Esta frase, con la que Santa Teresita expresaba su tierna admiración por la maternidad tan solícita de la Virgen, la hacemos nuestra hoy al intentar recoger en este relato algunos recuerdos de la hermosa experiencia de una peregrinación.

Nuestro viaje comenzó y terminó en torno a la bella imagen de la Pura y Limpia Concepción de Luján. Ella es nuestra Madre, Madre de la tierra argentina que ha acogido a nuestra pequeña y querida Congregación, Madre de todas nuestras vocaciones, Madre de nuestro Instituto y Madre y Reina por elección personal y amorosa de quince nuevas esclavas.

madre

El domingo 7 de septiembre, durante unas diez horas, nos dirigimos por las rutas que atraviesan todo lo ancho de nuestro territorio nacional, pasando por distintos y magníficos paisajes iluminados por el sol en sus distintas posiciones, hacia la Provincia de Buenos Aires. Tuvimos que desafiar la violencia del viento que le dio a nuestro viaje un color especial. Pero encomendadas a nuestra Madre, que sabía en su corazón que quince jóvenes prometidas de su Hijo ansiaban consagrarse a Ella en materna esclavitud de amor, llegamos por la noche a Buenos Aires y pudimos contemplar con gran emoción la belleza majestuosa con que se alza, a orillas del río Luján, la que es tal vez la Iglesia más hermosa de nuestro territorio. Porque si alguna la aventaja arquitectónicamente – cosa difícil – ninguna la aventaja en el tesoro hermoso que contiene, porque allí vive una Señora muy hermosa y muy buena y muy rica, tan generosa que suscita en torno suyo la ininterrumpida afluencia de hijos de todas clases y condición, de todos los puntos de la Patria: allí vive el Fondo del alma argentina.

Esa noche sólo la vimos de lejos; mientras tanto nuestro corazón se preparaba para el acto de entrega total a María.

Al llegar a la casa donde nos alojamos en Bella Vista y que tan generosamente nos prestó la familia de una de nuestras hermanas, comenzaron los últimos preparativos que consistieron en terminar un ajuar litúrgico para la Santa Misa de la consagración y las últimas puntadas a los nuevos velos blancos de las prometidas de Jesucristo.

El 8 de septiembre, día de la Natividad de Nuestra Madre, después de una noche de descanso partió la comitiva rumbo a Mercedes, donde el Padre Fausto Simón nos esperaba para pasar el día en el Campo que administra, junto a la familia que lo ayuda. Allí comenzó nuestro día con la adoración en la Capilla dedicada a María Auxiliadora y con las confesiones. Después de un hermoso día soleado en el que no faltó la cabalgata, las expediciones en busca de corderitos en medio de la majada inquieta que se escapaba y el asado tan típico argentino, nos dirigimos a la Ciudad de Luján y al fin llegó el tan esperado momento de visitar a la Virgen que hace tantos años se quedó allí por nosotras.

Llegamos un par de horas antes de la Santa Misa – nos habían dado el horario de las 19:00 hs., última Misa de la tarde. Por intercesión del Padre Fausto, el Rector de la Basílica había dispuesto que nos abrieran el Tesoro de la Virgen que se encuentra en la Cripta. Allí pudimos apreciar varios objetos que, en distintos momentos y para diversas circunstancias, sirvieron ya de adorno a la Reina de los cielos, ya de dignos instrumentos para la celebración litúrgica. Luego rezamos el rosario recorriendo los pasillos de la cripta en la que se encuentran Imágenes de advocaciones marianas de todo el mundo y después subimos a la planta principal donde, recogidas en el presbiterio, pudimos tener la Santa Misa muy cerquita de la Imagen de la Virgen y en el silencio tan majestuoso que a esa hora de la tarde invadía el templo.

En la ceremonia nos acompañaron nuestras hermanas de las Comunidades de La Plata y Campo de Mayo que ayudaron a solemnizar la Liturgia. El Padre Fausto Simón, IVE, presidió la Santa Misa y nos predicó acerca de esta nueva realidad que asumimos, la de ser esclavas de María, pero al mismo tiempo esposas de Jesucristo en esta familia religiosa.

Así comenzó nuestra peregrinación de cuatro días por algunos lugares significativos de nuestra cultura y religión católica en la que nació Argentina. No es el fin de esta crónica el relato detallado de los lugares que visitamos, que en otra crónica se expondrán mejor. Baste con decir que durante esta peregrinación tuvimos la oportunidad de asombrarnos a cada instante de los frutos que el amor a Dios y el gusto bien educado en la belleza, de grandes hombres y mujeres de nuestra Patria hicieron brotar para grandeza de un pueblo que lamentablemente hoy desconoce, en la mayoría de sus integrantes, sus raíces.

