Quisiera dedicar esta crónica, en agradecimiento a la Sagrada Familia de Nazareth, a quien me encomendé durante los días que pasé por Italia antes de partir a mi nuevo destino como estudiante de árabe en Egipto. También quisiera aprovechar para agradecer a las Madres y hermanas de la Casa Procura Generalicia por la atención con la que me recibieron y a las hermanas de nuestras comunidades… ¡Dios les pague tanta caridad!

Como muchos de nuestros religiosos, también yo tuve la inmensa gracia de poder saludar al Santo Padre y manifestarle el cariño y obediencia filial que como Familia Religiosa le profesamos. Desde Argentina, antes de viajar escribí pidiendo la posibilidad de poder saludarlo y no habiendo recibido respuesta, pensé que no iba a ser posible.

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Estando ya en Roma, el miércoles 29 de enero, me levanté bien temprano para poder conseguir un buen lugar en la Audiencia pública del Santo Padre, ya que no tenía entrada. Gracias a Dios, preguntando en la fila para entrar, conseguí que una señora me regalara una entrada que tenía de más. En la Plaza San Pedro, había todavía bastantes lugares vacíos que poco a poco se fueron llenando. Estaba conversando con un grupo de personas provenientes de la Provincia italiana de Bari, y en un momento me vino la idea de ir hasta la Prefectura entrando por la Puerta de Bronce, simplemente para preguntar si habían recibido mi carta. Cuando llegué, me pidieron los datos y uno de los empleados comenzó a buscar en una pila de sobres que tenían. Se detuvo en uno y me dijo: -«¡Hermana, usted tiene una entrada para estar en el “Sagrato”!». ¡Qué sorpresa me llevé!. Me fui corriendo de vuelta hasta la Plaza San Pedro y allí conté a la gente de Bari que me estaban cuidando el lugar lo de la entrada, ellos como yo no lo podían creer!

Una vez arriba, vi que el “Sagrato” estaba dividido por vallas. Le pregunté al guardia suizo donde tenía que ubicarme y agregué: por favor, que sea en un lugar donde pueda saludar al Santo Padre. El guardia me hizo seguir a una familia que se sentó en la primera fila. Y allí me quedé.

papassvm1Una hora antes de comenzar la Audiencia (9:30 hs aprox.), salió el Santo Padre en el Papamóvil para saludar a los que estaban en la Plaza. Es emocionante ver el cariño que le manifiesta la gente con aplausos, cantos, gritos como: ¡Viva el Papa!, etc. Contemplar esta escena hace pensar en lo que habría sido cuando pasaba Jesús en medio de las multitudes, todos queriéndolo tocar, aunque sea la orla de su manto, como la hemorroísa y pensar que esta gracia nos es concedida cada día, en cada Santa Comunión… Así, por la fe, nos adherimos y manifestamos nuestro afecto al sucesor de Pedro, “el dulce Cristo en la tierra”.

El Santo Padre habló en la catequesis sobre el sacramento de la Confirmación y su gran “Protagonista”: el Espíritu Santo. Luego saludó uno por uno a todos los Cardenales y Obispos que se encontraban presentes y bajó luego a saludar a todos los enfermos (eran bastantes), muchos de los cuales estaban en silla de ruedas. Volvió a subir, saludó a los recién casados y a los que estábamos en el “Sagrato”. Como se me venían a la cabeza varias cosas para decirle, le recé al Espíritu Santo encomendándole ese momento. Había escrito en un papel lo siguiente: “Monasterio Santa Teresa de los Andes” – hermanas que rezan por la paz en el mundo y puse el número de teléfono. Cuando me tocó mi turno le dije: -«Santo Padre, soy de San Juan» (porque casi todos los que estábamos de ese lado del Sagrato éramos argentinos); le mostré el cartón y le dije: «Vengo de este Monasterio que tiene como intención principal rezar por la paz en el mundo y aquí le escribí también el número de teléfono para que las llame. ¡Llámelas!, ¡déles trabajo!», el Santo Padre se echo a reír y yo también. Abro un paréntesis aquí para contar que les había prometido esto a mis hermanas contemplativas, mientras que ellas por su parte debían rezar para que yo pudiera saludar al Santo Padre, ¡por lo que tenía que cumplir mi promesa!

