«Me estremezco cuando recuerdo que el tiempo que se les escapa cada día, puede que les falte de repente, ¡y entonces será demasiado tarde!»
San Francisco Javier
Es estremecedor pensar que hay tantas almas en todo el mundo que ni siquiera han oído hablar de Dios y tantas otras que viven como si Él no existiera. Parece increíble pensar que, a nuestro Brasil, tan extenso, católico y evangelizado por grandes santos, como San José de Anchieta, todavía le falta tanto de Dios.
Y, por otro lado, experimentamos el gran amor de Dios por este mundo, el cuidado y el cariño de un Pastor que no quiere perder ninguna de sus ovejas… Él, el gran Pastor de las almas, quiere llegar a todas ellas, y para ello se sirve de sus misioneros, ovejas que se disponen como instrumentos en las manos del Pastor, para que este engendre nueva vida.
A esto fuimos llamados del 16 al 24 de julio, a evangelizar bajo la Bandera de Cristo en Boca do Acre, Amazonas. Guiar
Llegamos a las doce de la noche al aeropuerto en la Provincia de Acre, situada en el norte de Brasil, distante unos 3600 Km de São Paulo desde donde partimos. Todavía quedaban tres horas para llegar a Boca do Acre, ciudad ubicada en una región donde nace el río Acre, pero que pertenece a la Provincia de Amazonas.
El día que llegamos, visitamos dos pequeñas capillas que están al otro lado del río Acre, y como era de esperar, cruzamos en bote, nosotros y el párroco, que fue ordenado sacerdote hace 7 meses y está encargado de pastorear 29 comunidades, con considerable distancia entre ellas, y de celebrar a menudo para tres, cinco o diez personas.

Esta fue la realidad que encontramos en estas dos comunidades que visitamos: en la primera había unas cuatro personas, en la segunda capilla alrededor de 8… Pero el párroco viaja todo lo que sea necesario, aunque sea para celebrar Misa para cinco personas.
Por la tarde, providencialmente, se había organizado un Grupo de Jóvenes con muchachos de ambas Parroquias, por lo cual habían muchos en la Iglesia el primer día. Los invitamos a participar con nosotros de la Misión y la invitación recibió una respuesta positiva de la mayoría.
Al día siguiente, sábado, 16 de julio, ¡Santa Misa de Envío Misionero! Se declaraban abiertas las Santas Misiones en la Parroquia de São Francisco de Asís. Con gran ánimo y liberalidad, manos a la obra… ¡A la obra divina, obra del Gran Maestro, obra de la salvación de las almas!
El primer día de la misión no comenzaría con visitas en las casas, sino con actividades en la Parroquia con jóvenes y niños. Por la noche, acto misionero, Santa Misa y primer sermón de la semana. La Misión apenas había comenzado y la Iglesia ya se estaba llenando.
El segundo día comenzaron las visitas de casas, procesiones, el rosario de la Aurora… Y ya se escuchaba en las calles de Boca do Acre el famoso canto de la misión: “La misión… vengan participar…”, “La Virgen María es nuestra Protectora, nuestra Defensora…” o el grito que fue la súplica de todos los misioneros a las familias de esta región “¡Santa Misión! ¡Salva tu alma!».
En el norte de Brasil es costumbre decir que “hay un sol para cada uno”. Por eso, nuestro lema era No bajéis los brazos, ya que el demonio podía aprovechar el cansancio que aumentaba con el calor y hacer que no diésemos todo lo que pudiéramos por esas almas.
Le pregunté a una estudiante que se había quedado toda la mañana bajo este sol fuerte, haciendo la alfombra del Corpus Christi con los jóvenes, si prefería quedarse en la Parroquia por la tarde mientras íbamos a visitar las casas, para descansar y recuperar fuerzas, y ella respondió: «No, quiero visitar las casas, recorrimos 3.700 kilómetros, venimos de lejos para esto. No puedo quedarme aquí en la Parroquia».

En las visitas a las casas experimentamos una verdad: ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? (Rom 10,14b). La gran mayoría de las personas no sabía qué hacer, ni cómo hacerlo… Todavía no habían recibido el anuncio de la Verdad, nunca habían llegado a la puerta de sus casas y hablado de la necesidad de la gracia de Dios, del pecado, del Cielo, del Infierno… La gente era dócil, bastaba decirles lo que necesitaban para la salvación y fácilmente se disponían a la búsqueda de los sacramentos. Se sentía un clima de primera evangelización. Todo era nuevo para los habitantes de aquel lugar, y muchos abrazaron esta gracia de la Misión con un gran deseo de conversión. Por otro lado también habían jóvenes buenos que se preguntaban por su vocación dispuestos a dar respuestas concretas al llamado de Dios en sus vidas.
 