No faltan en nuestra nación ejemplos de grandeza. Hombres y mujeres que como nosotras hoy, estuvieron en su tiempo en contacto con la belleza natural con que Dios dotó a nuestra tierra; que como nosotras, se encontraron con la verdad tanto en el estudio y conocimiento profundo de la doctrina y de las ciencias como en el contacto con Aquel que es la Verdad; que igual que nosotras se vieron favorecidos por la tiernas caricias que son las bendiciones que Nuestra Madre quiso derramar sobre los corazones argentinos con su presencia y su ayuda constante; que como nosotras entregaron completamente su vida a Dios y dejando patria y familia llegaron a nuestra tierra – del mismo modo en que esperamos hacerlo algún día al partir a otros puntos del globo – y sin ser argentinos nos dieron lo mejor de la cultura cristiana.

Si hoy podemos admirarnos ante la magnífica obra de Don Orione en Claypole que insatisfecho con la obra de sus manos quiso dejar también su corazón[i]; o ante la belleza de las construcciones y retablos de las Iglesias de los conventos Dominico, Jesuita, Franciscano, Recoleto y de los Padres Sacramentinos. Si podemos sorprendernos del ingenio femenino que dio como resultado una enorme casa capaz de albergar al mismo tiempo a cientos de ejercitantes de toda clase y cultura y el amor a Jesucristo que la hizo madre fecunda de tantas almas y que le valió el apodo de Mamá Antula[ii]; entonces tenemos la prueba de que el hombre, fiel a Dios, encuentra la fuerza necesaria para hacer obras que por sí solo no podría.

La consagración a María como esclavas de amor es una obra grande. Grande es el compromiso pues se renuncia por este acto a la posesión de toda clase de bienes, tanto materiales como espirituales. Es el acto de abandono más radical que pudiera hacer una persona. Es grande por lo que se deja ya que, más allá de lo que en concreto esta renuncia signifique para cada una de nosotras, lo que se renuncia es “todo”. Es grande porque es grande la causa porque se lo hace: ser más de María para ser más de Jesús. Es grande porque es muy grande Aquella que desde ahora será la única administradora de nuestros bienes. Y si el niño que tenía una libreta de ahorro postal se sentía grande aunque su ahorro no fuera más que de unos centavos, por el sólo hecho de ser miembro de un banco importante, ¡cuán grande no será el pequeño propietario de unos pocos talentos que los pone a fructificar en el banco más importante, lujoso y rico que haya existido, en el que no existe riesgo alguno de pérdida!

Y es una obra grande porque se requiere grandeza para practicarla. ¿Grandeza? ¿Y dónde está nuestra grandeza? ¡Si no somos más que un puñado de pequeñas criaturas muy imperfectas, incapaces todavía de renunciar completamente a nuestros gustos y caprichos! No somos grandes a la altura de la obra que hemos realizado; pero nuestra Reina, que es grandiosa y que con ser gran Reina “es más Madre que Reina”, no necesita que seamos grandes para darnos a ella por completo. Ella, como buena madre, acepta los regalitos defectuosos de sus hijos que la aman y eso nos hace grandes: grandes son los hombres que hacen cosas grandes, y nuestras obras son grandes porque a partir de ahora son todas de María. Ella les confiere la grandeza al aceptar ser la dueña de nuestras obras y de nuestra vida entera. No se fija en la riqueza material o tangible de nuestras obras sino en la totalidad de la entrega y a cambio de nuestra pobreza nos prodiga su riqueza.

Por eso hacemos gala de nuestra condición de esclavas. Jamás seremos más ricas de lo que somos ahora como esclavas, jamás seremos más libres. Muy hermosamente lo expresa nuestro Padre, San Juan Pablo Magno: “la entrega a María tal como la presenta San Luis María Grignion de Montfort es el mejor medio de participar con provecho y eficacia de esta realidad para extraer de ella y compartir con los demás unas riquezas inefables… Veo en ello (la esclavitud de amor) una especie de paradoja de las que tanto abundan en los evangelios, en las que las palabras ‘santa esclavitud’ pueden significar que nosotros no sabríamos explotar más a fondo nuestra libertad… Porque la libertad se mide con la medida del amor de que somos capaces” (Constituciones. Directorio de Espiritualidad, nº 83)

Que María Santísima, la que es más Madre que Reina, nos alcance de su Hijo la gracia de una vida completamente entregada y transformada por la gracia y la pertenencia a Ella, para que totalmente vacías y desapegadas de las criaturas nos hagamos capaces de Dios.

Comunidad del Noviciado San José

8 de Septiembre de 2014

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[i][i] El corazón incorrupto de San Luis Orione se venera en el Santuario situado dentro del Cottolengo que lleva su nombre en la Localidad de Claypole, Provincia de Buenos Aires.

[ii] Uno de los nombres con que se conoce a María Antonia de la Paz y Figueroa, o María Antonia de San José como se hacía llamar la Santiagueña de clase alta que dejando a sus padres y su casa se consagró a al servicio de Dios en la familia Ignaciana y recorrida a pie la larga distancia que media entre Santiago del Estero y Buenos Aires, consiguió construir una casa para ejercicios espirituales que aún se conserva tal como ella la ideara.