Luego le dije: -«Estoy viajando a Egipto para estudiar el árabe para la fundación de un nuevo Monasterio». Entonces –sin que me lo esperara- con su mano me tocó la cabeza y haciéndome la señal de la cruz en la frente me dijo: -«¡Dios te bendiga hija mía! -y añadió- ¡Y buena misión en Egipto!». ¡Fue tan lindo ese momento, fue inolvidable!

papassvm2Dos días después, el viernes 31, memoria de San Juan Bosco, con la hermana María Blahovischenia, participamos de una Santa Misa en Santa Marta, en el Vaticano. Teníamos que estar a las 6:30 de la mañana. Ese día llovía a cántaros y ¡llegamos empapadas!, gracias a Dios, que allí hay una recepción en la que uno puede dejar los paraguas y colgar los abrigos para estar más presentables. Previamente a la Santa Misa, un sacerdote nos dio algunas directivas y comenzó la celebración. En la homilía el Santo Padre hizo referencia a la primera lectura sobre el pecado de David y dijo que un peligro de estos tiempos era la pérdida de la conciencia de pecado, que no nos debíamos acostumbrar a eso y también que en nuestros días hay muchos “Urías” (el hitita), es decir almas inocentes, que mueren por la ambición de otros.

Terminada la Santa Misa, después de una larga acción de gracias, de modo ordenado y en fila, pasamos a saludarlo. Comenzó a saludar al Santo Padre primero la hermana María Blahovischenia diciendo que ambas pertenecíamos al Instituto “Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará” y le entregó un rosario que le mandaba de regalo la M. María de Anima Christi por los 25 años de fundación del Instituto. Luego le dijo que ella era ucraniana, de la Iglesia greco-católica, de rito bizantino. El Santo Padre la saludó en ucraniano, para sorpresa nuestra (después supimos que siendo Arzobispo de Buenos Aires estuvo a cargo de las Iglesias orientales). Le mostró las fotos que tenia con su familia para que el Santo Padre se las firmara y por último le contó que había sido curada milagrosamente de un tumor por intercesión del beato Juan Pablo II.

Yo aproveché para saludarlo nuevamente y contarle que ya rezaba por él, pues en el año 1998, el P. Miguel Sacco había pedido en nuestro Monasterio una capellana para “su Obispo” (que en ese entonces era él). Sorprendido, me preguntó por el P. Sacco: -¿Cómo está Miguel?, le dije que bien, aunque delicado de salud y bromeando me dijo: -«Y bueno, ¡también tiene sus años!». Luego le mostré las fotos en la que están mis hermanas religiosas y otra en la que está toda mi familia. Me dijo: -«¿Querés que te la firme?». «¡Bueno!», le respondí (menos mal que él tuvo la iniciativa porque ya uno de los guardias nos había hecho señas de que no le pidiéramos que nos firme las fotos…). Nos despedimos inmensamente agradecidas y contentas, comprometiendo nuestras oraciones por Él y su ministerio petrino.

La impresión que tuve de él fue la de un hombre sereno que transmite mucha paz.

Bueno, hasta aquí la crónica que, si bien se hizo un poco larga, es lindo compartir con los seres queridos estas delicadezas de la Providencia. Debo confesar que había pedido esta gracia a mi madre (q.e.p.d), a quien sentí muy cercana en esos días y siempre.

Sinceramente no estaba en mis planes escribir esta crónica, pero se me vinieron a la mente aquellos versos que Pemán pone en boca de San Ignacio a su hijo San Francisco Xavier:

“Escríbeme por menudo,

tus andanzas y sucesos:

ni los agrandes por vano,

ni los calles por modesto;

que de Dios serán las glorias

y tuyos solo los yerros”.

Y como agrega el P. Buela en el Libro de las Servidoras I: “…Y has de escribir hermosas crónicas a tus Hermanas, ¡tal vez ese sea tu mayor apostolado!”

Me encomiendo a las oraciones de todos y principalmente pido por los frutos apostólicos del viaje que el Santo Padre realizará en Tierra Santa. ¡Quiera Dios, por medio de esta visita, bendecir a estos pueblos con el don de la paz!

En Jesús, José y María,

Hermana Mariam Fatme Peralta