Por: M. Maria de Anima Christi, SSVM
En el país del eterno cielo azul, una mujer encontró en la basura una estatua de la Virgen María envuelta en papel. La Virgencita tenía unos 50 cm de alto y era una talla en madera preciosa, con tres rosas sobre el borde de su vestido, un cinturón y un rosario sobre su brazo. Su rostro era muy vivo y los ojos parecían mirarte. La mujer guardó la estatua en su “yurta” (carpa) y finalmente la presentó en la Iglesia católica, donde tanto ella como la estatua encontraron su hogar. La mujer se bautizó y la estatua fue puesta sobre el presbiterio, sobre una columna, en la catedral de San Pedro y San Pablo en Ulan-Bator, capital de Mongolia. El pueblo fiel le regaló un manto. Cada uno trajo un pedacito de tela y lo unió en un colorido manto de patchwork, que adorna la columna donde está la Virgen. La presencia de la Virgen fue para todos una señal de un particular privilegio de Dios: que en un país mayoritariamente budista y pagano, la Madre de Dios se manifestara por un camino totalmente insólito y sorpresivo. Sin duda, es la Virgen la que ama estar con su pueblo y la que prepara los corazones para recibir a su Hijo Jesucristo. Esta imagen de la Virgen recibió el nombre de Reina de Mongolia.
La mujer guardó la estatua en su “yurta” (carpa) y finalmente la presentó en la Iglesia católica, donde tanto ella como la estatua encontraron su hogar. La mujer se bautizó y la estatua fue puesta sobre el presbiterio, sobre una columna, en la catedral de San Pedro y San Pablo en Ulan-Bator, capital de Mongolia. El pueblo fiel le regaló un manto. Cada uno trajo un pedacito de tela y lo unió en un colorido manto de patchwork, que adorna la columna donde está la Virgen. La presencia de la Virgen fue para todos una señal de un particular privilegio de Dios: que en un país mayoritariamente budista y pagano, la Madre de Dios se manifestara por un camino totalmente insólito y sorpresivo. Sin duda, es la Virgen la que ama estar con su pueblo y la que prepara los corazones para recibir a su Hijo Jesucristo. Esta imagen de la Virgen recibió el nombre de Reina de Mongolia. Fue con ocasión de la primera visita de un Papa a Mongolia, entre el 1 y 4 de septiembre de 2023, que el Papa Francisco bendijo la estatua de la Virgen y rezó delante de ella por un tiempo prolongado. Todos experimentamos una alegría especial, realmente no común en las circunstancias de cansancio en la que nos encontrábamos, debido a la peregrinación, la acumulación de gente, lo desconocido del lugar y de la lengua, pero que marcó la presencia del Espíritu Divino de una manera muy elocuente.
Fue con ocasión de la primera visita de un Papa a Mongolia, entre el 1 y 4 de septiembre de 2023, que el Papa Francisco bendijo la estatua de la Virgen y rezó delante de ella por un tiempo prolongado. Todos experimentamos una alegría especial, realmente no común en las circunstancias de cansancio en la que nos encontrábamos, debido a la peregrinación, la acumulación de gente, lo desconocido del lugar y de la lengua, pero que marcó la presencia del Espíritu Divino de una manera muy elocuente. De tantas diferentes partes de Asia Central, de Vietnam, Malaysia, Hong Kong, China, Filipinas, Corea habían venido peregrinos para asistir a la visita del Santo Padre. Desde Rusia sumamos veinte personas que superamos el largo viaje (para nosotros, desde Jabarovsk, fueron dos días y medio en tren y un día más en bus) para llegar a encontrarnos con el Papa Francisco. Para nuestros siete parroquianos fue una ocasión única para verlo de cerca y experimentar lo que significa estar con el Sucesor de Pedro en la tierra. Vladimir, un joven que entró en la Iglesia católica hace tres años, nos dijo que lo que más le impactó fue el experimentar la unión y la alegría por ver al Papa entre personas de muy diferentes nacionalidades, lenguas y costumbres. Era algo extraordinario, algo que con la simple buena voluntad humana no se hubiera podido lograr, porque lo que nos unió fue una alegría muy espiritual, sobrenatural, fue fruto del Espíritu Santo, quien quiso hablarnos por boca del Papa Francisco.
De tantas diferentes partes de Asia Central, de Vietnam, Malaysia, Hong Kong, China, Filipinas, Corea habían venido peregrinos para asistir a la visita del Santo Padre. Desde Rusia sumamos veinte personas que superamos el largo viaje (para nosotros, desde Jabarovsk, fueron dos días y medio en tren y un día más en bus) para llegar a encontrarnos con el Papa Francisco. Para nuestros siete parroquianos fue una ocasión única para verlo de cerca y experimentar lo que significa estar con el Sucesor de Pedro en la tierra. Vladimir, un joven que entró en la Iglesia católica hace tres años, nos dijo que lo que más le impactó fue el experimentar la unión y la alegría por ver al Papa entre personas de muy diferentes nacionalidades, lenguas y costumbres. Era algo extraordinario, algo que con la simple buena voluntad humana no se hubiera podido lograr, porque lo que nos unió fue una alegría muy espiritual, sobrenatural, fue fruto del Espíritu Santo, quien quiso hablarnos por boca del Papa Francisco. La Iglesia en Mongolia abrió las puertas a todos los peregrinos provenientes de misiones pequeñas y escondidas para los ojos del mundo. «Gustad y ved la bondad del Señor», dijo el Santo Padre citando el salmo 34. Muchos miembros de la Iglesia que sufre encontraron en Ulan-Bator un oasis de paz y un toque de consuelo en la celebración común y pública de la Eucaristía. La cabeza de la Iglesia estuvo presente, rodeada por sus cardenales, obispos y sacerdotes para consagrar la sagrada hostia, pan de vida nueva y sangre de salvación. Compartimos juntos el mismo pan que nos unió en un solo cuerpo. Los obstáculos de lenguas y culturas parecían desaparecer, cambiándose por un momento de gran unidad.
La Iglesia en Mongolia abrió las puertas a todos los peregrinos provenientes de misiones pequeñas y escondidas para los ojos del mundo. «Gustad y ved la bondad del Señor», dijo el Santo Padre citando el salmo 34. Muchos miembros de la Iglesia que sufre encontraron en Ulan-Bator un oasis de paz y un toque de consuelo en la celebración común y pública de la Eucaristía. La cabeza de la Iglesia estuvo presente, rodeada por sus cardenales, obispos y sacerdotes para consagrar la sagrada hostia, pan de vida nueva y sangre de salvación. Compartimos juntos el mismo pan que nos unió en un solo cuerpo. Los obstáculos de lenguas y culturas parecían desaparecer, cambiándose por un momento de gran unidad.

