Por: P. Diego Cano, IVE
Nyasa, Ushetu, Kahama, 9 de junio de 2021
La semana siguiente a las fiestas de la Virgen de Luján, me tocó hacer una gira por la zona de Nyasa, al sur de la parroquia de Ushetu. Nos faltaba todavía hacer los bautismos de algunas aldeas de allí. Me trasladé a nuestro puesto misionero para poder ir más fácilmente, porque todavía hay agua en el río y en los campos de arroz, y entonces debemos dar la vuelta larga para llegar. Las aldeas a visitar eran Ndairunde, Bulela e Itumbo. En todas todo se desarrolló con normalidad, pero quería destacar especialmente lo que pude vivir en Bulela.
Esa mañana, 12 de mayo, amaneció un poco nublado, pero poco a poco se iban condensando más y más las nubes. Cuando estaba de viaje desde Nyasa a Bulela, que son unos 6 kilómetros, comenzó a llover, pero poco a poco la lluvia iba aumentando, hasta que se transformó en una gran tormenta… con muchísima agua. Fue la última lluvia de este tiempo, y suele suceder así, que se despide con muchas ganas. El camino se podía tranistar con cuidado, y así llegué al pueblo de Bulela, pasando por la calle central, rodeada de pequeños negocios, donde no se veía a nadie. Un poco más adelante está nuestra “capilla”, de la Divina Misericordia. Digo “capilla” entre comillas, porque la anterior capilla, de adobe, se cayó justamente debido a las grandes lluvias del año pasado. No quedó nada donde hubo una iglesia donde rezamos tantas veces. En ése mismo lugar nuestros fieles han comenzado a construir los cimientos de otra iglesia, mucho más grande, que esta vez será contruída con ladrillos cocidos y cemento, con columnas de hierro y concreto. Es decir, una construcción que dure muchos más años. Pero por ahora, están sólo los cimientos. Dentro del espacio que cierran los cimientos han hecho un techado, con palos y techo de chapas, usando las que recuperaron del edificio que se cayó.
En medio del tremendo aguacero, llegué a ese “quincho”, con todos los caminos inundados y que parecían verdaderos arroyos. Un grupo de unos seis niños y niñas, me reciben, estaban empapados y con frío, pero allí me recibieron cantando. Una escena que emociona a cualquiera. El agua caía a cántaros, y se colaba por todos los agujeros que tenían las chapas. Los que allí estaban eran algunos de los niños que esperaban el bautismo para ese día, y habían venido de un pobalo cercano, Kasenga, que queda a 4 kilómetros. Habían venido temprano, me imagino que impulsados por la gran alegría de bautizarse ése día. Eran los primeros en llegar, y se podía ver entonces que nada les impidió llegar, o mejor dicho nada pudo disminuir el deseo de llegar a ése día con gran emoción. Allí estábamos, esos sies niños y yo, en medio de una gran tormenta, y sin mucho reparo. El panorama no se veía muy alentador para hacer la misa si no llegaba nadie. Les dije que esperemos por lo menos hasta las diez de la mañana, a ver si el clima mejoraba para que la gente pudiera llegar.

Las que siguieron llegando, bajo la lluvia que ya había amainado, eran las niñas de las “Watoto wa Yesu”, infancia misionera. A los que llegaron primero, un grupo de unos quince niños, les repartí algunos caramelos para animarlos un poco, pero creo que no hacía falta puesto que estaban demostrando un gran deseo de que la misa se celebrara, aunque lleguen los demás o no lleguen.
Gracias a Dios la lluvia terminó y los feligreses de las casas más cercanas comenzaron a llegar. Para que no nos demoremos tanto, les dije que recemos el rosario, intercalando cantos. Al finalizar ya había un nutrido grupo de fieles que venían caminando en medio del barro y los charcos. El que no llegaba todavía era el catequista, que vive en otra aldea, y por lo tanto no podía yo saber con certeza quiénes eran los que se debían bautizar. Entonces les dije que comencemos la misa y que los bautismos los haríamos al terminar la misa, imaginando que ya habría llegado para entonces. Durante la misa siguieron llegando algunos miembros más del coro, y ya para el ofertorio la comunidad estaba totalmente reunida, con coro y todo. El catequista también llegó, por lo tanto estaba todo en orden, para alegría de los catecúmenos. Al terminar la misa procedimos a los bautismos, y luego los festejos, con bailes y cantos. Una alegría inmensa.
También en medio de esta fiesta les pude contar a ellos que un donante, de Italia, quería ayudarles a construír la iglesia, especialmente dedicada a honrar a la Divina Misericordia. Y ya estaba todo listo para la primera etapa, levantar los muros y columnas. Todos agradecieron con sus cantos y aplausos, pero especialmente agradecerán con sus oraciones. Imagínense pues lo que logra la oración y el deseo de estos niños, a pesar de tantos contratiempos, de vivir lejos y de que muchos de ellos son de familias paganas. Que durante un año han asistido a la iglesia y al catecismo, que a pesar de un día de lluvia caminaron con sus vestidos blancos y camisas blancas bajo el agua, chapoteando en el barro… y casi sin darse cuenta, “obligaron” al Padre Bueno que ponga todo a su disposición: que llegue el misionero, que llegue la gente, que llegue el coro con sus cantos, que tengamos la fiesta con comida para todos… y seguramente que tanto deseo de estar con Cristo, no solamente de los catecumenos, sino de todos ellos, han logrado que la Divina Providencia les consiga quien les ayude a levantar su iglesia.
Al día siguiente pude ir a la aldea de Itumbo, que tiene por patrono a San Pío de Pietralcina. Esta iglesia está muy bien construída, y es muy grande. Lo hemos hecho gracias a otros donantes. Le falta terminar, pues por ahora sólo tenemos los muros y el techo, pero aun así nos permitió rezar a todos dentro del edificio. En ésta aldea vamos a realizar la misión popular del mes que viene, y desde ya les pido oraciones por los frutos de esa misión “ad gentes”, en un lugar donde me animaría a decir que el 70%, o más, son paganos.
Voy dejando esta crónica, porque la calma de la madrugada en el campamento de niños se ha acabado. Ya se han levantado los chicos y han hecho los ejercicios físicos de la mañana, preparándose para la santa misa. Estamos el “mes de los campamentos de catecismo”, como les contaba en la anterior crónica, y esta semana tenemos dos, uno de niñas y otro de varones, con un total de 280 niños entre ambos campamentos. Las hermanas están con mucho más trabajo, porque están en un centro grande y porque las niñas siempre son muchas más que los varones. ¡Ellas están con 235 niñas en Kangeme! Es un mes de grandes sacrificios, y de grandes frutos y alegrías.
Me voy a celebrar la misa a los niños del campamento de Nyasa… ¡Adiós!
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano IVE