Por: P. Pablo Folz, IVE
¡Cuántas son las veces que el misionero tiene que repetir estas divinas palabras de Nuestro Señor! El hecho de pensarlo nos recuerda nuestra total indignidad para actuar in persona Christi, pero también nos llena de gozo, sabiendo que nos lo exige el mandato de Nuestro Señor.
El día de ayer comenzamos con lo que podríamos llamar «la ronda de confesiones», que consiste, simplemente, en recorrer por unos siete u ocho sábados las aldeas de nuestras parroquias, confesando a aquellos que recibirán por primera vez a Jesús sacramentado.
Este año, la sequía se ha prolongado y el calor se hace notar, sobre todo cuando, ya pasado un buen rato de oír confesiones, la escasa sombra de un árbol medio seco que hace de confesionario, se va desplazando, y casi sin notarlo te encuentras al rayo del sol perdonando pecados, y también pagando por otros tantos.
Es de notar que esos niños, a pesar de las tantas asperezas que presentan sus vidas cotidianas, perseveran y llegan al «confesionario» con una gran preparación. Una gran parte de ellos provienen de familias totalmente paganas, y caminan largas distancias para poder recibir el catecismo. Además, muchas veces no reciben el permiso para asistir a las lecciones, porque no se lo sería dado, ya que alguien tiene que buscar el agua, pastorear el rebaño y recoger leña. Señalo esto para mostrar que el esfuerzo de esos niños es muy meritorio y que a nosotros nos ayuda a darnos cuenta de que en realidad el sol no quema tanto.
Enseña San Juan Pablo II que la confesión, «es el derecho a un encuentro del hombre más personal con Cristo Crucificado que perdona, con Cristo que dice por medio del sacramento de la reconciliación “tus pecados te son perdonados”, “vete no peques más”. Como es evidente, este es también, el derecho de Cristo mismo hacia cada hombre redimido por Él”.
Que María Santísima siga guiando y protegiendo a estos niños que dentro de poco recibirán a su Hijo inmolado.
P. Pablo Folz, IVE
Misionero en Tanzania





