Por: Maria Mare de Déu del Somriure, SSVM
«Queremos ver a Jesús». Ese parecía el profundo anhelo de los corazones de casi setenta jóvenes que, por gracia de Dios, el sábado 27 de enero pudieron visitar nuestro monasterio, Nuestra Señora de Sheshán, en Zhongli, Taiwán.
Después de una breve bienvenida introduciendo a grandes rasgos la vida contemplativa y cuál es su principal ocupación y su importancia, tuvo lugar la exposición del Santísimo Sacramento. Las hermanas junto con los jóvenes cantaron entonces la hora menor de Tercia, y luego, el sacerdote encargado del grupo, presidente de la Sociedad para las misiones pontificias, dio la Bendición Eucarística.
Seguidamente el grupo se dividió en dos. Una parte, que había recibido con antelación el nombre de Nuestra Señora de Sheshan, fue al locutorio para participar de varios juegos. Y la otra mitad, el grupo de San Juan Pablo II, se quedó en la Iglesia para poder escuchar una conferencia sobre la oración. Después de unos cuarenta minutos, los grupos se intercambiaron. Y luego de otros cuarenta minutos más, todos se reunieron en el locutorio, donde se llevó a cabo la emocionante ceremonia de entrega de premios. No se puede no mencionar el entusiasmo de Jiasi, la representante del grupo vencedor, que agitaba bien alto en una mano la copa de la victoria, y en la otra el regalo para compartir, mientras llevaba en su cabeza una corona de laurel.


Para terminar con esta breve pero intensa visita, las hermanas repartieron trozos de pastel que habían preparado para los chicos. También les regalaron un pequeño catecismo de las 90 preguntas junto con una estampita que representaba la escena del Hijo Pródigo y un “QR Code” al anverso para acceder a un examen de conciencia que los pueda ayudar para hacer una buena confesión en esta cuaresma.
Al final les preguntamos si lo habían pasado bien y respondieron a coro que sí. Entonces les dijimos que la alegría que habíamos tenido estando juntos, en el Cielo va a ser infinita y que para ir al Cielo teníamos que tener el alma pura, y justamente para eso es importante la confesión.
Todos se fueron muy contentos. Con ganas de volver, y de traer más jóvenes.
Algunos manifestaron que estaban hen gandong o sea, muy conmovidos (con una expresión muy típica taiwanesa), y otros más tarde comentaron cómo esas horas en el monasterio habían sido, con diferencia, la mejor actividad de todo el día, puesto que después de visitarnos tenían todavía otras cosas en su programa.
Una de las encargadas de la actividad nos mandó luego algunos de los comentarios que los jóvenes habían escrito sobre ella:
«Qué bebida más deliciosa en la casa de las hermanas. Sería una pena que alguien se la perdiese».
«Me encantó la adoración con las hermanas. La escena me volvía una y otra vez a la mente cuando regresé a casa».
«La conferencia de la hermana estuvo genial».
«¡La hermana que presentaba los juegos era tan graciosa!»
«Oh Dios mío, los juegos en la casa de las hermanas fueron tan divertidos. Cómo pudieron ser tan simples, pero tan divertidos. No dieron muchas instrucciones sobre los juegos, pero todos los jóvenes participaron entusiasmados».


Nos parece interesante este último comentario de uno de los jóvenes. Este chico estaba sorprendido de cómo se había divertido tanto con juegos tan simples. A lo que las hermanas, hablando entre nosotras, concluimos que no podía ser sino porque toda la actividad había empezado adorando a Jesucristo bajo las especies eucarísticas y rezando juntos.
Es cierto que toda la actividad estaba bien pensada y organizada con antelación (con mucha antelación a decir verdad con nuestros criterios occidentales), pero pensamos que los frutos que ya pudimos percibir dependieron de algo más profundo que eso. Se podría explicar con una frase de nuestras constituciones que dice así: «Queremos ser cálices llenos de Cristo que derraman sobre los demás su superabundancia» (Const. 7). Nuestra vida contemplativa es profundamente eucarística, no sólo por la participación diaria en la Santa Misa, por las dos horas de adoración al Santísimo, y porque nuestra ocupación principal, la oración, se desarrolla mayormente en presencia de Jesús Sacramentado, sino también porque con nuestra vida de clausura participamos de modo particular al anonadamiento de Cristo en el más augusto de los Sacramentos. Él por amor nuestro quiso renunciar incluso a la posesión de su cuerpo, y nosotras a su vez, renunciamos hasta al espacio físico para tener una unión más íntima con Él, hecho Pan de vida eterna. Y toda nuestra vida es entonces un esfuerzo y una lucha por ser cada vez más esos cálices llenos de Cristo, que puedan derramar su superabundancia, que puedan saciar la sed de Dios de tantas almas que lo buscan y tanto anhelan. Y esa superabundancia se derrama en todas nuestras acciones, hasta las más simples, que Dios de modo misterioso usa para fecundar las semillas que como Dueño de la mies va sembrando en los corazones.
No dejemos nunca de cantar las misericordias de Dios que se digna usar nuestra pobre y frágil naturaleza humana para hacer grandes cosas. Sí, es algo grande que, en un país pagano que aún no ha sido sanado y transformado por la gracia del Evangelio, setenta jóvenes se pongan de rodillas para adorar a Cristo, reconociéndolo como Rey eterno que es. No dejemos nunca de cantar las misericordias de Dios, sabiendo que cosas más grandes quiere hacer.
No nos cansemos de pedir a nuestra Madre Amada, para que «ella de manera especial, por su fuerza virginizante, siga alentándonos a dejarnos guiar por su espíritu» (cfr. El Señor es mi pastor, p. 872) Para que los que quieran ver a Jesús, vean en nosotros, cálices llenos de Cristo, como otra humanidad suya.
Maria Mare de Déu del Somriure,
Comunidad Contemplativa Nuestra Señora de Sheshán,
Taiwán





