Por: M. María del Cielo, SSVM
El tercer viernes de Junio fue establecido por el Patriarca de Jerusalén, Mons. Pizzaballa, como día de la Fiesta de Nuestra Señora del Monte, en Anjara (Jordania). Este año coincidió con la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Para este acontecimiento nos preparamos con una novena, en la cual varios sacerdotes y religiosas de nuestra Provincia expusieron una meditación sobre los Dolores de la Virgen siguiendo el libro del Padre Faber, Los Dolores de María.
Alguien se preguntará: ¿por qué hablar de los Dolores en una novena de Nuestra Señora del Monte? Podemos decir que la historia de esta imagen se divide en un antes y un después de aquel 6 de mayo de 2010, día en que la estatua de María tomó vida y derramó lágrimas de sangre frente a una hermana nuestra, quien en ese momento estaba limpiando el vidrio de la urna que custodiaba la imagen.
El rostro de la Virgen, cuenta la hermana, «expresaba un grandísimo dolor y cansancio» e inmediatamente sus ojos derramaron lágrimas de sangre que quedaron después visibles en el rostro de la Virgen y que miles de personas pudieron ver. No hubo palabras, solo la expresión del dolor de María.
¿Quién puede olvidar el llanto de una Madre? ¡Cuánto más si se trata de la Madre de Dios!
Ciertamente hay una razón misteriosa por la cual Ella buscó expresar su dolor frente a una religiosa. Quiera Ella concedernos la gracia que seamos siempre motivo de consuelo, jamás crueles espadas que atraviesan su Inmaculado Corazón.
Cuando se le comunicó lo sucedido al obispo de Jordania, Mons. Salim Saieg, él dio permiso para que abrieran la puerta de vidrio que guardaba la imagen y pidió a las hermanas del Rosario, que están a cargo del hospital, que tomaran muestras de dicha sangre. Más tarde notificaron que se trataba de sangre humana.
Por pedido del entonces párroco del Santuario de la Virgen, P. Hugo Alaniz, IVE, se creó una comisión del Patriarcado para estudiar el hecho. La comisión confirmó que este no tenía explicación científica. Se trataba de un milagro.
La lacrimación de la Virgen fue causa de que mucha gente se acercara a la confesión y a los sacramentos. Después de aquel 6 de mayo, la Virgen del Monte se convirtió en Madre Lacrimosa, como la llamó entonces Mons. Salim, quien escribió la hermosa oración que rezamos durante la Novena.
El Santuario de la Virgen del Monte que pertenece al Patriarcado Latino de Jerusalén es atendido por los sacerdotes y religiosas de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado. Hoy por hoy, el Santuario es visitado por miles de fieles provenientes de toda Jordania y del exterior. También funciona en el mismo predio el Hogar Madre de la Esperanza, atendido por nuestros religiosos, que acoge a niños y jóvenes con problemas familiares o abandonados.
El 15 de junio se celebraron las primeras Vísperas en la Parroquia de Anjara. La Santa Misa fue presidida por el P. Iusef Francis, IVE, y concelebrada por varios sacerdotes del IVE, entre ellos, el P. Carlos Ferrero, Provincial en Tierra Santa. Además de la comunidad de Servidoras que están en Anjara, también se hicieron presente algunas misioneras de nuestro Instituto que viajaron desde Siria y Tierra Santa.
Después de la Santa Misa, Hiba Abbasi, una reconocida cantante cristiana, interpretó algunos cantos, en especial uno dedicado a la Virgen de Anjara: ¿Por qué lloras, Virgen María? Más tarde, con la ayuda de muchos voluntarios de Jordania y de España y de las religiosas presentes, decoramos el santuario de la Virgen con miles de rosas, en parte donadas por personas que querían expresar de este modo el amor y devoción a la Virgen.
