Fairbanks, Alaska, 24 de agosto de 2022.
¡LA CUMBRE!
Queridos todos,
Brevemente quiero compartir con ustedes sobre una salida que hicimos con las familias acá en Fairbanks.
Antes de llegar a Alaska una de mis preocupaciones era como sería la situación con las montañas. ¿Hay montañas en Alaska? Sí, sabía que había montañas en Alaska, porque acá se encuentra Mount Denali, la montaña más alta de América del Norte. Pero la pregunta real era ¿hay cómo escalar las montañas de Alaska? Obviamente ni me planteaba subir esas montañas en invierno, pero ¿qué sería del verano? A todo eso, para nuestra sorpresa, antes de que llegásemos a la misión, las familias se preguntaban si las hermanas aceptarían escalar una con ellos.
Semanas antes hicimos una escalada previa para ver la montaña, y tener certeza de si era realmente accesible para todos, ya que sabíamos que las familias planeaban llevar a todos los chiquillos. Y así fue.
El 13 de agosto, a las 8:00 hs de la mañana nos encontramos con algunas familias delante de la parroquia y fuimos conduciendo hasta llegar a los pies de Wickersham Dome, donde nos encontramos con otro grupo que ya nos esperaba para empezar la escalada.
Los mosquitos alaskanos
Después de una breve oración, todos se preparaban para afrontar a los “pájaros del estado”: los mosquitos. Birds of the state, así es como los alaskeños hablan de los mosquitos de Alaska. Para los que leyeron algo de Segundo Llorente, saben que el verano en Alaska es hermoso, pero nadie puede con los mosquitos que después de desaparecer por largos 8 meses, están furiosos y hambrientos. Salen en busca de sangre, y van creciendo a lo largo del verano. Los primeros mosquitos del mes de mayo eran perezosos y de movimientos lentos, los del mes de agosto ya son gordotes y veloces.
Segundo Llorente dedica a ellos muchas líneas a lo largo de distintas crónicas sobre el verano: “¡Ah, los mosquitos! Ellos son la causa de que los veteranos de Alaska prefieran las calamidades de dos inviernos reunidas a las de un solo verano. El mosquito de Alaska merece una elegía que no sea escrito aún. No sólo su grandor –que es inmenso- ni su número, que supera con mucho al de las estrellas de los cielos, sino su voracidad es lo que los hace temibles y repulsivos. Un jeringazo certero… y ya están hinchados de sangre…”[1].
Así que después de pasar el repelente, con los bebés en las espaldas, ¡estábamos todos listos para caminar! Es muy común en el verano ver a la gente, especialmente en las montañas o en los parques, con unas telas de protección contra los birds of the state. Así estaba dispuesto y armado James, uno de los niños de 4 años de nuestra parroquia, ¡listo para afrontar los crueles monstros que van en busca de víctimas!
“La cumbre”
Después de una hora caminando a pasos lentos, mejor diciendo, a pasos de los niños, nos detuvimos a lo que llamamos “la cumbre”. Era lo máximo que podríamos llegar todos juntos sin dejar a ninguno, sin excepción, atrás. Empezamos a preparar el altar para la Santa Misa, mientras tanto se rezaba el Rosario, un misterio lo dirigía un niño, el otro una de las mamás, un papá y así seguía.

Luego tuvo lugar la Santa Misa. Ellos como familia ya habían subido muchas montañas, pero para todos era la primera vez que tenían Misa al final de la escalada. Sin duda una hermosísima experiencia; pero al mismo tiempo, para algunos de los niños era toda una tremenda distracción, ya que, a campo abierto, ellos no podrían parar de mirar todo el verde a su alrededor y además era difícil contener el instinto alaskeño de cazadores, que late fuerte en sus pechos especialmente durante el verano. Pero más fuerte y atrayente era Jesús en aquella Eucaristía que siempre vence la batalla de la conquista de los corazones bien dispuestos, por más intensa que sea la pelea. Así que devotamente, uno por uno, nos acercábamos para recibir la Santísima Eucaristía por primera vez en “la cumbre” de una montaña en Alaska.
¡Alaska! ¡Oh, Alaska!
Después de la Misa, los niños podían finalmente volver a correr libres por todas partes y meterse en medios de los árboles, bajar y subir corriendo los pequeños montes en busca de “blueberries” (arándanos) o solo en busca de alguna aventura. Mientras eso entretenía a los más pequeños, tuvimos un breve almuerzo ahí mismo, en gran espíritu de familia.
Todas esas familias son muy cercanas a nosotros. Algunos son parroquianos y otros estuvieron presentes durante la misión popular y desde entonces mantienen una continua proximidad con la Familia Religiosa, muy contentos con el modo con que trabajamos con los niños y la prioridad que damos al apostolado con las familias.
Muchas de las familias católicas en Alaska son numerosas: 5, 7, 10, 11 niños. Por eso, para la misión popular bastaban dos familias para que tuviésemos veinte niños. Estos papás rezan mucho por las vocaciones y están agradecidos de que sus hijos puedan crecer cerca de sacerdotes y religiosas, con gran esperanza de que Dios llame a uno, a dos, a tres, a todos de sus hijos para consagrar sus vidas al servicio de Dios y de las almas. Pero eso será un tema para otra crónica.
Hay que notar que Estados Unidos tiene una base militar muy activa acá, así que muchos de las familias vienen por tres años y acaban enamorándose de Alaska y se quedan definitivamente para vivir y criar a sus hijos.

Daba gusto mirar a los niños que corrían libres y contentos por el inmenso verde que nos rodeaba, se tiraban al piso y contemplaban el cielo azul. Los papás disfrutaban del aire y del buen tiempo charlando, y yo mientras los miraba con sus gafas de sol, no podía menos que recordarme de esas líneas que tantas veces había leído: “Todos los años al trasponer este equinoccio pienso que si Dios nuestro Señor nos dijese a los alaskanos que se adelantaba el reloj y pasábamos de abril a octubre, nos volveríamos locos de atar”[2]. Como todavía estamos en medio de agosto, no nos queda otra que aprovechar el tiempo de consolación para tomar fuerzas para la desolación y decir con Segundo Llorente: “Alaska, Alaska, país encantado y encantador ¿qué más?”[3].
En este día del gran Apóstol San Bartolomé, encomiendo a las oraciones de todos ustedes el apostolado que acá se hace con las familias, que sea de mucho fruto para Nuestro Señor y su Iglesia. Que sepamos transmitir ese espíritu oratoriano que debe reinar en nuestras casas y en nuestros apostolados.
¡Muy feliz día de San Bartolomé!
Desde el país del eterno sol,
En Cristo y María,
Hna. Unionis



[1] En el país de los eternos hielos, 125-126.
[2] Crónicas akulurakeñas, 143-150.
[3] Ídem.





