A.M.D.G.
Tengo un santo en el cielo…. ¡¡y es mi papá!!
Mi muy querida Familia Religiosa:
¡Antes que nada, de parte de toda mi familia, quiero agradecerles a todos los que rezaron y siguen rezando por el alma de mi papá Serguei!
Les agradecemos por las oraciones que hacen por nosotros; sin ellas no creo que hubiéramos podido sobrellevar todo lo que hemos vivido y vivimos. ¡Que Dios les bendiga a todos ustedes abundantemente por esta obra de misericordia espiritual que nos hacen!
Dios llamó a mi padre Serguei a estar para siempre en la casa del Padre a las 14:30 del 28 de noviembre de 2021. Fue un día hermoso: domingo, con el sol brillante, la nieve limpia y el aire tranquilo y fresco.
Quisiera compartir con todos ustedes algunos momentos muy particulares y algunas anécdotas muy tiernas de una gracia muy especial de la Misericordia Divina, y que hemos vivido en estos tiempos muy fuertes durante la enfermedad de papá y luego con su pérdida, pero que consideramos como una ganancia.
Como varios de ustedes saben, mi papá tuvo una enfermedad que yo llamo de la Miseridordia de Dios: cáncer.
En 2018 le encontraron en el intestino un tumor benigno. Fue operado, pero después de la operación, el cáncer tomó poco a poco todo el organismo. Entonces, nos dijeron en el hospital que ya no podía hacerse nada, y enviaron a mi padre a morir en casa.
Desde el 28 de octubre de este año mi papá se quedó inmóvil en su cama hasta el día de su muerte.
Todo este mes tuve la gracia de estar cerca de mi papá cuidándolo junto a mamá, mi hermana y hermano, y nuestra abuelita: la mamá de papá.
La enfermedad parecía un fuego del infierno que quemaba por dentro el cuerpo de mi padre con dolores insoportables…pero papá nunca se quejó, nunca estuvo enojado con Dios por todo lo que sucedió; al contrario, entendió que el sufrimiento unido al Sufrimiento de Cristo tiene un gran valor a los ojos de Dios.
El padre Hernán, que venía siempre a nuestra casa para traerle los Sacramentos y asistirlo espiritualmente, nos dijo que papá ofrecía sus sufrimientos a Cristo.
En una oportunidad, en que toda la familia estaba junto a su cama, papá nos dijo a todos:
“No lloren cuando Dios me lleve. No, no hace falta llorar por papá. Sus lágrimas no me van a ayudar. Mejor, recen, recen mucho por mí, y después recen por mi alma. Recen juntos. Vayan a misa siempre. Luego nos encontraremos de nuevo en el cielo. No lloren. Siempre estaré en sus corazones. Me voy a estar con Dios para siempre. ¡Desde allí los voy a cuidar mucho más!»
Le ofrecimos si quería hacerse miembro de nuestra Tercera Orden y lo aceptó con mucho entusiasmo siendo admitido en las primeras vísperas de la Solemnidad de Cristo Rey.
Durante su enfermedad ofreció todos sus sufrimientos a Dios no sólo por nosotros, sus familiares, parientes y amigos, sino que de una manera especial quiso ofrecer también sus dolores por la que ahora era su segunda familia, nuestra querida Familia Religiosa. Él tomó conciencia que podía hacer mucho bien ofreciendo sus dolores a Cristo. Quería sacrificarse por nosotros, porque nos amaba mucho y amaba mucho a Jesús. Quería morir a sí mismo por el bien de los suyos. Con muchísima paciencia soportó todo. Nunca quiso asustarnos con algún grito de dolor insoportable, ni quería que nos preocupáramos mucho por él; no quería disgustarnos. Vivió todo con paciencia y mucha fe.
Sobre su cama estaba colgado el Cristo Crucificado que el padre Hernán le había traído de los Estados Unidos. Mi padre siempre contemplaba este Cristo y una vez, me dijo que cuando llegase el día de su funeral, lo debía poner dentro del cajón, junto a su cuerpo.
