Desde el lunes 23 de mayo hasta el jueves 26 las madres de las comunidades de la provincia de la Inmaculada Concepción, nos reunimos, como lo hacemos a fin de cada año lectivo para evaluar y planificar. Generalmente es una fecha complicada para todas porque estamos con comuniones, confirmaciones y otras actividades de fin de año en las parroquias.  Así que, el lograr salir de la parroquia y de las actividades y responsabilidades que la comunidad tiene, a veces parece irrealizable. Pero, al fin, una vez emprendida la retirada, enseguida se empieza a saborear e incrementar el deseo de encontrarse con el resto de las madres…

Digo que el deseo se incrementa porque esta reunión, si bien es una “reunión”, no deja de tener su particularidad. Ciertamente es de trabajo, pero quien dice trabajo, también dice eutrapelia y también aventura y también peregrinación.

Empezamos el lunes en la casa provincial con Adoración y buenas noches. La Madre Sacred habló de cómo el Papa Juan Pablo Magno, apóstol de María, nos ayuda a vivir mejor nuestro voto de esclavitud mariana, nos lleva a María. Durante ese día entre abrazos y bienvenidas, nos fuimos encontrando y avivando el espíritu.

El martes después de la Santa Misa y desayuno, nos preparamos para irnos de peregrinación al Santuario de la Virgen de Lourdes, la Inmaculada Concepción, en Maryland. Es un viaje de más o menos 1 hora y media desde la casa provincial en Washington DC.  Allí pudimos recorrer el via crucis, y rezar en frente a la imagen de Nuestra Señora de Lourdes.

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En el santuario, providencialmente, hay también una pequeña y hermosa capilla dedicada a María Auxiliadora. Ese día, 24 de mayo, era la fiesta de María Auxiliadora, en el que las ex aspirantes celebran su día, agradeciendo la perseverancia.

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También hay un manantial de agua que, dicen, es milagroso como el de Lourdes.

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Más tarde fuimos a visitar la capilla del Inmaculado Corazón, que está en el mismo predio, al lado del seminario.

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Muy cerca hay un parque con unas cascadas, así que con un grupo pudimos hacer una pequeña salida a la montaña (más bien montañita), solo que por tiempo no llegamos hasta la cascada. De todas maneras pudimos aprovechar la naturaleza, ya que, aunque fue corto, encontramos una serie interesante de animales en una pequeña reserva: un águila, lechuzas de diferentes tipos, una tortuga inmensa, y, fuera de la reserva, alguna víbora. Esta última no gustó tanto al resto del equipo.

Ese día y los siguientes de nuestra reunión, se desarrolló en la casa de las hermanas Hijas de la Caridad, fundadas por Santa Elizabeth Anne Setton. Se trata de un convento que fue construído al lado de la casa madre para 1200 monjas, ahora hay alrededor de 70. Nos recibieron con muchísima caridad, y tuvimos la oportunidad de conversar con algunas de ellas, tuvimos el honor de conocerlas y compartir con ellas un hermoso momento. Como agradecimiento hacia las hermanas, les ofrecimos un pequeño fogoncito, y después de la cena pudimos tener más tiempo para seguir trabajando, rezar y hasta hacer una caminata.

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El jueves por la mañana, después de la Adoración, emprendimos el viaje de regreso. Fuimos directo al santuario de Juan Pablo II, en Washington DC. Este santuario fue construido por los Caballeros de Colón no mucho tiempo atrás. Tiene un museo bastante grande, una capilla espaciosa también de la que no pudimos ver muchos detalles debido al tiempo, y una más pequeña dedicada a los misterios luminosos del rosario. En esta última tuvimos la Santa Misa, celebrada por le P. Juan Pablo. Al pie del altar se expone una reliquia de sangre del Papa Magno. Si bien es un santuario moderno, los mosaicos y diseños tienen una belleza particular, a la que hay que acostumbrarse. El mayor valor es el de la reliquia que se encuentra en un relicario con forma de tubo en el cual se enraíza el árbol de la cruz que el Papa JPII usaba en su báculo. Es ésa la cruz fija que está sobre el altar. Su significado es más que claro, representa su sangre, es decir, su vida de santidad, su trabajo evangelizador como pastor de la Iglesia universal, fundida con la de Cristo en el altar. El árbol de la cruz que da y dará frutos de fe y santidad por la acción redentora de la Sangre de Cristo.

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Así es que, entre reuniones, deportes, salidas y eutrapelias, pudimos también conocer más en profundidad el apostolado de todas nuestras hermanas en la provincia, los sacrificios, las dificultades, los frutos y las ideas que pueden servir y comprobar así, una vez más, que de este modo todo se hace más liviano. Compartiéndolo, lo que por momentos parece grande se torna pequeño y hasta gracioso. Esta es una de las características del buen humor, saber reírse de uno mismo, de las dificultades que aparecen invencibles, de las cosas que nos suceden y que en el momento en que lo miramos desde la mirada de Dios se torna simple, o gracioso, u obvio, o hasta divertido. Cuando se comparten las penas y las alegrías, la alegría se hace más gozosa y la cruz también, se torna más liviana.

Termino esta simple crónica con tres conclusiones desgajadas, en cierto modo, del sabroso fruto que estos hermosos y fructíferos días compartidos con las madres dejaron en el alma:

En primer lugar, pienso que no debemos cansarnos de agradecer y apreciar el valor de la tan enseñada y aprendida virtud de la eutrapelia. El P. Sáenz con gran acierto, la cuenta entre una de las siete virtudes que han sido olvidadas. Este olvido desgraciado, con los años, vaya a saber, puede ocurrirnos también a nosotros. Por ello debemos poner gran cuidado en no descuidar esta virtud que de tanta ayuda es para vivir la santidad en plenitud. Como dice Pieper, pensando con Santo Tomas, nosotros, por el tercer mandamiento nos ordenamos a descansar nuestro espíritu en Dios, pero este descanso, real y profundo, depende y es posible con la condición de que el hombre acepte su verdadero y propio significado. Entonces, sólo quien, consciente de quién es Dios y quién es uno, cumple Su Santisima Voluntad, puede y de hecho se va acostumbrando a buscar ese reposo, esa quietud, a ordenar su descanso y recreo en Dios.

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En segundo lugar, fruto también de la peregrinación es el renovar la propia devoción y el fervor. Y con esto agradezco que podamos peregrinar y hacernos amigas de los santos, aquellos hombres, como dice la carta a los hebreos, “de los que el mundo no es digno”, para aprontar y acicatear nuestra voluntad siempre más para el mejor servicio de Dios, con un mayor amor al sufrimiento y a la cruz.

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Finalmente, una de las mayores gracias recibidas, es la de pedir renovadamente la gracia de ser como aquellas grandes mujeres, así como lo fue Santa Elizabeth Setton, mujeres con todas las letras, que dejaron en la historia una huella de la Trinidad con sus vidas. Ellas nos ayuden a tener y cultivar ése espíritu caudaloso y magnánimo que nuestras constituciones rezan.

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María del Sol, misionera en Toronto, Canadá