto SSVM


[1] Refiriéndose al trabajo de secretaría y computadoras, las hojas blancas y la tinta negra del texto.

[2] Las paredes del Duomo de Orvieto, están hechas de rayas horizontales intercaladas, de mármol negro (basalto) y mármol blanco (travertino)

[3] “Santa Sencillez”, Miguel de Unamuno