 
¡Tiempo de la Gracia! ¡Tiempo en que se manifiesta nuestra miseria y el poder de Dios! Tiempo en el cual pudimos comprender más profundamente que sin Dios nada podemos hacer (cf. Jn 15,5), Él es el Autor de las conversiones, el Dueño de las almas… ¿Nosotros?, frágiles instrumentos, pero entregados a la voluntad de Aquel que obra.
Todos los días nos despertábamos a las 5:20 am, y a las 6:15 am comenzaba la Procesión y el Rosario de la Aurora. Y créanme, estuvieron con nosotros desde el primer horario: jóvenes, niños, adultos, ancianos… Y hasta un niño de apenas unos meses. Estuvieron allí todos los días, fieles al horario y nos acompañaron en las largas jornadas de los ocho días de misión.

Los jóvenes, desde el principio, estaban muy animados… Por eso empezamos con los Juegos Misioneros. Tres equipos, con unos doce jóvenes en cada uno. Patronos: San Tarcisio, Carlo Acutis, Chiara Luce. Se tomaron las competiciones en serio. Historia de los patronos, idiomas (latín, inglés, español), coro, solista, himno del equipo, estandarte, deportes, y muy buen espíritu.
Los niños solo salían a las 12:00 para almorzar, y en la tarde estaban ahí, decididos a jugar hasta las 21:30 de la noche. Para la Fiesta de los Niños, que se llevó a cabo el sábado, recibimos muchas donaciones de tortas, dulces, refrescos, etc. Toda una gran fiesta… Dios realmente quería esta Misión, y no lo ocultó a nadie.
Dos de nuestras mayores alegrías fueron: ver a las personas que habíamos visitado respondiendo a la invitación con gran generosidad, participando en la Santa Misa y aun quedándose en el fogón; y ver la enorme fila de confesiones en todo momento, especialmente durante la Misa.
Confieso que otra gran alegría llegó el último día de la Misión. No hubo corazón misionero que no temblara y se regocijara al ver a cincuenta y ocho almas recibiendo el Sacramento del Bautismo… Fueron cincuenta y ocho almas las que desde ese momento se convirtieron en hijas de Dios y herederas del Cielo. ¡Cincuenta y ocho almas que habían recibido la gracia de Dios! Y también no hubo corazón misionero que no temblara y se regocijara al ver a diez personas… recibiendo a Jesús por primera vez en la Eucaristía.
Pudimos sentir las palabras del gran Apóstol de Brasil, São José de Anchieta, resonar en nuestros corazones: «Aunque hubiese venido a Brasil, no más que para ganar un alma, habría sido bien aprovechada mi venida y todos los trabajos pasados» [¿citación?].
Y a la hora de partir, sentí algo diferente que en las otras misiones que había hecho antes: en todas las anteriores, siempre volvíamos a nuestro convento y seminario y esa gente aún se encontraba con alguna religiosa en el metro, en el autobús, en alguna Parroquia, evento católico… Estos podían encontrar fácilmente una comunidad con un sacerdote, visitar Santuarios de la Virgen, participar en procesiones, etc. Pero, en Amazonas, en Boca do Acre, no era tan fácil… Y en ese momento, sentí “ser nada”, sentí que el gran Dueño de esas almas era Dios y que, si nos había llevado allí, se encargaría de velar por estas almas, por cada uno de ellos, como siempre lo había hecho; sentí que el desgastarse por las almas no estaba en las horas y horas caminando bajo el sol abrasador de Piquiá, en la tierra roja que subía a nuestros ojos, sino en las horas que pasamos con Jesús en oración; sentí que el desgastarse por las almas empieza estando de rodillas en la Capilla. Y entonces comprendí que el misionero no nació para hacer nido en ninguna tierra; que la tierra es de Dios, y el misionero nació para trabajar en la tierra a donde Dios lo envía, para “ser nada”, pero “hacerlo todo” bajo el mandato de Dios.
Finalmente subimos al coche que nos esperaba y confiamos al Sagrado Corazón de Jesús todas aquellas almas que Dios nos había confiado. ¡Nuestra misión con ellos apenas comenzaba!
Y si se necesita volver allí, diremos como San Francisco Javier: «Si no encuentro un barco, me voy a nado».
Hna. Maria Mãe Misericordiosa
Província Nossa Senhora Aparecida
 
            