Por: Sem. Harley D. Carneiro
Exactamente 85 años atrás, las tierras de España vivían quizá uno de sus momentos más intensos, sin duda, uno de los momentos más singulares y terribles de toda su historia. En las tierras secas, áridas y polvorientas de Aragón, se ha visto correr un río de sangre, de roja sangre, sangre de miles y miles de hombres y mujeres, valientes combatientes y nobles defensores de su fe, de su patria, y de su historia.
Una tierra bendita desde tiempos remotos, desde los tiempos apostólicos, por la predicación de Santiago el mayor; tierra donde la Virgen Maria se ha dignado poner sus santos pies, en carne mortal como lo dice la tradición, es decir, aún antes de subir en cuerpo y alma a los cielos.
España que fue en su momento, pilar de la religión católica en Europa. Tierra de grandes hombres y mujeres; cuna de santos y santas insignes en la historia de la Iglesia; ¿qué pensar de una tierra que vio caminar entre sus valles y montañas, a hombres como San Isidro, S. Domingo, S. Juan de la Cruz, S. Fernando (El Rey), S. Ignacio de Loyola, S. Francisco Xavier, S. Francisco de Borja, S. Vicente Ferrer, S. José de Calasanz, S. José Maria Escrivá… S. Teresa de Jesús, entre tantos otros…
Pero trayendo la lista para tiempos más cercanos a nosotros, tenemos la relación casi innumerable de mártires del siglo XX, hombres y mujeres que en estas benditas tierras han derramado su sangre “por el único delito de ser religioso”. Nos llega a estremecer el hecho de caminar, por dar un ejemplo, por entre las fosas comunes del Campo Santo de Paracuellos de Jarama, y pensar que allí, como aquí en Barbastro, y como en varios otros pueblos de España, una multitud de hombres y mujeres, teniendo ante sus ojos la posibilidad de salvar su vida, optaran por perderla, podrían haber salvado sus vidas si hubiesen abandonado y renegado de su fe, pero ellos no dudaron, sus restos mortales son la prueba más contundente de su valentía. ¿Tuvieron miedo? Seguramente que sí, pero ante el miedo ha triunfado la esperanza y la gloria del reino que los ha tocado recibir de las manos del Rey del Universo y de la Reina de los Mártires…
Nuestros tan queridos beatos (Los Monjes benedictinos del Pueyo) están ahora gozando de las moradas eternas, disfrutan del premio debido a su lucha incesante por la búsqueda de su ideal, vivieron buscándolo… tal cual vivieron, así murieron. Uno de ellos decía “Aquí (en el monasterio) vinimos para hacer a Dios entrega de nuestras vidas; lo mismo da sea una u otra forma en que hayamos de hacerlo. La vida monástica es martirio continuo.” Y nosotros, cuándo hacemos nuestra entrega a Dios por medio de la profesión de nuestros votos religiosos, dejamos en las manos de Dios la total posesión de nuestras vidas, de modo tal que, si Dios la quiere quitar ahora por una muerte natural, o mañana con la efusión de la sangre por el martirio, “no cambia mucho si no es en mayor gloria y seguro premio.”
Como vivieron murieron, y ¿cómo vivieron? Buscando un ideal, marcharon constante y decididamente cada día bajo la bandera de Cristo Señor nuestro general supremo, esperando ansiosos en alcanzar su noble ideal… y lo alcanzaron, hace 85 años, y por eso nos alegramos hoy…
El último recorrido en este mundo (La caminata)
Es hermoso recordar el sencillo y al mismo tiempo profundo rito que hicimos el pasado 28 de agosto…
En la fecha en la que celebramos el 85 aniversario de la entrada de los Beatos Mártires Benedictinos del Pueyo en el cielo, hicimos (los monjes del Pueyo junto con un grupo de personas devotas aquí del santuario) una caminata nocturna, rehicimos el último recorrido que hicieron los mártires en esta tierra antes de llegar al cielo, el trayecto que va por la carretera de Barbastro a Berbegal, donde partiendo del lugar en el cuál fueron asesinados, marchamos en procesión llevando en medio nuestro las reliquias de los Beatos Monjes, fue un modo simbólico de hacer memoria de su martirio y al mismo tiempo rehacer estos últimos pasos que dieron en estas nobles tierras Españolas antes de poner sus pies en el Reino Eterno.
¡Murieron cuál vivieron! Y ¡¿Cómo murieron?
De su martirio ya lo sabemos, asesinados brutalmente sin tener ningún crimen a imputarles que el hecho de profesar la fe en Cristo Jesus y en su Santa Iglesia Católica; asesinados a disparos fríos por los verdugos, entonando cantos y gritos de vivas, todo es muy impresionante a nosotros que lo miramos a largos años de distancia, pero pensando en un modo de aplicar en concreto estas realidades a nosotros, es decir, de las disposiciones que tenemos que buscar para prepararnos para el martirio, podemos pensar en profundas consideraciones de la realidad que vivimos aquí en el Pueyo. Me impresiona mucho el pensar que ellos murieron cotidianamente en el monasterio en que estamos hoy viviendo, donde muchos de nuestros monjes que están en varios lugares en el mundo también vivieron, estamos aquí rezando en el mismo coro, comiendo en el mismo comedor, durmiendo bajo el mismo techo… El modo como ellos se han preparado para el martirio fue desarrollándose aquí, y nosotros tenemos la gran gracia de prepararnos también, bajo la protección de la Santísima Virgen del Pueyo, para nuestro martirio diario, mirando al ejemplo de nuestros venerados beatos. Preparándonos para vivir nuestra vida y fundarla en el “unum necessarium” y para que podamos dar al mundo testimonio de lo trascendente y ser testigos de la primacía del amor de Dios por cada hombre sobre esta tierra. Y si la muerte viene a nuestro encuentro hoy o mañana, del modo que viniere, no nos encuentre de otro modo que muertos ya por amor a Cristo.
Que la Virgen del Pueyo bendiga a todos los monjes de nuestra Familia Religiosa, que los Beatos Mártires Benedictinos del Pueyo nos guíen por este camino.
¡Viva la Virgen y viva los Mártires del Pueyo!
Sem. Harley D. Carneiro






