Por: María de la Unidad, SSVM

«Hay una koinonía espiritual entre los miembros del mismo Cuerpo, que lleva a una efectiva unión en la caridad y en la oración. No sólo entre los que peregrinamos todavía sobre la tierra, sino también entre éstos y todos aquellos que llegaron al término y están en el Cielo o de paso hacia él, en el Purgatorio» (Directorio de Espiritualidad, n. 255).

Y esto que nuestro derecho propio nos enseña, bien lo sabemos: no son simples teorías. Gracias a Dios, en nuestra familia religiosa, hemos aprendido a amar y conocer a los santos, y no de cualquier manera… Sino como hermanos mayores que velan e interceden por nosotros desde las moradas eternas, nos tienden una mano…, nos susurran una inspiración, encienden en nuestras almas un deseo de cielo, y, sobre todo… ¡nos esperan! Los santos no son solamente ejemplos para imitar… son amigos a quien confiarse, son hermanos a quienes acudir, con quienes entablar una relación fraterna.

Muy hermosamente lo expresa nuestro Directorio de Espiritualidad: «Hay una mutua relación entre los diversos estadios de la única Iglesia, de la importancia de la intercesión de Cristo por nosotros: siempre vive para interceder por nosotros, de la intercesión de los santos que “nos están íntimamente unidos” de sus ejemplos que “nos impulsan a buscar la ciudad futura… la perfecta unión con Cristo, o sea, la santidad”, y, de modo eminente, de la intercesión de la Santísima Virgen María “a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas”. De aquí que lo profundo de la devoción a los santos responde a la realidad de la Iglesia como misterio de comunión»[1].

Todo esto, gracias a Dios en más de una ocasión lo hemos experimentar muy bien. Nuestro padre fundador nos ha transmitido muy vivamente este amor a los santos. ¡Cuántas peregrinaciones! ¡Cuántas lecturas espirituales, buenas noches, mensuales nos han acercado a tantos santos que, de personajes eminentes e ilustres, pasaron a ser después amigos y hermanos muy cercanos y queridos!

Los días 22 y 23 de mayo del año pasado tuvimos una grandísima y singular gracia en nuestra comunidad. Recibimos la visita de una especial e importante reliquia de nuestra patrona, Santa Juana de Arco. Se trata del anillo que gracias a la gestión y compra de los propietarios del parque Puy du Fou, regresó a Francia desde Inglaterra en el año 2016.

Durante el proceso que le hicieron a nuestra santa, en la ciudad de Rouen, el obispo Cauchon le preguntó por sus “anillos”. A esta pregunta, ella le pidió que se los devolvieran, cosa que no hicieron, y por ese motivo este anillo existe aún, ya que cuando ella fue quemada en la hoguera, fueron quemadas también todas sus pertenencias.

Prácticamente desde la fundación de esta comunidad, nuestra santa patrona no ha dejado de mostrarse hermana y amiga nuestra. El año pasado, por un permiso especial, pudimos tener la Santa Misa en el día de su fiesta, en el oratorio del parque, que custodia esta reliquia. Se trataba de una misa privada, para unas treinta personas. Al llegar, se nos pidió ayuda para cantar, y cuando nos pasaron la hoja de los cantos, nos dimos cuenta de que eran los mismos que habíamos estado practicando mucho, para la misa que tuvimos en su honor en nuestra comunidad, cantos que, por otro lado, no son demasiado conocidos. Lo gracioso fue que lo que se nos pidió como ayuda, terminó siendo fundamental en la celebración eucarística, ya que quien dirigía el coro, ¡nos dirigía a nosotras!

Cuando se realizó la peregrinación Rege o Maria, un grupo de hermanas, entre quienes se encontraba un miembro de nuestra comunidad, recibió alojamiento en la casa de la familia De Villiers, los creadores y promotores del parque Puy du Fou. Conversando con ellos, las hermanas se enteraron de que era posible que el anillo de Santa Juana viniese “de visita” a nuestra comunidad.