 En Mongolia las ovejas son libres. Caminan por pastos herbosos, colinas y valles, rocas y ríos bajo un eterno cielo azul. La libertad de poder expresar y vivir la fe en Jesucristo alrededor del buen Pastor llenó a todos de la alegría del Espíritu Santo. El haber podido saludar al Santo Padre como miembro de la Iglesia misionera me hizo experimentar la acción del Espíritu Santo de una manera nueva. Bajo el eterno cielo azul de Mongolia, cruce de caminos entre occidente y oriente, estaba presente la Madre Iglesia en plenitud, Una, Santa, Católica y Apostólica. Los primeros cristianos de estas Iglesia jóvenes y rejuvenecidas, después de años de opresión, persecución y grandes dificultades, están simplemente y hermosamente buscando practicar el amor de Jesús en la sencillez de sus vidas cotidianas. ¡Fue una hermosísima e inolvidable experiencia de Iglesia
En Mongolia las ovejas son libres. Caminan por pastos herbosos, colinas y valles, rocas y ríos bajo un eterno cielo azul. La libertad de poder expresar y vivir la fe en Jesucristo alrededor del buen Pastor llenó a todos de la alegría del Espíritu Santo. El haber podido saludar al Santo Padre como miembro de la Iglesia misionera me hizo experimentar la acción del Espíritu Santo de una manera nueva. Bajo el eterno cielo azul de Mongolia, cruce de caminos entre occidente y oriente, estaba presente la Madre Iglesia en plenitud, Una, Santa, Católica y Apostólica. Los primeros cristianos de estas Iglesia jóvenes y rejuvenecidas, después de años de opresión, persecución y grandes dificultades, están simplemente y hermosamente buscando practicar el amor de Jesús en la sencillez de sus vidas cotidianas. ¡Fue una hermosísima e inolvidable experiencia de Iglesia 
 
Maria de Anima Christi
Misionera en Jabarovsk, Extremo Oriente de Rusia

 
  
 



 
 
 
            