Querida familia religiosa
En el mes de octubre hay una fiesta que realmente impregna la cultura de los Estados Unidos: Halloween. A partir de septiembre, o incluso agosto, las tiendas empiezan a llenarse de decoraciones espeluznantes, jack-o-lanterns, gatos negros, sombreros de bruja, y caramelos en abundancia. Para la mayoría de los estadounidenses, Halloween y las actividades que lo rodean, como las casas de terror, las fiestas, el trick-or-treating (dulce o truco), etc., no son más que una forma divertida de reunirse con los amigos, disfrazarse y que los niños corran por el vecindario pidiendo caramelos. Una diversión inofensiva, ¿verdad?
Eso es lo que muchos aquí en Mount St. Mary’s pensaban en 1997, cuando el P. Brian Nolan, ahora sacerdote de la archidiócesis de Baltimore, estaba en el seminario. Por aquel entonces, se le encomendó un grupo de jóvenes en una parroquia cercana. Durante el mes de octubre, estos jóvenes organizaron una excursión a la feria local Haunted Hayride. El P. Brian, entonces seminarista, acompañó al último grupo. Al principio, «les dio la bienvenida»  un actor terrorífico vestido de bruja, que dijo con voz espeluznante: «Bienvenidos al Paseo del Heno Embrujado, por favor, firmen su alma al diablo». A continuación, les dio una pluma y un papel para que firmaran. El P. Brian respondió firmemente que ninguno de sus jóvenes iba a hacer eso. «¡Eso no se hace ni en broma!» dijo. Esta experiencia, junto con otras dos inspiraciones providenciales, le hicieron pensar en una forma de ofrecer un paseo por el cementerio más espiritual y católico durante el mes de octubre, un paseo en el que los visitantes pudieran encontrarse con los santos.
La inspiración se llevó a cabo en 2002, cuando, recién ordenado sacerdote, le asignaron la capellanía del McDaniel College. Muchos de sus alumnos tenían ideas erróneas sobre la muerte y la vida eterna. «A través de la oración, la reflexión y la investigación, tomó forma la idea de un «Paseo por el cementerio», enseñando la fe de una manera creativa». Así nació el Back from the Dead. En este Paseo por el Cementerio, los visitantes se encuentran con distintos santos que les permiten vislumbrar la realidad de la muerte, el cielo, el infierno y el purgatorio.

Desde hace más de una década, el Back from the Dead se realiza en el Santuario de Santa Isabel Ana Seton de Emmitsburg, MD, EE.UU. Grupos de entre diez y veinticinco personas caminan a la vez. Antes de entrar en el cementerio de las Hermanas de la Caridad, son recibidos por el sepulturero, que les exhorta a escuchar atentamente lo que les dirán los muertos: «¡Recuerda tu muerte!», dice, «Vive tu vida para tu muerte…». A continuación, los visitantes se adentran en el cementerio encontrándose por el camino con varios santos, entre ellos Santa Faustina, Santa Gianna Beretta Molla, el Siervo de Dios P. Cappadano, Santa María Goretti con Alessandro Serenelli, su asesino, la Sierva de Dios Thea Bowman, Carlo Acutis y, por supuesto, la Madre Seton. En algunos momentos del recorrido, los visitantes se encuentran también con un alma del purgatorio, que describe cómo «no estaba preparada para Dios» cuando murió en un accidente de coche, o con un diablo, vestido de negro, cuyo monólogo arroja luz sobre los sutiles susurros de los espíritus malignos: se abordan las dudas, las falsas ideologías y la cancel culture; al final, los visitantes se encuentran con una «persona en el cielo», que representa a la multitud de santos cuyos nombres son bien conocidos por Dios, aunque tal vez no por nosotros. Al final del recorrido, se lleva a los visitantes a la Basílica, donde uno o varios sacerdotes los confiesan. Los sacerdotes en estas noches suelen estar en el confesionario entre tres y cuatro horas, y aunque algunos de ellos no han participado nunca en el paseo, lo alaban basándose en las buenas confesiones que escuchan.

Los dos años anteriores tuve la oportunidad de hacer esta Caminata, y este año tuve la gracia de participar actuando también yo. Por eso quería compartir con ustedes mi mirada entre bastidores.
En septiembre me reuní con la directora, Becca Corbell, y me ofreció el papel de la Madre Seton o de una «Persona en el Cielo». Después de rezar sobre ello, el papel de «persona en el cielo» me pareció el más apropiado para mí como consagrada. Al fin y al cabo, estamos llamadas a enseñar «a todos los hombres a esperar con gozo y esperanza los bienes del cielo». Me reuní varias veces con ella para ensayar el monólogo y empecé a ver la belleza de la sencillez del texto. Una semana antes de la primera representación, tuvimos un ensayo general en el que pude conocer a los demás actores y ver todo el recorrido de la caminata. Había casi treinta actores, más los que ayudaban entre bastidores, los guías, etc. Era una gran producción, y entre los actores había desde adolescentes a jóvenes adultos, seminaristas e incluso un par de mamás. Vi rápidamente que la presencia de una religiosa entre los actores era un apostolado dentro del apostolado, el hábito parecía suscitar conversaciones sobre las vocaciones, la Iglesia, la realidad del cielo y el purgatorio, y mucho más.

