Querida Familia,

Por infinita misericordia de Dios y bondad de mis superioras, vine a parar por unos días en nuestra misión en Guyana. Y como el Apóstol San Pedro, siento unas ansias tremendas y tengo que decir que: “nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4, 20).

Es verdad que no puedo detallar con precisión, ni puedo valorar todo cuanto merece la misión acá, pero al mismo tiempo siento que sería un gran egoísmo dejar de escribir: ¡no puedo dejar de decir lo que vi y oí!

  1. Lo que he visto.

Luego de un viaje de 25 horas desde Italia con escala en Ámsterdam y Panamá, llegué a la capital, Georgetown. Afuera del aeropuerto me esperaban dos de nuestras misioneras, hermana Maria Gloria Dei y hermana Maria de la Esperanza. En las 5 horas de viaje desde la capital hasta Charity en bus, taxi y barco, entendí porque Guyana lleva consigo el nombre de “país de las muchas aguas”. He visto mucha agua…

Guyana está cubierta de agua, la lluvia es la sorpresa de cada día ¡Cada día llueve y en abundancia! ¡Y cuando llueve la vida sigue normal! Por ejemplo, un día fuimos con un pequeño grupo de jóvenes al lago como premio por haber aceptado la propuesta de ir a Misa todos los días durante la cuaresma. Comenzó a llover y ellos siguieron jugando. Guyana es realmente beautiful como dice la canción que por acá entonan. El atardecer tiene pinta de eternidad, principalmente cuando el sol se refleja en el agua.

Este año se cumplen 26 años de la llegada del IVE a estas tierras y 14 años de la llegada de las Servidoras. Actualmente los padres están en Hosororo, en Moruca y Charity. Y por supuesto que antes de llegar a cada uno de esos lugares, hay que ver mucha, pero muchísima agua por el camino, son horas en barco. La gente en Guyana tiene barcos de todos los colores y tamaños, como la gente en las ciudades tienen coches. Vi no solo a hombres conduciendo barcos, sino también niños, mujeres y gente ya grande.

En esa última ciudad, Charity, nosotras, las hermanas, tenemos una casa y ayudamos en la parroquia “San Francisco Javier” del IVE. La parroquia cuenta con 8 capillas, 4 en tierra firme y 4 en el río. He visto nuestra familia…

Toda Guyana tiene solamente un obispo, y la curia es la casa de todos los católicos, es un lugar muy familiar ya que en este país los católicos somos un 7% en un 35% de cristianos. Toda la población en Guyana es de 785.000 personas… para quien creció en la ciudad de Sao Paulo-Brasil, que posee una población de 12.176.866 habitantes, esos 785.000 es un número interesante. Pero hay que hacer algunas consideraciones: la única diócesis de Georgetown cuenta con más o menos 35 sacerdotes, de esos 35, solamente 2 son guyaneses. Eso implica que muchas de las parroquias, principalmente las del interior, que están más alejadas, tengan la visita de un sacerdote cada tres meses. Por eso digo, con cierto orgullo, que acá he visto nuestra familia… 4 de eses sacerdotes son del IVE.

Tenemos muchas actividades aquí como los campamentos de niños, las actividades con los jóvenes, los comedores, la formación de las familias. Los padres del IVE tienen un dormitorio para chicos que vienen del río o del interior para poder cursar el secundario en Charity. También tenemos las visitas a los enfermos y las catequesis… Y esos apostolados fueron interrumpidos por un tiempo por la pandemia. Con un poco de creatividad apostólica y un mayor empeño en cada actividad, las actividades se siguieron realizando. Para cuaresma los niños, jóvenes y también adultos por invitación de las hermanas hicieron pequeñas obras de arte, sea dibujos, sea trabajando algo con la madera, bordado, etc.

El misionero debe ser santo, pero también debe tener algo de héroe: “¡Qué bellos son los pies del misionero, bésemelos con santa devoción! ¡Qué bellos son en el confín postrero donde reina muerte y error!”. Tengo que confesar que acá esa canción se convirtió en un deseo y los misioneros en Guyana se convirtieron en un “objeto de devoción”, en motivo de mi meditación. Bien lo escribió Segundo Llorente al contemplar las monjas que iban al Japón:

“Al volver a mirar a estas monjas en la foto, no las envidio, porque también yo soy misionero. Pero si no lo fuera, no creo que pudiera ya vivir en paz el resto de mis días.

¡Qué gracia tan extraordinaria ser escogidos entre millones para salir de la casa paterna con ojos húmedos y pulso tembloroso y surcar los mares para caer en el mundo pagano como un grano que, al pudrirse ha de producir el ciento por uno en conversiones, en santidad y en la glorificación de Dios por toda la eternidad!”.

  1. Lo que he oído.

En Guyana se habla un inglés muy mezclado con el “criolis”, el dialecto del pueblo, lo que hace que sea difícil de comprenderles a veces.

Aprendí unas 6 frases en criolis, que las repito cada vez que encuentro alguien nuevo, y eso les roba el corazón, aunque después no podamos seguir una larga conversación ya que me falta mucho para hablar bien el inglés.

