Por: Hermanas del Dispensario San Bernardo
Ushetu, 15 de Marzo de 2023
Querida Familia Religiosa y amigos:
Quisiéramos compartir con ustedes una de las historias de nuestro dispensario en Ushetu.
En este apostolado de salud, día a día tenemos contacto con personas que sufren alguna enfermedad que los hace acudir al «hospital de la Iglesia» a buscar sanarse. El Dispensario «San Bernardo» pertenece a la Diócesis de Kahama y está ubicado en una zona rural, a 70 km. de la ciudad de Kahama, en los terrenos de nuestra Parroquia «Nuestra Señora de Lourdes», junto a la escuela parroquial «Stella Matutina» y las casas de los Padres y hermanas misioneros.
La semana pasada, el 8 de marzo, día de San Juan de Dios, Patrono de los hospitales y de los trabajadores de salud, vino por la mañana una mujer que llevaba en brazos a un bebé. La encargada de la recepción me vino a consultar: «Hermana, hay una señora que viene porque su bebé está mal y no tiene nada para pagar». Como habitualmente hacemos en esos casos, la atendimos a ella y su bebé sin costo.
La mujer dijo llamarse Irene, tenía unos 28 años y cinco días atrás había dado a luz en casa, estaba abatida y triste, hablaba poco y solo pedía que le dieran tratamiento a su hijo. No tenía ningún documento de identidad, ni de ella ni del bebé. Estaba descalza y llevaba como abrigo del bebé únicamente una tela que lo cubría. Contaba que, desde que él nació, no había llorado ni lactado y solo dormía. Con esa información, nos apresuramos a hacer la evaluación médica al bebé Baraka, como lo llamaba su madre, que, en swahili, lengua oficial de Tanzania, significa «Bendición». Baraka estaba vivo, dormía profundamente y tenía una sonda en la nariz, sus extremidades estaban frías y al estimularlo solo flexionaba ambos brazos, pero no despertaba. Luego supimos que Irene era de una región lejana y había ido hace poco a Nonwe, una aldea de Ushetu, para buscar ayuda de un familiar.
El bebé había nacido con problemas y fue llevado a un Centro de Salud público, a 3 km. de nuestro dispensario. Allí, nos dijo la mamá, habían desahuciado a Baraka e incluso algunos pidieron al doctor que le dieran medicinas para que el bebé muriera. Luego de eso, la madre escapó del centro de salud y vino a nuestro dispensario. Eso explicaba la sonda nasogástrica y las múltiples punciones que tenía Baraka en sus bracitos por los intentos de encontrar una vena.
Hicimos una llamada de voz al Perú, eran las tres de la mañana en Lima. Nuestra amiga Cecilia, doctora de neonatología, respondió pese a lo inoportuno de la llamada. Su opinión y sugerencias médicas nos permitieron concluir que Baraka tenía una encefalopatía por una posible asfixia neonatal severa, un daño grave en su cerebro. Su pronóstico era reservado. Cecilia nos sugirió darle un tratamiento paliativo, cuidando su temperatura y oxígeno; el aporte de leche y el afecto maternal eran muy importantes. Colocamos a Baraka en una incubadora a 36,5 C°, donde recibía cada tres horas 55 ml. de leche materna por la sonda.
Llamamos al Padre Martin, Capellán del dispensario, para que le diera los sacramentos y así hacerle el bien al alma del bebé. Le pusimos una medalla de la Virgen y se lo encomendamos a Ella y San José, por estar en los 33 días de preparación para consagrarnos a Nuestro Patrono San José. Su nuevo nombre fue Juan, ya que llegó al dispensario el día de San Juan de Dios.


