Por: P. Pablo Folz, IVE
La Finca de Tanzania, 10 de marzo de 2021
El día de un misionero está repleto de sorpresas. A medida que va pasando, Dios lo va llenando de asombros y gracias a cada momento, que le hacen a uno, no notar el tiempo ni el cansancio hasta que llega la noche. Aún ahí, siempre está la posibilidad de que suceda algo más. Por lo general algún enfermo o alguna necesidad en la comunidad. Pero lo que pasó el 5 de marzo fue realmente inesperado, y se los quiero contar.
Ya el día terminaba, un día de esos que podemos llamar espectaculares. Había podido ir a la aldea de Kanyenye a celebrar Misa. No está lejos de nuestra parroquia, pero solo se llega en moto por un camino bien castigado por las lluvias. Los paisajes son siempre muy lindos. El sendero entre bosques, pastores con sus vacas, carretas que llevan las cosechas, campos de arroz, casas típicas y una montañita de piedra que nos invita siempre a sacarnos una foto cada vez que pasamos por allí.
Y entonces, ya de vuelta en nuestra querida “Finca” (así llamamos a nuestra casa de formación, el “Noviciado Francisco Javier”), me disponía a preparar algo para cenar, cuando, de repente, veo por la ventana que da hacia la calle, una luz que me llama la atención. En cuestión de segundos, uno de nuestros chicos me trae la noticia de que había una señora en la calle que estaba a punto de dar a luz.
Salgo bien apresurado y amago a buscar la camioneta para llevarla al dispensario que atienden nuestras hermanas, que sólo queda a diez minutos de distancia, pero el chofer de la moto que se había acercado a pedir ayuda me hace entender que no hay tiempo. Corrimos entonces hacia la calle, que está a unos cien metros de nuestro comedor, y allí estaba la mujer por dar a luz, recostada al costado de la calle, sobre un nylon que improvisaba una camilla. Su madre le sostenía la cabeza. Todo fue muy rápido. Estaba muy oscuro y silencioso. Con los faroles de la moto alumbrábamos el camino, y yo, con mi celular, toda la escena.
Llamo inmediatamente a las hermanas que rápidamente se ponen en camino. Pero no llegarían a tiempo, porque de repente escucho a la madre pegar un grito, (uno solo para mi admiración) e ilumino devuelta la escena con el teléfono y allí estaba el niño sobre el plástico.
Tomo al niño y viendo que no se movía y que parecía realmente muerto, mando a buscar agua para un bautismo. Pero después de unos minutos, creo yo, o quizás segundos, (todo pasaba muy rápido) mientras lo daba vuelta, lo limpiaba y le pedía a Nuestra Madre que nos hiciera el favor, el niño comenzó a respirar bocanadas de aire.
¡Qué alegría! ¡Estaba vivo! Poco a poco comenzaba a respirar y a llorar. Se acercó la abuela y corto el cordón. Lo envolvimos enseguida con unas mantas esperando a las hermanas que estaban en camino. No tardaron en llegar y se pusieron a asistir de la mejor manera posible a la madre que seguía recostada sobre el plástico y al niño, ya en brazos de la abuela, que seguía llorando con gran vitalidad. Luego todos se fueron al dispensario escoltados por la moto, que había hecho de ambulancia.
Como es de suponer, todo me dejó muy impresionado. Pensar que esa madre venía reteniendo el parto desde una aldea muy lejana, Bulela, a una hora y media de viaje, en moto y por un camino de tierra, destruido por las lluvias. Un camino atravesado por un río que solo se puede cruzar embarcado sobre una canoa que está hecha de la corteza de un árbol, cosa que no ofrece nada de seguridad, y aún menos de noche.

Así venía esa pobre madre, que ya habían pedido ayuda en otro dispensario, pero que le había sido negada, pues por ley hay dispensarios designados para madres primerizas, por lo que juzgaron mejor que naciera en la entrada de nuestra casa. Todo esto es una clara imagen de las necesidades del lugar y de lo sacrificada que es la gente. ¡Cuánto nos hacen valorar ellos lo que tenemos en nuestras tierras y ni nos damos cuenta!
Llamamos al recién nacido con el nombre de Francisco pues nació en la entrada de nuestra casa, a pocos metros del cartel que dice “Noviciado Francisco Javier”.
Cuando volvía a la cocina a terminar la cena que había dejado a medias, pensaba muchas cosas, no sólo la necesidad del lugar y que por gracia de Dios y la Virgen todo terminó más que bien, sino también en el misterio de la Navidad, pues con animales más y pajas menos, así de esa manera, vino el Verbo Encarnado a este mundo, pobre, después de un viaje agotador, sin encontrar un lugar para nacer y por medio de María.
Firmes en la brecha
P. Pablo Folz, IVE






