Por: P. Marcelo Molina, IVE

Vaya esta crónica en reconocimiento a todos los sacerdotes formadores que, día a día, consagran su ministerio y sus vidas enteras a la “pastoral de las pastorales”: la formación de los futuros sacerdotes; servicio muchas veces escondido y desconocido por parte de muchos.

Aunque no a tiempo completo, tengo la gracia de compartir este servicio dando clases en el Seminario diocesano “San Ambrosio”, de la Diócesis de Puno, yendo una vez al mes (aproximadamente) a dar clases a los distintos cursos. Esto me permite vivir en el Seminario y estar con los seminaristas al menos por el tiempo de una semana, dando los cursos respectivos de una manera intensiva. Obviamente, que el trabajo no se reduce solamente al dictado de las asignaturas que me corresponden, sino que también puedo colaborar con la celebración de la Santa Misa, las predicaciones correspondientes, la Confesión, la Dirección espiritual, y el diálogo fraterno y espontáneo que se suscita en los recreos y en el momento de las comidas. En Puno, dada las bajas temperaturas durante todo el día, los recreos mañaneros son ocasión para salir al patio a tomar un poco de sol.

Pues bien, permítanme compartir a la Familia Religiosa lo que puedo hacer y vivir en este “paréntesis apostólico parroquial” (soy Vicario parroquial de nuestra Parroquia de Limatambo, como ya saben por las crónicas anteriores) que me da la gracia de ayudar más no sea un poco en la formación de los futuros sacerdotes de la Diócesis de Puno: ¡sacerdotes diocesanos!

Ante todo, el poder celebrar la Santa Misa, lo que constituye lo principal y lo más importante que debemos hacer cada día. ¡Y cuánto más en un Seminario! Es el momento, creo, por excelencia en el que como “formador externo” (si vale el término) contribuyo a forjar en el seminarista la manera correcta de hacer lo esencial del sacerdocio católico; pues nos invade, en ese momento, la grave responsabilidad de celebrar el Santo Sacrificio del Altar de modo tal que los alumnos vean en nosotros el verdadero “ars celebrandi”, fiel a las disposiciones de la Iglesia. ¡Cuánto motivo de gozo para un formador el poder enseñar a los seminaristas a “ofrecer el sacrificio”! Pues esto es lo que hace un sacerdote formador día a día en el Seminario.

 

Predicar. ¡Y qué “areópago” privilegiado encuentro en el Seminario! En lo personal, aún recuerdo homilías de mis formadores que me han marcado durante mis años de seminarista, incluso homilías que hasta hoy me marcan el “norte” en todo el ministerio sacerdotal. Creo que ningún sacerdote debe dudar del hecho de que Dios habla a sus hijos a través de una predicación preparada concienzudamente dentro de nuestras posibilidades. En el marco de una charla personal, un seminarista me dijo: “Padre, con la homilía de hoy usted me dio en el clavo”.

En tercer lugar, el poder dictar clases. Es el cometido principal de mis idas a Puno. Con el paso del tiempo, he ido comprendiendo cada vez más la actualidad de lo que piden nuestras Constituciones: “que en las clases se enseñe y se aprenda”. Los seminaristas diocesanos de Puno manifiestan una gran ansia de aprender más. De hecho, son ellos mismos quienes constantemente me preguntan: “Padre, ¿qué asignatura tenemos hoy?”. Y es una gran satisfacción el ver la manera con que prestan atención, y las preguntas sobre lo que no entienden, y sobre la correspondiente bibliografía a consultar. Pues se trata de enseñar lo que ellos algún día no muy lejano tendrán que enseñar, y de enseñar aquellas verdades filosóficas y sobrenaturales sobre las que habrán de afirmar su futuro sacerdocio.

Y el estar día a día con ellos. Se le atribuye a San Juan Bosco la siguiente sentencia: “El profesor, dentro de aula es educador y nada más. Pero el profesor que comparte la recreación con sus estudiantes es educador, padre y amigo”. También aquí debo decir que recuerdo con mucha estima, por ejemplo, los recreos en nuestra querida “Finca”, que nos permitía por un espacio de diez o veinte minutos aprender de nuestros profesores y formadores de una manera distinta y amena. Al menos aprendíamos a crecer en confianza con nuestros formadores, a quienes sentíamos “cercanos”, lo cual es ya de gran provecho para un seminarista. Es aquí también en donde se puede hablar con ellos, para escuchar y responder preguntas, para contar un par de anécdotas, incluso para rectificar comentarios y criterios; los recreos y demás tiempos libres (incluidos los momentos de las comidas) son para mí esa ocasión preciosa para formar.

En definitiva, el pasar algunos días en este Seminario me permite ―gracia inmerecida― contribuir un poco a la formación de los futuros sacerdotes. Y creo que también esto es digno de una crónica, para que los lectores sepan que a nuestro Instituto se le ha confiado aquí, una diócesis del Perú, Puno, la grave responsabilidad de formar a los futuros sacerdotes. ¿Qué es lo que espero? Espero la oración de todos los lectores, oración por todos los seminarios del mundo entero. “La mies es mucha, y los obreros son pocos”: por estos pocos obreros en formación sigamos comprometiendo nuestra más sincera plegaria… y no se olviden de rezar también por los formadores, por favor. Muchas gracias.

¡Hasta la próxima!

P. Marcelo Molina, IVE