Por: P. Diego Cano, IVE
Ushetu, Tanzania, 4 de mayo de 2021
Hacia mucho que no veía el firmamento tan estrellado y claro, aunque eso es algo común en donde vivimos. Pero tal vez hace mucho que no me debía sentar afuera, en la noche, debajo de un árbol de mangos para poder tener un poco de señal en el celular antes de irme a descansar.
Estaba en Mazirayo y allí la mayoría de las personas sólo tiene alguna linterna o pequeña luz solar para alumbrarse de noche, y hace que la oscuridad sea plena cuando no hay luna o todavía no ha salido. La aldea se va a dormir temprano, y a las diez de la noche reina un rotundo silencio… sólo se escuchan los grillos y cigarras por doquier. Pensé que sería ideal ponerme a escribir un poco de las actividades de esos días por aquella zona de la misión, pero temía quedarme sin batería en la computadora, pues se había roto el sistema que convierte la electricidad de las baterías en energía corriente. Sólo pude sacar fotos y hacer algunas anotaciones, para no olvidarme de contarles lo que me parecía que podía ser interesante. Siguiendo esas notas es que escribo ahora, desde nuestra casa en la misión de Ushetu.
Fui a Mazirayo para realizar los bautismos de catecúmenos, es decir, niños jóvenes y adultos que se han venido preparando para recibir este sacramento durante un año en el caso de los niños, y dos años en el caso de los adultos. La diferencia es porque los adultos reciben en la misma ceremonia la Confirmación y la Primera Comunión; en cambio los niños y jóvenes se siguen preparando un año más para la Comunión, y después otro año para la Confirmación, tres años en total.
Aprovechamos a que tenemos nuestro “puesto misionero” en Mazirayo para quedarnos y así evitar tantos viajes y cansancio, desgaste de los vehículos, tiempo, etc. Además que es hermoso poder quedarse entre ellos algunos días, y aprovechar a vivir un poco la vida de las aldeas. Se sienten muy felices de saber que nos vamos a quedar. Hacía más de tres meses que no nos quedábamos allí, aunque algunos sacerdotes fueron a celebrar misas durante ese tiempo, pero sólo ida y vuelta en el día. Inmediatamente se acercan los niños, y detrás llegan el catequista, los feligreses y líderes. Saludan, ayudan a bajar todo, se ponen a limpiar. Sin demora también se comunican con algunas señoras, y al poco tiempo traen comida, de la buena (arroz y carne), y hasta una gaseosa. Son muy atentos y buenos los fieles de Mazirayo.
Llegué al atardecer el martes, y me regresé a primera hora del domingo. Al día siguiente de haber llegado, bien temprano, ya había un grupo de jóvenes para ayudar a limpiar el terreno, quitar malezas, y dar una mano en cualquier trabajo que hiciera falta. La casa, como permanece muchos días sin ser usada, siempre necesita un poco de reparaciones y mantenimiento, que aprovechamos a hacer en los días que estamos allí… algunas conexiones en los baños, destapar cañerías, arreglar las canaletas para recoger el agua de lluvia, quitar nidos de pájaros… etc.
El día que llegué tuve una experiencia muy simple, pero que no es tan común en otras partes, y por eso les cuento. Mientras viajaba en la camioneta, llevando todo lo necesario para esos cinco días de apostolado, la camioneta llena de muchas cosas, como la sacristía, un parlante, caja de herramientas, bolso, comida, etc.; en el camino, justo delante de mí, avanzaba una bicicleta cargada con muchísimas cosas. El camino comenzaba a subir luego de cruzar el río, y la bicicleta avanzaba con dificultad. En una de esas, cuando iba cruzando un gran charco de agua, tambalea y se cae de costado tirando toda la carga al agua. Yo veía que le era imposible al hombre sacar todo el peso del agua, y se trataba de mercadería muy variada, como 5 cajas de jabón en pan, una bolsa de 15 kg de jabón en polvo, otra bolsa de azúcar de 25 kg, y mil cajas de otras cosas. Detuve la camioneta y traté como pude de ayudarle a arrastrar la mercadería fuera del agua, para que no se le arruine. Generalmente ellos son simples cargadores, hacen el viaje de 20 km de bicicleta transportando mercadería a las aldeas más lejanas, donde es difícil que lleguen los vehículos repartidores.
Luego de sacar la bicicleta del agua, se pone a desatar todo, pues era imposible volver a parar otra vez todo y seguir viaje. En eso estábamos, cuando mira la camioneta y se lamenta de que no tenga para cargar en el techo. Le digo que si acomodamos un poco lo que va atrás, con mucho gusto le llevo las cosas a Mazirayo. Ellos iban a un pueblo más lejos, a unos 5 km más adelante. Y digo que “ellos”, pues al rato llegó el otro compañero, llevando un peso semejante, pero se trataba de dos grandes bolsas que contenían gaseosas. Las bolsas había que levantarlas de a dos. Pusimos todo en la camioneta, y seguí viaje hasta Mazirayo, ellos siguieron en bicicleta, pero aliviados del peso. Los traté de tranquilizar lo más posible, diciéndoles que soy el padre, misionero, y que encontrarían su mercadería en la iglesia.
Cuando llegué a la casa en Mazirayo, a los diez minutos llegaron ellos, y comenzaron el trabajo de atar todo nuevamente en las bicicletas para llegar hasta el final de su viaje. Agradecieron mil veces, y creo que ni se esperaban que un “blanco” se detuviera a ayudarlos, y menos se imaginaban que hablara con ellos en swahili… veían que la gente, niños y grandes, venía a saludar al misionero que llegaba, y me parece comprendieron un poco más en ése día, qué es un misionero. No sabían responder el saludo cristiano, y pienso entonces que serían paganos. Sonrieron mucho, se alegraron, y agradecieron.
Una anécdota que puede ser trivial, pero que muestra lo sacrificada que es la vida de estas personas, y lo apartadas que están estas aldeas… donde las gaseosas y jabones llegan en bicicletas. Un cargador de estos, que pedalea más de 40 km en un día llevando semejante carga, puede ser que gane cuatro dólares, mas o menos.
Y además, siempre me gusta pensar que en lugares tan apartados, donde todavía no hay luz eléctrica, ni agua corriente, ni tantas otras cosas que nos parecen básicas; allí sí llega Cristo… cuando llega el misionero. Y llega tantas veces, y otras tantas se llenan de alegría de recibirlo. Y se queda en las almas que lo reciben. Y viven una vida llena de paz, como decía Cristo en el evangelio de hoy: “Les doy mi paz, pero no como la da el mundo.” Una vida pacífica y alegre… en medio de mil carencias.
Buenas noches… y mañana seguiremos con la visita a las diversas aldeas de esta zona.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE




