Por: P. Diego Cano, IVE
Ushetu, Tanzania, Jueves 20 de mayo de 2021
No podemos decir nunca que no tenemos que qué contar. Ya leyeron ustedes la crónica del P. Pablo Folz, y de las cosas increíbles que pasan en la misión. Lo que sucede es que en estos lados son hechos de lo más normales, y nosotros mismos nos vamos acostumbrando a ello, de tal manera que no nos parece que fuera digno de contarse. Pero como tantas veces ustedes mismos nos agradecen las crónicas, nos escriben, y piden que no dejemos de escribirles de nuestras andanzas, es que seguimos en este menester de escribir.
Esa misma noche en que llegó al mundo un bebé en la puerta del noviciado de Tanzania, me tocó ir hasta una aldea un poco lejos, para atender a un enfermo que luego de pocas horas falleció. Le conté al P. Pablo, y me dice: “unos llegan y otros se van”. La realidad de la vida humana… no creados sólo para este mundo, sino para la vida eterna.
Era entonces ése mismo día del nacimiento del pequeño Francisco en las puertas de la casa de formación, miércoles 5 de mayo. Me llaman por la tarde para ir a ver un enfermo, y el viaje era un poco largo. Como siempre, nos cuesta dejar nuestros planes o comodidad para salir de emergencia. Como el aviso del líder de la aldea de Ilomelo llegó después del almuerzo, preferí salir allí mismo, porque sino después me iba a costar mucho más. Como se imaginan, la hora de la siesta africana es calurosa. Pero andando en auto no se siente tanto. Llego a la aldea, después de unos 35 km, y me acompañan Charles, el lider de la capilla, con el maestro del coro, quien había realizado el bautismo de urgencia.
El enfermo era un abuelo, que siempre había sido pagano y que en su familia todos eran paganos: esposa e hijos. Pero como sucede muchas veces, al llegar al trance tan delicado de dejar todo, muchos piensan en su alma, y en lo que nos espera. Me gusta pensar que en esos momentos muchos recuerdan tal vez alguna conversación tenida con alguien de fe… tal vez un misionero que los saludó e invitó, o algún vecino creyente, o el buen ejemplo de los cristianos, ¡quién sabe! Ayudados por la gracia de Dios, que reparte como Él quiere las oraciones de tantos cristianos en tantos lugares del mundo… de amas de casa, trabajadores, padres de familia, niños, monjes, o monjas contemplativas… elevando oraciones por los paganos, por los que no creen, “especialmente por las almas más necesitadas de su Divina Misericordia”, llegan a pedir el bautismo. Aquí en Ilomelo, este abuelo pidió que le den el bautismo, y llamaron a algún vecino católico… fue bautizado en peligro de muerte. Recibe el nuevo nombre de Estephano.
Cuando llegamos a la casa, entramos en una construcción de adobes crudos, y un techo de chapas bastante bajo. La habitación del abuelo no tenía ventanas, ni reboque, ni ningún lujo que nos imaginemos. Había mucha oscuridad, y sobre todo que uno entra del sol de las tres de la tarde a una habitación oscura, y no se ve nada. A los pocos minutos los ojos se acostumbran, y comienza a aparecer a nuestra vista la pobreza del lugar. De todas maneras, Estephano estaba acostado en una cama y tenía colchón… que es bastante decir por estos lados. Sin mas preámbulos comencé a completar el bautismo, con la unción del santo crisma. Luego le dí la confirmación, la unción de los enfermos, y la indulgencia plenaria en peligro de muerte. Después le regalé un rosario hecho por mi hermana religiosa, para que la Virgen lo acompañe y lo proteja, y para que ellos recen por nosotros. Al acabar todo esto, vi que estaban participando todos los familiares. Cerca mío estaban los feligreses que me acompañaban, y así respondían a las oraciones. Pero destrás de ellos estaba la familia, esposa, hijos e hijas, nueras y yernos.
Aquí me pasó algo que me alegró mucho. Viendo que estaban allí, todos juntos, y que tal vez no tendría otra oportunidad, les eché un sermoncito sobre el fin del hombre. Les dije que ellos pensaran también en el fin de sus días. Que por algo el abuelo Estephano había pedido el bautismo. Que había vivido como pagano, pero con deseo de felicidad eterna. Que ellos no deben esperar al último momento, porque tal vez no se tenga tiempo, y también porque la vida cristiana es feliz, es llena de esperanza, y trae tanta paz al alma. Y otras frases que me salieron en un minuto. Me escuchaban atentos, y algunos asentían. Te todas formas, todos agradecieron la visita cuando salimos.
Estábamos charlando en el patiecito de tierra, rodeado de las construcciones de barro, y me dicen los feligreses que ahí cerca había una abuela que estaba también bastante enferma. Era católica. Pues entonces vamos, porque no sé cuándo voy a poder regresar a esta aldea. Comenzamos a caminar y pasábamos por algunas casas desde donde nos saludaban en sukuma, que es la lengua que se habla en lo cotidiano… en la casa. Pasamos por un espacio abierto entre algunas casas, que funcionaba como cancha de fútbol para niños pequeños. Había un buen grupo de ellos jugando, llenos de tierra, y con la ropa totalmente rota, como es común. Los saludo con el saludo cristiano de “Alabado sea Jesucristo”, y uno de los niños responde clara y correctamente “Por siempre sea alabado”. Allí comienzan todos los niños a seguir esta “procesión”.
Llegamos después de unos minutos a la casa y nos dicen que la abuela Catalina está acostada afuera. Esto lo suelen hacer para aliviar del calor a los abuelos que deben estar postrados todo el día. Allí está la abuela, acostada sobre una tela, y tapada con otra por la gran cantidad de moscas que había. Hicimos las oraciones, especialmente la unción de los enfermos, y la indulgencia plenaria. La abuela respondía a las oraciones con dificultad, pero estaba conciente. Cuando le dijeron en sukuma que estaba el padre, el misionero, ella asintió comprendiendo y saludando. Allí mismo, en un lugar tan simple, ella acostada en el piso y rodeada de familiares, vecinos, y una multitud de niños curiosos… rezamos todos juntos.
Comenzamos el regreso, y yo siempre pensando en que lo que ellos dicen “acá cerquita”, nunca es cerca para nosotros. Ellos caminan mucho, caminan kilómetros, y por eso cualquier distancia les parece cerca. Nos fuimos despidiendo de todos los que nos acompañaban, y regresé temprano a la misión. A las tres horas me avisan que Estephano había fallecido… y sólo pudimos exclamar un “bendito sea Dios”. A los dos días, me avisan que también Catalina había partido a la casa del Padre. Cuántas gracias Dios derrama, y como nos hace llegar al momento justo… muchos esperan al sacerdote para descansar en paz. Es el consuelo de la religión y de la fe.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE