Por: M. María Templo de la Santísima Trinidad, SSVM

Murió al amanecer del día de Navidad, que era, a la vez, el día de su cumpleaños. Cumplía 92 años. Y murió en su querido monasterio, que es también nuestro, aquí en Valkenburg. El Señor quiso llevarse a la hermana Regina, benedictina del Santísimo Sacramento, luego de 65 años de vida religiosa.

Quisiera compartir con mi Familia Religiosa lo que vivió nuestra comunidad en torno a la muerte de Regina, y también nuestras experiencias tan bellas y edificantes en la convivencia con una comunidad de hermanas ancianas.

Como ya muchos saben, las Servidoras contemplativas de Valkenburg vivimos, en el mismo monasterio, con una comunidad de ahora cuatro —hasta el año pasado seis— benedictinas. Desde el inicio de nuestra presencia aquí, hemos considerado un privilegio el poder vivir con hermanas ancianas, no sólo porque, por ahora, es una realidad muy inusual en nuestras comunidades, sino también porque uno aprende de la experiencia de las religiosas mayores. Podríamos mencionar muchas gracias y beneficios que se siguen para cualquier comunidad del hecho de contar con miembros ancianos, como, por ejemplo, la obra de caridad que se practica con el cuidado y solicitud por sus necesidades y enfermedades. Pero ahora quisiera detenerme sobre todo en el ejemplo que ellas nos dan, teniendo aún muy fresca en mi memoria la imagen de la hna. Regina.

Regina era una hermana muy sencilla, de un pueblito cercano a Valkenburg. Se distinguía sobre todo por su fidelidad a la Adoración y Reparación, que es lo propio de su carisma. Practicaba con sencillez lo que había aprendido de su buena maestra de novicias, la hna. Maura, y continuaba siendo una «novicia» en la puntualidad y fidelidad a las pequeñas prácticas de la vida contemplativa. Como la describió la Madre Escolástica en su funeral: «pocas veces se la veía en el locutorio, pero siempre se la encontraba en la Iglesia». Todas sabíamos que ella era siempre la primera en ofrecerse cuando había que cubrir un turno de la Adoración Perpetua. Además de su piedad tan simple y profunda, la hna. Regina gozaba de un gran sentido del humor y mucho sentido común, y con sus comentarios ponía siempre una chispa de alegría en las recreaciones. Pero más allá de todo eso, quisiera destacar la Regina heroica que vimos los últimos días.

El final de su enfermedad fue muy doloroso, y lo más difícil era saber que no se podía hacer nada más para aliviarla. La infección en su pie continuaría aumentando hasta producir septicemia. De todos modos, la veíamos con mucha fuerza y energía, así que todas pensábamos que la tendríamos aún algunos meses más entre nosotras. Creo que no nos dábamos cuenta de que estaba al límite de sus fuerzas, porque, aun así, gracias a su fortaleza, intentaba darlo todo en su fidelidad a las pequeñas cosas. Hasta el último día trató de cumplir su horario, venir a rezar al coro, participar de la santa Misa, comer con la comunidad en el refectorio, etc.

El 24 de diciembre, comenzó a sentir mucho más dolor. Su pie se estaba muriendo. Estaba literalmente podrido. Y las curaciones que le hacíamos eran muy dolorosas. De todos modos, ella quiso participar de la Santa Misa y de la Vigilia de Noche Buena. Esa noche rezamos primero el oficio de lecturas, y luego tuvimos la Santa Misa. Fueron dos horas seguidas en la Iglesia. Al comenzar el oficio, me di cuenta de que estaba con mucho dolor y agotamiento. Me acerqué a ella, y le pregunté si quería ir a descansar, ya que podría seguir la liturgia desde su celda, a través de los parlantes que transmiten las celebraciones de la Iglesia. Me miró con una expresión de inquietud y súplica al mismo tiempo. Y me dijo: «Madre, hoy es fiesta… ¡y es sólo una vez al año!». Entendí que no había modo de convencerla, a pesar de que estuviera sufriendo tanto.  Luego de la Misa, tuvimos los festejos, de los que tomó parte mostrando gran alegría, disimulando su dolor. Al ir a descansar, cuando ya la dejamos acostada en su cama, se despidió de nosotras con un rostro tan sonriente y agradecido, que no lo olvidaremos nunca, como tampoco su sonrisa.  Así fue como vivió la hna. Regina su última Navidad.

A la mañana siguiente, el Divino Niño Jesús vino a buscarla, se fue a festejar Navidad y su cumpleaños al Cielo. Pudimos estar junto a ella, y toda la comunidad se reunió en su celda, alrededor de su cama, en oración.

* * *

Mucho se podría decir acerca de lo que vivimos como comunidad los días sucesivos, y de todo lo que significa la pérdida de una hermana en una comunidad monástica. Pero más que detenerme en eso, quisiera detenerme en todo lo que nosotras recibimos de ellas, de la hna. Regina, pero también de hna. Gertrudis que murió un año antes, y de las cuatro benedictinas que aún viven con nosotras, y a quienes nos sentimos tan unidas.

Ellas siempre nos están agradeciendo los cuidados que les damos, por el poder vivir su vida religiosa aún en el monasterio y un largo etcétera de cosas que nos agradecen, que sinceramente no son tan reales como ellas las exageran. Por nuestra parte, nosotras no cesamos de contradecir esas afirmaciones diciendo que es mucho más lo que nosotras recibimos de ellas. Y así estamos siempre en una continua competencia de agradecimiento. Lo cierto es que nosotras tenemos razón, y es mucho más lo que nosotras recibimos, que lo que damos. El ejemplo de perseverancia, patente a nuestros ojos todos los días, de una caridad exquisita, siempre atenta y solicita, un interés y cariño por todo lo nuestro, por nuestra Congregación, por nuestros familiares. Y, sobre todo, lo más importante es el ejemplo de ser verdaderas Esposas de Cristo, estando siempre junto a Él, en adoración, rezando e intercediendo por la salvación de las almas.

Muchas veces, en las recreaciones, les pedimos que nos cuenten de su historia, de sus tradiciones, anécdotas o les pedimos consejos para nuestra vida religiosa. La M. Escolástica, que a sus 92 años conserva una lucidez increíble, responde a nuestras preguntas, con una gracia muy especial, que nos tiene a todas prendidas de sus palabras, no sólo para poder entender el holandés, sino para no perdernos nada de los que nos dice. Es entonces cuando comprobamos que es tanto lo que tenemos en común. Aun siendo dos Institutos tan distintos, distintos en carisma, distintos en cultura, en generaciones, con tradiciones distintas, pero aun así… ¡es mucho más lo que nos une! ¡Es la misma vida religiosa de todos los tiempos!

Tanto ellas como nosotras somos muy conscientes que nuestra misión en Valkenburg es continuar lo que ellas comenzaron. Nos transmiten la vida comenzada por ellas en este monasterio y que debemos prolongar; heredamos no sólo un edificio, sino toda esa historia. Nosotras continuaremos la presencia religiosa aquí, no del mismo modo, sino según nuestro propio carisma, y es cierto que es doloroso para ellas ver que con ellas muere su carisma aquí, pero sin embargo ellas contemplan nuestro crecimiento llenas de esperanza y consuelo, nos alientan, nos aconsejan, nos apoyan en todo.

Pensando en estas cosas, se me vino el recuerdo del himno de mi colegio, que cantábamos siempre al final de la Misa de los primeros viernes, y se titulaba: Venimos desde el ayer. Y en sus primeras estrofas decía: «Despierten claros redobles al pie del amanecer, que marcha hacia el horizonte, venimos desde el ayer. Al asalto del mañana; centinelas a la vez de viejas glorias pasadas donde arraiga nuestra fe».

«Venimos desde el ayer…. Centinelas a la vez de viejas glorias pasadas». Qué consuelo es saberse respaldadas por toda una tradición, continuadoras de la vida religiosa, y con la misión de transmitirla también a las nuevas generaciones, para que nunca falte en la Iglesia, este estado de vida que mejor imita la vida de Nuestro Señor.

Y así marchamos «Al asalto del mañana». Miramos a nuestras hermanas viejitas, que en estos días están de retiro, que aún toman apuntes de los puntos que da el predicador, a sus 90 años, y se pasan el día en la iglesia; y también a las que yacen en nuestro cementerio. Ellas pasaron las mismas tribulaciones y pruebas: problemas familiares, comunitarios, tentaciones, noches oscuras, desalientos y cansancio. Ellas «combatieron el buen combate» (cfr. 2 Tim 4,7) y allí están dándonos ejemplo de una vida totalmente entregada a Dios.

Que María Santísima, abadesa de este Monasterio y de todos los monasterios de las Benedictinas del Santísimo Sacramento, nos conceda a nosotras seguir este ejemplo.

María Templo de la Santísima Trinidad

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