 Quizás el día más increíble para mí personalmente fue el domingo de la misericordia, día 11 de abril. La hermana Maria Kahirapan, Mariano (joven voluntario de los USA) y yo acompañamos al padre José Macias, IVE en las Misas. Luego de la Santa Misa en la parroquia, fuimos a dos comunidades en el río Pameroon, el río más hondo de toda Guyana. A las orillas del río vi al padre atravesar con un señor en un pequeño bote y en silencio pensé: “Bueno… pienso que él se va solo con ese señor y nosotros tres vamos con otro”. Al instante veo al padre venir solo, conduciendo otro bote… nunca habría imaginado que también los padres conducían los botes por acá.

La primera Comunidad que se encuentra a lo largo del río Pameroon es “San Luis, rey de Francia”, aproximadamente 30 minutos de viaje. Apenas bajamos del bote, empezó a llover. Y eso no acobardaba a la gente. Iban llegando de a poco los papás con los hijos y los abuelitos, los jóvenes…  y nosotros estábamos ahí esperándoles en la orilla. Y, por cierto: ¡todos en bote!

Una de las jóvenes bajó del barco con dificultad. El padre me contó que allí ellos se bañan en el río, y una piraña le había sacado a la joven un trozo de carne del pie. Como yo la miraba con cara de espanto, el padre intentó tranquilizarme diciéndome que en el dorm a la mayoría de los niños les falta uno o dos dedos, porque las pirañas los han mordido.

Durante la Santa Misa como llovía fuerte y la capilla es de madera, el padre casi no se oía, así que gradualmente fue subiendo el tono de voz, hablando cada vez más fuerte. En el momento de empezar la homilía, el padre tuvo que dejar el ambón y predicar entre las dos hileras de bancos…  Hablaba sobre la importancia de aquel día, el domingo de la misericordia, animaba a la gente a acercarse con fe al sacramento de la confesión, todo eso en voz alta y muy fuerte, porque la lluvia era imperiosa. He oído la salvación llegar hasta los confines de la tierra… mejor dicho: hasta los confines de los ríos…

Terminada la Misa pregunté a Mariano “¿qué hacemos cuando llueve?” y simplemente me contestó: “nos mojamos”. O sea… ahí me pregunté interiormente qué respuesta quería escuchar. ¡Si llueve nos mojamos! Estuvimos con la gente por un largo rato. Durante ese día, muchas veces, por ratos cortos me puse de espectadora, no podía más que contemplar aquella escena: ver al padre y a la hermana acercarse a cada familia y preguntarles como están; vi a los niños tímidos esconder su frente entre las manos y luego jugar por unos minutos con los misioneros.

 Despedimos a la gente y subimos al bote. La lluvia seguía y como bien dijo Mariano: ¡nos mojamos! Otros 30 minutos de bote y llegamos a la otra comunidad. Antes de la Misa se me acercó el padre José y me dijo que a aquella capilla iba poca gente, pero los que venían, venían desde muy lejos. Me señaló afuera y vi que bajaba del bote a remo una familia. El padre me dijo que ellos vienen siempre, aunque llueva; y desde muy lejos… tan lejos que por el camino aprovechan para pescar. Por eso, si llueve, igual tenemos que venir porque esa gente espera a los misioneros.

Y así fue. Mojados estábamos todos en aquella Misa, pero estábamos allí… cerca de 6 adultos y 3 niños, Mariano, el padre, la hermana Kahirapan y yo. Y vamos… ¿adivinen quién es la patrona de esa capillita? Ella misma… Santa Teresita del Niño Jesús en el río Pameroon… no podía creer lo que mis ojos veían y lo que mis oídos oían…

Después de las preces en las dos capillas escuché por primera vez a la gente recitar de memoria una oración suplicando a Dios que suscite vocaciones para su Iglesia. He oído a la mies suplicar por santos pastores…

Habría mucho más para contar, pero como decía Segundo Llorente: “eso ya va tirando para largo” y tenemos que terminar.

Guyana no tiene santos canonizados todavía, lo que da a los misioneros acá una grandísima responsabilidad y al mismo tiempo los llena de esperanzas, dejando nuestro fin más claro: trabajamos para forjar almas santas, para ser santos. Estamos en el país de las muchas aguas. Dios derrama acá con abundancia su agua, aquella agua que viene acompañada de la salvación cuando el misionero alzando sus brazos deja caer un poco de esa agua sobre la cabeza de un niño repitiendo aquellas palabras del Señor Resucitado: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” …  Nuestra familia acá no es más que una gota, pero ¡qué honor es ser una gota de agua en Guyana! ¡Qué honor es mojarse!

Cuando estudiaba una vez la profesora nos dijo que el agua del mundo un día se iba a acabar. Yo me acordé de las clases de catequesis cuando era pequeña, las hermanas me dijeron que la materia para el sacramento del bautismo era el agua… Entonces era claro para mí: ¡el agua del mundo nunca se va a acabar! Sería decir que Dios no quiere más la salvación de los hombres. Acá donde los ojos se pierden en el agua, esas líneas de San Pablo se convierten en una esperanza, en un consuelo y en un deber: “¡Dios quiere que todos los hombres se salven!” (I Tm 2, 4). Y para quien piensa algo contrario: que se haga misionero y haga la prueba: ¡venga a Guyana!

¡Viva la Virgen! ¡Viva la misión!
Hna. Maria Mater Unionis