Por: P. Santiago Sylvester, IVE
Por gracia de Dios, en este mes de mayo hemos podido realizar un campamento para niños y otro para jóvenes, tratando de imitar lo que hemos aprendido en nuestra casa madre, la querida Finca.
El campamento de niños lo hicimos en Lian, en una casa que pertenece a una escuela de la cual las hermanas son las encargadas. Una casa muy simple, pero cabedera, a una cuadra de la playa. Participaron 19 chicos varones, todos ellos provenientes de los alrededores del Seminario. Los religiosos éramos 10, dos sacerdotes y ocho seminaristas. Nos acompañaron también tres de las madres de los chicos, que se encargaron de la cocina.

El campamento de jóvenes lo hicimos en Pangasinan, una región más lejana, como a 300 kms al norte (lo cual quiere decir unas 5 o 6 horas de viaje). Allí los dominicos nos prestan muy generosamente una casa muy cercana a la playa. Los jóvenes eran 24, los religiosos 7.
Como solemos hacer, en ambos campamentos dividimos a los participantes en tres equipos, cada uno con un color y un patrono. La jornada se divide entre momentos de juegos, de estudio (cada equipo tiene que preparar su estandarte, su himno, la vida de su patrono y también tienen que estudiar catecismo – en el campamento de jóvenes estudiaron el Evangelio de Marcos), momentos de oración (Santa Misa, rosario, Buenas Noches, etc.) y momentos de playa.
Con los niños también pudimos escalar una pequeña montaña, cercana a la casa. Parecía una cosa muy sencilla, pero presentó algunas complicaciones, sobre todo porque no conocíamos bien el camino. Igualmente, todos los niños llegaron a la cumbre… calzados con sus chinelas, otros directamente descalzos!
Es que acá el calzado típico son las sandalias hawaianas. Es lo más fresco y cómodo que hay. En nuestra zona, donde la gente es bastante pobre, muchas veces las chinelas son puro agujero. Pero ellos las usan igual. Y son felices. Zapatillas o zapatos usan muy pocas veces. Lo que sí, aquí no vale el dicho: “éste es ojota, no sirve para ningún deporte”; acá con las ojotas escalan montañas, juegan al fútbol, al básquet, etc. Y a veces hasta son buenos jugadores, sobre todo en el básquet. Los que viven cerca del seminario también son muy buenos en fútbol, porque han aprendido a jugar en el Seminario.
Con los jóvenes hemos podido visitar algunas de las iglesias más antiguas de la zona. Iglesias muy lindas, de la época en que Filipinas estaba bajo el dominio español.
Como decimos generalmente, los campamentos son una escuela de vida. Al enfrentarse con realidades fuera de lo ordinario, los niños y jóvenes tienen la oportunidad de desarrollar hábitos y virtudes que de otro modo no desarrollarían. El ritmo exigente, la vida en comunidad, el cambio de alimentación, el calor, el sueño, etc. actúan como obstáculos que, al ser superados, generan fuerza de voluntad, virtud y felicidad (¡y también generan puntos para el equipo, no nos olvidemos de eso!). Ciertamente, en esto es fundamental el papel de la gracia, que actúa palpablemente en sus corazones durante esos días, pues todos tienen la oportunidad de confesarse, recibir la comunión e intensificar su vida de oración. Y todo ello vivido en un ambiente de inmensa alegría, que ayuda a uno a amar los bienes recibidos.

Por eso, los días de campamento son muy fructíferos. Pero… ¿y después?
Después, el Señor se ocupará de seguir produciendo fruto en esas almas: en unas el treinta, en otras el sesenta, en otras el ciento por ciento. Nosotros hemos tratado de sembrar, de regar… Dios dará el crecimiento de acuerdo a sus planes. En todo caso, nos tocará a nosotros rezar y también ser dóciles a la gracia, para poder guiar adecuadamente a esas almas.
P. Santiago Sylvester, IVE