La Caminata se realiza durante diez noches, durante tres fines de semana. Cada noche participan once grupos de entre diez y treinta personas, y así este año vinieron más de dos mil quinientas personas. Cada vez que me tocaba actuar, iba a la Basílica hacia las 17 hs. para rezar Vísperas ante el sepulcro de Santa Isabel Ana Seton y pedir su intercesión. En un par de ocasiones, una de las actrices se unió a mí en las Vísperas. A continuación, cenábamos con el reparto y el equipo. Hacia las 18:15, la directora nos reunía en «la Casa Blanca», es decir, la casa que sirvió de convento y colegio a las Hermanas de la Caridad en tiempos de la Madre Seton. Nos juntábamos en la capilla para los anuncios, los comentarios de la noche anterior y, por supuesto, la oración pidiendo a los santos por el bien espiritual de los que vendrían a la caminata. (Debo explicar que, al final de cada recorrido, se invita a los visitantes a rellenar una encuesta sobre su experiencia. Cada noche Becca compartía algunos de estos comentarios con nosotros. Muchas de las encuestas revelaban que se estaban produciendo profundas conversiones como resultado de la visita al cementerio). Luego nos dispersábamos para tomar un chocolate o un café caliente y encender nuestras linternas.
Una de las principales razones por las que quise participar en este apostolado -además de que me gusta el teatro y actuar- fue por el sacrificio del frío. Tenía que estar en el lugar a las 18:30 y no salía hasta las 21:30 aproximadamente. El primer grupo comenzaba la caminata hacia las 18:30 y, como yo era la última «santa» con la que se encontraban, tardaban cerca de una hora en llegar hasta mí. Mientras esperaba, rezaba el rosario y la coronilla de la divina misericordia. También procuraba contemplar el cielo. Cuando un grupo llegaba, procuraba que mi alegría fuera auténtica. Intentaba imaginar la alegría que sentiría en el cielo al ver llegar a todos mis hijos espirituales. Algunas noches, sin embargo, esto era muy difícil porque el frío hacía que mis músculos se tensaran tanto que todo lo que podía hacer era respirar profundamente y tratar de relajarme. Especialmente esas noches le pedía a la Virgen que fuese mis ojos, mis oídos, mi voz, mis manos y mis pies, y la gracia de volver a ver a cada grupo en el Cielo. Cuando recitaba mi parte, intentaba mirarlos de verdad, hablarles de verdad a cada uno de ellos. A veces sonreían y asentían. Otras, tenían cara de piedra. Algunos grupos de jóvenes venían con risitas. A veces, los niños se me acercaban tanto que me daba risa. Otras veces, los adultos se quedaban lo más lejos posible de mí. Al terminar mi parte, me alejaba en la oscuridad, y ellos continuaban su camino hacia la Basílica. Y esta fue realmente la parte más humilde de esta experiencia interpretativa. No había reverencias al final de la representación, ni aplausos, ni ovaciones. Simplemente me alejaba, rezaba un Memorare por ellos y me ponía rápidamente el chal para calentarme un poco mientras esperaba al siguiente grupo.
El tiempo que pasé allí, en la oscuridad y con frío, me dio tiempo suficiente para reflexionar sobre la Oración de Consagración para Religiosos: en mi vida diaria, ¿enseño realmente a los demás a esperar los bienes del cielo? ¿Aprecio de verdad a la Iglesia como a mi madre? ¿Amo de verdad a todas las almas que Dios pone en mi camino? Cuando muera, ¿oiré la voz del Esposo invitándome amorosamente al banquete nupcial del Cielo? ¿Con qué frecuencia recuerdo realmente mi muerte? ¿Vivo cada día a la luz de mi muerte?
Que Nuestra Santísima Madre nos ayude, en todas nuestras acciones, a indicar a los demás las alegrías del Cielo. Que Ella nos ayude a vivir cada día a la luz de nuestra muerte, para que, cuando venga el Esposo, nuestros faroles estén encendidos.

En Jesús y María
Hna. Maria Thalassa,
Misionera en Emmitsburg, MD, EEUU

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