“Mirad que soy Yo”. Esta frase que se encuentra al ingreso de nuestros hogares y casas de caridad, encierra el espíritu y el motivo de todas nuestras obras de Misericordia.
¡Cuántas casas han nacido en nuestra Congregación, se han multiplicando y nutrido de la fuerza que guarda la mística identificación de Cristo con cada prójimo necesitado!
La Providencia divina ha querido que cumplamos el mandato de la caridad de Cristo también con nuestros propios padres a quienes nos liga una deuda de gratitud después de Dios. Por esta razón, hace pocos meses comenzamos en Argentina con una obra de misericordia dedicada a la atención y cuidado de los padres de nuestros religiosos.
Después de varios meses de trabajo, el 2 de mayo pasado se comenzó oficialmente con la Casa “Karol y Emilia Wojtyla” para cumplir con este fin. La obra está bajo el patrocinio de los siervos de Dios Karol y Emilia, padres de San Juan Pablo II, cuya su causa de beatificación ha sido recientemente introducida. Hacía mucho tiempo que se acariciaba la idea de contar con una casa, dentro de la Ciudad de la Caridad, para asistir a nuestros papás cuando, por causa de la vejez, la enfermedad o la soledad, éstos requieran la ayuda permanente de sus hijos.
Se trata de brindarles un lugar donde puedan gozar de independencia de horarios, costumbres y, a la vez, tengan la ocasión de compartir actividades en común como la oración, comidas, salidas, etc. Y según las distintas circunstancias, algunos de ellos sean asistidos por sus propias hijas religiosas, quienes pueden ayudarlos y también llevar adelante los deberes propios de la vida consagrada.
En los pocos meses que llevamos, hemos recibido a 8 personas, siete mamás y un papá de nuestras hermanas. Y si bien la concreción del proyecto se hizo esperar, sin embargo, Dios dispuso que la obra alcanzara pronto su fruto acabado haciendo que tres de las mamás de nuestras religiosas partieran al Cielo.
Ciertamente Dios sabe cómo ha dispuesto los últimos años de nuestros padres, el modo y el tiempo de su partida, lo cual, forma parte de la ofrenda que hicimos el día de nuestra profesión religiosa. Por esta razón, el contar con esta obra quiere ser signo de la gratitud que debemos a nuestros padres por el don de la vida, siendo instrumentos de Dios en nuestra propia vocación. Todo esto confiados con fe y esperanza cierta en la promesa de Cristo que nos dijo: “Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por el Reino de Dios, quedará sin recibir mucho más al presente y, en el mundo venidero, Vida eterna” (Lc.18,28-30)
Encomendamos a sus oraciones los frutos de esta Casa y a cada una de las almas que la Divina Providencia nos quiera dar.
M. María de la Anunciación