El día en que papá entró a la Patria Celestial, todos estábamos en casa, en familia, cerca de él. Una muerte serena lo llevó a un descanso tranquilo y eternamente FELIZ después de sufrir muchísimo en esta tierra. El rostro de mi padre se quedó muy tranquilo y con una suave sonrisa. Fue un golpe fuertísimo para toda mi familia… pero la gracia de Dios nunca nos abandona. La presencia de Dios no faltó en esos momentos ni tampoco la protección de la Santísima Virgen.
Mi papá ya estaba preparado: se confesó varias veces durante este último año, recibió el Sacramento de la Unción de los enfermos y el sábado anterior recibió su última Comunión. Dios lo había preparado para entrar en el verdadero Paraíso.
El funeral tuvo lugar el 30 de noviembre, día de San Andrés Apóstol, patrono de Rusia. Fue nuevamente un día lleno de paz… con el sol brillante, la nieve blanca, el aire sereno y un poco fresquito.
Por primera vez tuvimos Mísa en casa de mis padres. Vino mucha gente, además de algunos parientes y amigos. Vinieron los conocidos de papá y de la familia; todos de nuestro pequeño pueblo. La mayoría de esta gente estuvo por primera vez presente en una santa Misa.
Luego, fue la procesión en vehículos hasta el cementerio. Mi familia, dos tías y una conocida nuestra de la parroquia íbamos en el coche de la funeraria, junto al cuerpo de mi papá.
Las lágrimas no se podían controlar, todos estábamos tomados de la mano.
Una de mis tías dijo: “Cantemos algo”. Yo había traído un cancionero litúrgico y comenzamos a cantar cantos a la Virgen, sosteniéndonos espiritualmente unos a otros.
La Misericordia de Dios es infinita… Uno no se imagina hasta qué punto puede llegar el amor ardiente de nuestro Señor por sus almas.
Tengo un santo en el cielo muy cercano a mi familia… ¡¡y este santo es mi papá!!
Sí que hace falta ir allá adonde nadie quiere ir, porque allí hay almas sedientas de Dios. Sí que hace falta pasar unas dos horas de viaje de ida y otras dos horas de vuelta por malos caminos con baches y pozos, hasta llegar a un pueblito perdido en Siberia porque allí hay UNO que espera a Jesús en el Santísimo Sacramento.
Sí que hace falta estar «perdiendo el tiempo» mientras tomas el té y charlas con las familias de las cosas cotidianas, entre bromas y chistes, pues es allí en donde empieza la amistad que lleva a las cosas sobrenaturales, a los temas espirituales, a la conversión radical de un alma que de a poquito entra en confianza con uno, para que así se abran las puertas a Dios y su gracia comience a obrar y dar frutos. Sí que esto hace falta, porque nosotros no somos nada más que instrumentos inútiles en las manos de Dios. Dios quiere hacer el trabajo de la santificación de las almas a través de, a veces, la sola presencia de sus religiosos, sus consagrados.
Si Cristo moriría de nuevo en la cruz por una sola alma, ¿por qué nosotros no hemos también de morir por un alma que al llegar a la Patria Eterna intercederá ante Dios por nosotros y nos ayudará a que alcancemos el cielo?
¡Estoy segura de que mi papá Serguei está con Jesús en la compañía de la Virgen y los santos! ¡Y segura de que ahora le podemos pedir que nos ayude desde el cielo! Estoy segura de que ahora él está en un pedacito del cielo, en el «círculo» de nuestra Familia Religiosa del Verbo Encarnado junto a otros terciarios y nuestros religiosos.
¡Dios permita que todos nosotros un día lleguemos también allá, nos encontremos de nuevo, y así nos quedemos con Dios en la Casa del Padre para siempre jamás!
Hna. María Sviatogo Lika, SSVM, misionera en Rusia
 
            