Por: P. Diego Cano, IVE
Kangeme – Ushetu, Kahama, Tanzania, 15 de junio de 2021
Consideramos una gracia del todo especial el haber podido celebrar la Solemnidad de Corpus Christi con toda normalidad, cuando en tantos lugares del mundo no se ha podido hacer, o se ha realizado sin presencia del pueblo fiel. Gracias a Dios pudimos hacer varias procesiones con la Eucaristía, en varios puntos de las dos parroquias, y de esta forma ha sido posible que participe una gran cantidad de fieles. Esta fiesta, junto con la del domingo de Ramos, es la más popular entre los católicos. Digamos que les encanta la fiesta del Corpus, y se desgastan en preparativos: los cantos, la iglesia y su entorno, la comida para todos, y caminar muchos kilómetros desde las aldeas vecinas para poder asistir.
Cada sacerdote de la misión realizó dos procesiones con el Eucaristía, una el sábado y otra el domingo, haciendo un total de seis procesiones. Un fin de semana muy intenso, que nos exigió un esfuerzo especial, ya que los centros donde se harían las ceremonias no estaban muy cerca, y además las procesiones en general son largas. Les gusta hacer un largo recorrido, a paso lento, y llevan más de dos horas junto con las bendiciones en cada altar. Doy testimonio que el día domingo, ya no me daban más los brazos para llevar la custodia, y no sabía cómo hacer. Lo único que les pedí promediando la mitad de la procesión, que apuraran un poco el paso.
Para la celebración del Corpus del día sábado, salimos el día anterior con un equipo de tres hermanos y novicios. El viaje era hasta Nyasa, y como les he contado otras veces, el camino en tiempo de lluvias se corta por un río. Hace ya casi un mes que no llueve, y el río está notablemente bajo, pero tenemos que esperar a que también se sequen un poco los campos de arroz que están cerca del río, y que se pueda pisar con el vehículo sin riesgo de quedarse atascado. Por el momento la opción es dar la vuelta larga, de 50 km, pasando a la diócesis vecina y volviendo a ingresar, por un camino que está en buenas condiciones en su mayor parte. Sin embargo, nos recomendaron un camino que nunca había hecho, y que nos dijeron que “estaba muy bueno”. Yo tenía mis dudas, pero quien lo recomendaba nos aseguró que se pasaba lo más bien, y que habían vehículos que ya estaban pasando. Decidí probar, sobre todo para conocer otro camino para acceder a la parte sur de la parroquia, y porque en el camino pasaría por un poblado que no conocía, a pesar de estar dentro de la parroquia.
Comenzamos el viaje y luego de pasar la aldea de Mbika llegamos a Iraki. No me pregunten porqué se llama así, puesto que todavía no he averiguado si esa palabra significa algo en sukuma. Esta población, que no tiene capilla ni nada, es bastante grande, se veía mucha gente, y sobre todo niños que miraban sorprendidos el paso de nuestra camioneta. Algunos niños comienzan a gritar para avisarles a sus compañeros que vengan a ver: ¡Un auto! ¡Un auto! Como si se tratara de la llegada de una avioneta o un barco… y nos causa siempre un poco de gracia. Este pueblito está a unos cinco km de Mbika, donde tenemos una comunidad pujante, y los catequistas de allí nos han dicho que quieren comenzar la misión en este otro poblado, turnándose por domingos, pues saben de la existencia de algunas familias católicas. Estas familias a veces van a rezar a la aldea de Mbika, pero como les queda un poco lejos para ir y volver a pie, no es muy frecuente su asistencia. Y si uno lleva una capilla, y facilita el servicio religioso, es mucha más gente la que comienza a rezar y acercarse. Ya están juntando dinero para comprar un terrenito en ese poblado.
Pasamos Iraki, y nos encontramos con el río que era un charco literalmente. Lo pasamos sin problemas. Pero del otro lado nos encontramos con lo que esperaba, un camino en muy malas condiciones. Se veían pocas huellas, y sobre todo algunas huellas de camiones, que se habían atascado. También muchas huellas de motocicletas, con caminos alternativos que esquivaban los lugares llenos de barro. Nuestro vehículo se debía ir abriendo paso entre las ramas de los arbustos, muchos de ellos muy espinosos, y debimos utilizar la tracción en las cuatro ruedas, porque a cada instante nos encontrábamos con terreno pantanoso “dudoso”, es decir, medio seco y medio húmedo. En algunas partes nos debimos bajar para ver el estado del camino y corroborar la posibilidad de seguir. Y en otras partes, nos encomendamos a la Virgen con un “bajo tu amparo nos acogemos”, y apretamos el acelerador sin aflojar.