Por el sacramento del bautismo, Juan era una nueva criatura, un hijo de Dios, un pequeño angelito que nos mostraba en su padecimiento la presencia de Cristo en la Cruz, y en su condición vulnerable nos concedía la gracia de servirle con nuestras oraciones y nuestro tratamiento médico. «Kwa kuwa ni mimi mwenyewe», «Yo mismo soy» (Lc 24,39).
Luego supimos que la madre estaba también enferma: tenía una infección, algo común en partos domiciliarios sin medidas de higiene. Ella también recibió tratamiento. Estas situaciones son comunes en zonas rurales como Ushetu, por ello Tanzania es el cuarto país en África con mayor mortalidad materna (OPS 2014).
Pensábamos llevar al bebé a un hospital en Mwanza, a 200 km. de distancia, pero se trataba de un viaje de ocho horas en vehículo privado, con oxígeno y sin las debidas condiciones para un paciente crítico, por lo que el delicado estado de salud de Juan nos hizo desistir de la idea. Procuramos ofrecerle todo cuanto pudimos en el dispensario.

Dios nos concedió la presencia de Juan por un día y medio. Su función respiratoria y neurológica se deterioraba progresivamente y en la media noche del día 10 de marzo dejó de respirar. Cuando pasó la visita médica su cuerpecito estaba aún tibio, pero no se auscultaban los latidos cardíacos. Su madre, que dormía en una cama al lado de la incubadora, como intuyendo el hecho, despertó y se quedó en silencio, pero con una mirada ansiosa en espera de información. Comunicar a una madre una noticia tan dolorosa como el fallecimiento de un hijo no es fácil. Pero el saber que, por la misericordia de Dios, Juan iría al cielo, vería a Dios, ya no sufriría más y desde allí intercedería por nosotros le trajo paz a Irene. Permaneció mirando el cuerpecito de su hijo como despidiéndose. De los tres hijos que Irene había tenido, Juan era el segundo que fallecía. Ella repetía por segunda vez el dolor del duelo de un hijo.
Cerca del medio día fue enterrado Juan en el cementerio parroquial, que está al lado del dispensario. No vino ningún familiar de Irene, ni a visitarla, ni al entierro. El catequista de la parroquia, Ángelo, rezó el Responsorio y la acompañamos en el entierro los trabajadores de dispensario y la gente de buena voluntad que nos ayudó a cavar la fosa. Así Juan recibió cristiana sepultura.

Como Irene estaba mejor de salud, recibió el alta médica. Antes de irse agradeció a todos por todo lo que se había hecho por ella y su bebé; le prometimos nuestras oraciones y le pedimos que perseverara en la fe.
Es motivo de alegría para nosotras, religiosas, ser testigos de la infinita misericordia divina para con sus creaturas: Juan murió, naturalmente eso causa tristeza, pero por la fe sabemos que está en el Cielo, viendo cara a cara el rostro de Dios, junto a sus ángeles y santos, en una condición de felicidad indescriptible que no acabará. Todos los hombres hemos sido creados para ese fin, para ir al cielo. También vemos la misericordia divina para con nosotras, religiosas médicas, porque estamos llamadas a ver a Cristo en cada enfermo y a su vez a mostrarles a ellos el rostro de Cristo cuando los servimos en sus dolencias.
Les pedimos oraciones a todos ustedes para que, con la gracia de Dios y por medio de la Virgen María y San José, podamos ser santas testigos de Cristo en este apostolado en tierras africanas, que podamos dar testimonio del infinito amor que Dios nos tiene.
En Cristo y María,
Hermanas del Dispensario «San Bernardo»
Ushetu, Tanzania – África






Es maravillosa la obra que realizan hermanitas pido a Dios la protección y bendición para cada uno de sus días en que también sufren con los que lloran y les dan consuelo, cumpliendo así con la caridad que es el amor puro de Cristo
Dios bendiga a todas las personas que ayudan a los que necesitan apoyo,se que desde el cielo muchos Juancitos los bendicen 🙏🤗💞💕
Grande labor la que realizan en el Dispensario San Bernardo de Ushetu Tanzania
Juan está en el cielo y desde allí ayudará al Dispensario y a todos sus integrantes.
Que Dios bendiga a las religiosas de Ushetu
Dios siempre las acompañe y bendiga sus manitos para que atiendan con mucho amor a cada paciente. Dios bendiga el dispensario y les dé a manos llenas todo lo que necesiten.
Bendiciones 🙏🙏🙏