Después de eso hubo que proponer fechas, hasta que finalmente, quedó fijada la visita para los días 22 y 23 de mayo, días en los que estábamos rezando la novena preparatoria para su fiesta, que es el 30 de mayo.

Nuestros amigos y fieles nos ayudaron a preparar este evento que, aunque fue algo simple, no dejó de tener su importancia. Para la Francia católica, Santa Juana es su gran santa, es su libertadora, y por ello es la patrona secundaria de su patria.

Armamos una pequeña presentación con un video de la historia del anillo. A través de pancartas explicamos lo que es una reliquia y los diferentes grados. Los dos días tuvimos la santa Misa y luego el testimonio de la señora Dominique De Villiers, en el que contaba la gracia de la conversión de una señora y de toda su familia, gracia concedida a través de la veneración del anillo de la santa.

Además, pudimos rezar varios rosarios ante el anillo, pidiendo por la renovación de la fe en Francia, por las vocaciones y por las necesidades de nuestros fieles. Todos estaban muy felices y nosotras también.

Como por seguridad durante todo el tiempo tenían que estar dos personas con el anillo, durante la noche las hermanas nos quedamos rezando ante el Santísimo y el anillo, haciendo turnos, pidiendo por todas esas intenciones y, sobre todo, pidiendo a nuestra patrona que nos dé la gracia de ser valientes en la defensa de la fe, de la vida de la gracia, para que Cristo reine, a través de María en esta patria, la «Hija primogénita de la Iglesia»[2], que a lo largo de la historia ha recibido tantos beneficios particulares. Que ella siga protegiendo a su patria, empujando al heroísmo del seguimiento de Cristo.

Quisiéramos recordar respecto a esto, otra cita de nuestro derecho propio, que pone, de alguna manera, a nuestra santa patrona como ejemplo a tener presente y a imitar para toda servidora: «… hacen falta santas religiosas que sean poetisas, metafísicas y valientes, que canten, contemplen y peleen como otras Sor Juana Inés de la Cruz, Edith Stein y Santa Juana de Arco»[3].

Que Santa Juana de Arco nos conceda la gracia de luchar con perseverancia para que Jesús a través de María reine en todos los corazones, y para que la fe de Francia se renueve, y que «Dios sea el primer servido».

¡Que viva y reine María!

Hna. María de la Unidad, contemplativa en Francia

 

[1] Directorio de Espiritualidad, n. 256. Y el párrafo que sigue, vale la pena leerlo completo. Por eso lo ponemos aquí entero: «[257]Los santos son señal elocuentísima de la vitalidad de la Iglesia, y por ello tienen un valor apologético de la verdad de nuestra fe, al realizar concretamente la nota de la santidad de la Iglesia. Son los mejores miembros del Cuerpo místico de Cristo y el fruto mayor y más completo de la Encarnación y de la Redención. Y gracias a esto son los que transforman al mundo con su ejemplo, y con la fuerza de su intercesión. Ellos nos recomiendan constantemente el cielo, la vida eterna, el premio de los méritos, ¡Dios! Por eso al honrarlos honramos al mismo Dios, pues los santos son su obra maestra, y al “coronar sus méritos corona el Señor sus propios dones”. Incluso después de su muerte cumplen misiones póstumas, empujando a generaciones enteras al heroísmo del seguimiento de Jesucristo, siendo no sólo para los jóvenes sino también para la gran mayoría de la nación… ejemplo de nobleza y recuerdo de virtud (2Mc 6,31). Por eso no hay historia más completa, más magnífica y más provechosa que la Letanía de todos los Santos; ella evoca e invoca a todos los grandes espíritus que han ilustrado el planeta y que han hecho avanzar a la humanidad con sus virtudes. Asimismo, debemos venerar sus reliquias, que no dejan de obrar».

[2] Cf. homilía de San Juan Pablo II a los obispos reunidos Bourget, durante su visita apostólica del 1 de junio de 1980.

[3] Directorio de Espiritualidad, n. 108.