El viernes 16 por la mañana, día de la Fiesta, se hizo presente el Nuncio Apostólico en Jordania, Giovanni Dal Toso y Mons. Jamal Daibes, Obispo de Jordania, quien presidió la Santa Misa, concelebrada por muchos sacerdotes. Miles de fieles acudieron de todo el país, y muchos extranjeros. Se calculan en más de tres mil quinientas las personas que fueron a pedir gracias a Nuestra Señora, rogando poder llevarse a sus casas, como recuerdo, aunque sea una de las rosas que decoraban la estatua de la Virgen o la Iglesia. También estuvieron presentes, entre otras autoridades, el embajador de Argentina para Jordania y Siria, Sr. Sebastián Zavalla. Era realmente hermoso ver tanta devoción de los fieles hacia María, sin importar el sacrificio ni las distancias.
Las Servidoras de nuestra Provincia en agradecimiento ofrecimos como don a la Virgen, el mantel para del altar y el ambón con la imagen del Inmaculado Corazón.
Al día siguiente, poco a poco todo volvió a la normalidad. En el silencio de su Santuario, al contemplar el rostro de la Virgen del Monte, nos preguntamos una y otra vez: ¿por qué llora Nuestra Madre?
San Juan Pablo II, en el Santuario de Siracusa, decía: «Conocemos algunas lágrimas de María por las apariciones con las que ella de vez en cuando acompaña a la Iglesia en su peregrinación por los caminos del mundo»[1].
«Las lágrimas de la Virgen pertenecen al orden de los signos; testimonian la presencia de la Madre Iglesia en el mundo. Una madre llora cuando ve a sus hijos amenazados por algún mal, espiritual o físico»[2]. Las lágrimas de la Virgen son signo de su dolor por cuantos rechazan el amor de Dios; son lágrimas de oración suplicante por los que no rezan; son lágrimas de esperanza que desean ablandar los corazones endurecidos[3].
El llanto silencioso de María es y será un misterio, pero su oficio de Corredentora nos deja entrever una respuesta. María participó en la obra de la Redención con su SÍ desde el primer instante de la Encarnación: «Cuando el Hijo pronunciaba en la Augusta Asamblea de las tres divinas personas el “Heme aquí que vengo a hacer tu voluntad” (Heb 10, 5-7) aceptando la redención, María respondía al Arcángel: “He aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 37), habiendo verdadera simultaneidad en la aceptación de la Redención por parte del Verbo divino y su divina Madre. Jesús, Redentor. María, Corredentora»[4].
María renovó luego este Sí a Dios en cada momento de su vida y en el Calvario lo repitió de modo solemne, a los pies del Crucificado, sumida en el mayor dolor que criatura alguna podría haber sufrido. Pero esta unión con su Hijo Redentor no terminó en esta tierra, sino que continua en el Cielo, de un modo sublime, por lo cual los dolores de su Hijo son suyos misteriosamente hasta el último instante de vida en esta tierra. Porque «la espada de dolor sigue atravesando el alma de María ante las persecuciones y martirios que han padecido y seguirán padeciendo los seguidores de su Hijo, hasta el último día del mundo»[5].
¡Que jamás pasen desapercibidas para nuestra Familia Religiosa las lágrimas de nuestra Madre! Que la Virgen del Monte interceda ante Jesucristo para que esas benditas lágrimas de sangre no caigan en terreno duro, sino en nuestras almas como en un cáliz, para que desde allí fecunden nuestra consagración y nuestras obras.
¡Que felicidad ser hijos y esclavos de amor de María, por nuestra consagración y nuestro cuarto voto! Somos “posesión suya”, estamos bajo su Manto, protegidos por su Inmaculado Corazón. ¿Qué más podemos pedir?
M. María del Cielo
Misionera en Tierra Santa
[1] San Juan Pablo II, 6 de noviembre de 1994, Siracusa.
[2] San Juan Pablo II, 6 de noviembre de 1994, Siracusa.
[3] Cf. San Juan Pablo II, 6 de noviembre de 1994, Siracusa.
[4] P. MIGUEL ANGEL BUILES, Mi testamento espiritual, ed. Granamerica, 1961, p.172.
[5] P. MIGUEL ANGEL BUILES, Mi testamento espiritual, ed. Granamerica, 1961, p.173.