Gracias a Dios pudimos seguir adelante y llegamos a un poblado en el que yo había estado una vez, donde vine a bautizar a una abuela. Comencé a reconocer un poco el camino, y preguntamos a unas personas cómo se llamaba el lugar. “Kasenga”, nos respondieron, muy amablemente y con una sonrisa al ver un vehículo de cuatro ruedas transitando por los angostos caminos. Ya nos sentimos en casa el ver que algunas personas nos saludaban reconociendo a los padres, y hasta nos causó alegría escuchar en un grupito de niñas que una de ellas dijo al vernos: “ká Diego”… que es como decir en sukuma… “Padrecito Diego”. Nos sentíamos más cerca de Bulela, la aldea de la que les conté en la crónica anterior. Aquí en Kasenga tampoco tenemos capilla, y los pocos cristianos que viven allí deben caminar varios kilómetros para asistir en la aldea más cercana.
Antes de llegar a Bulela, el último paso complicado, un gran campo de arroz con el camino totalmente inundado. Uno no sabe qué se puede encontrar debajo del agua… tal vez un piso duro, o poca profundidad… o un barro blando chirle, o profundo. Nos bajamos a investigar y un hombre que estaba por allí nos aseguró que pasaríamos sin problemas, y así fue. Fue cuestión de minutos haber llegado a Bulela, y luego a nuestro destino, Nyasa. Bien, nos habíamos ahorrado casi 25 km de viaje, pero estábamos con la certeza de que al otro día volveríamos por el camino largo.
La fiesta del Corpus en este pequeño poblado fue muy hermosa. A la mañana fueron llegando los fieles de aldeas cercanas, y poco a poco se fue llenando la iglesia. Nosotros con los hermanos y novicios salimos a hacer el recorrido de la procesión y ver los lugares de los altares. Lamentablemente hubo problemas de comunicación antes de esta semana, y no avisaron bien en las aldeas de este centro, así que no asistió tanta gente. Pero de todas maneras estuvo muy linda, y hubo mucha devoción. Es una gran oportunidad para dar catequesis sobre el “misterio de la fe”, el más grande tesoro que tenemos en la iglesia católica, el Cuerpo y la Sangre de Jesús Sacramentado. En varias ocasiones me emocioné hasta casi largar lágrimas. Las contuve bastante bien, pues pensé que no entenderían qué me pasaba, o qué me dolía. Fue especialmente en el momento de comenzar la procesión, cuando salíamos todos caminando con gran solemnidad, y en medio de hermosos cantos eucarísticos… y la segunda vez, al entrar de nuevo en la iglesia, llena de fieles, y mientras entraba la eucaristía se iban arrodillando, como una ola, impulsada por la devoción y amor a Jesús Hostia. ¡Gracias Señor! Tal vez pasan rápidamente por mi memoria imágenes de las primeras visitas a este lugar, hace ocho años, y ver cómo ha crecido la fe… cómo antes sólo dábamos un par de comuniones, en una capilla de barro y techo de pajas, con un poquito de gente.
Imagínense ahora, llevando a Jesús en la Eucaristía, ver una gran cantidad de fieles, realizando esa hermosa procesión, arrodillados en las calles de un pequeño poblado, recibiendo las bendiciones. En la misa comulgaron unas 80 personas, y los niños participaron en un orden y respeto admirables. Todas estas imágenes se van intercalando delante de la mente y del recuerdo del misionero, y le impulsan las lágrimas de agradecimiento y felicidad.
Después de la Santa Misa nos quedamos todos para compartir una comida sencilla, de arroz y porotos, sobre todo para que los que vinieron de lejos tengan fuerzas para regresar. Luego de la comida, como ya es tradición, algunos grupos de niñas ofrecieron cantos y bailes, lo mismo que los miembros del coro de la aldea de Mwendakulima. Esa misma tarde del sábado, después de despedirnos de la gente, cargamos todas las cosas para regresar a Ushetu, para poder dormir esa noche allí y al otro día bien temprano salir hacia Mazirayo, en el otro extremo de la misión. Usando el camino largo para regresar, son 55 km hasta Ushetu, y al otro día debíamos hacer más de 40 km hasta Mazirayo, todo por caminos de tierra muy malos. Aprovechamos entonces a descansar y prepararnos para el segundo día de Corpus Christi en la misión.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano IVE