Por: P. Diego Cano, IVE

Kangeme, Kahama, Tanzania, 23 de agosto de 2023

Los otros días leí del Beato Pablo Manna unas palabras que hablaban sobre el silencio que rodea al misionero y la oración que debe brotar de ello, si se sabe aprovechar. “Solitario en la soledad, el misionero debe, sin embargo, estar pronto para abandonarla, siempre que su deber, el bien de las almas, lo requiera, (…) Pero el misionero santo que interrumpe su soledad material, no interrumpe ya su comunicación con Dios. Si no puede llevar consigo a Jesús Sacramentado, lleva consigo su recogimiento y su soledad interior: sabe que es templo del Espíritu Santo, que Jesús, cada mañana, desciende del Cielo sobre él y hace su habitación en su corazón (…) reza también viajando, aún en medio del más intenso trabajo: ¡qué fácil es, y qué deliciosa es la plegaria que puede hacer el misionero en sus largos y frecuentes viajes! Muchas veces la naturaleza con el maravilloso espectáculo que ofrece a su vista continuamente lo invitará a la contemplación de la riqueza y de la grandeza de Dios; otras veces la vista de los pueblos paganos que atraviesa le arrancará del corazón fervientes súplicas por su conversión; siempre él puede pasar las cuentas del Rosario y esparcir a lo largo del camino las pequeñas semillas de la oración, que no caerán, ciertamente, en vano.” Y justamente hoy, me encuentro con estas palabras de nuestro querido padre Llorente, misionero en Alaska por 40 años: “Mientras hago los guisos, me distraigo perdiéndome en lo más subido del cielo, a donde subo con el espíritu. Para mí, guisar, cortar leña, dormir, comer, predicar o decir misa, todo es lo mismo; todo es oración. No entiendo de ratos aparte para orar…” (“A 62º bajo cero”, pg. 50).

Palabras que, por un lado me representan mucho nuestra vida cotidiana aquí en Tanzania, y por otro lado palabras que me mueven a provechar mucho más el tiempo. Ellos como misioneros, sabían que muchas veces había que dedicarse a viajar, y hacer largos y muchos viajes. Aquí en nuestra misión, es raro el día que no se tenga que salir, pues tenemos 43 aldeas, repartidas en largas distancias. También la ciudad de Kahama, a la que debemos ir con frecuencia, nos queda a una hora y media de viaje. Cada vez que hay que ir a visitar una aldea, celebrar misas, ver a un enfermo, etc. se debe viajar un buen rato. Como dice el Beato Manna, “frecuentes viajes”… que debemos aprovechar, para no perder el contacto con Dios. ¡Imagínense que así fuera! Si debemos viajar a cada rato, ¿qué sería de nosotros? Desconectándonos a cada instante de Quien es la fuente de todo nuestro apostolado. “¡qué deliciosa es la plegaria que puede hacer el misionero en sus largos y frecuentes viajes!”.

Hoy me tocó ir a visitar el poblado de Ubagwe, y el viaje siempre es un poco largo, aunque ahora se acorta por el hecho de que han arreglado muy bien los caminos, y en tiempo de sequía no se arruinan tanto. Es verdad que se pasa por algunos poblados en que los paganos son mayoría. Lugares donde ya sabemos, abundan los vicios, y al pasar por allí casi necesariamente, “brota una oración ferviente desde nuestro corazón por ellos”. Hoy veía a muchos hombres sentados, charlando, sin hacer nada… a las nueve de la mañana. Es tiempo de sequía, y no hay trabajo. “Otras veces la vista de los pueblos paganos que atraviesa le arrancará del corazón fervientes súplicas por su conversión; siempre él puede pasar las cuentas del Rosario y esparcir a lo largo del camino las pequeñas semillas de la oración, que no caerán, ciertamente, en vano”. Cuando viajo, intento hacer lo que nos enseña este gran santo misionero, aunque no siempre lo logro, y porque otras tantas veces uno se olvida, por andar pensando y preocupado por tantas otras cosas, menos importantes. En cuanto puedo, claro, como dice Pablo Manna, vamos pasando las cuentas del Rosario, y vamos esparciendo a lo largo del camino esas semillas de la oración.

Debo confesar que en este tiempo de sequía el paisaje no es tan atractivo, pero ciertamente que tiene su belleza. Se disfrutan sobre todo los atardeceres, y el aire fresco cuando cae el sol. En la mañana y al mediodía, o mejor dicho, rondando las tres de la tarde, el calor llega a su punto máximo del día. Andar en auto a esas horas, por caminos llenos de polvo, y el auto hirviendo, sólo se quiere llegar, y ponerse bajo alguna sombra. Pero es verdad que muchas veces nos toca andar solos, y eso nos ayuda a aprovechar bien el tiempo del viaje, pudiendo hacer lo que nos contaba el P. Llorente.

Al llegar a Ubagwe, me encuentro con la capilla en preparativos para recibir al padre. Es muy frecuente eso, están acostumbrados a que nos demoremos, pues antes vivíamos más lejos, y los caminos eran peores. Entonces el catequista me pregunta si quiero ir a ver a un enfermo antes de la misa. Él ya me había avisado el día anterior de que había una niña enferma. Aprovechamos pues que faltaba llegar más gente, para ir a la casa de esta familia. No quedaba muy lejos, hasta podríamos haber ido caminando. Fui con el catequista, y con dos monaguillos. Entramos en el patio de una casa, rodeado de tres construcciones muy sencillas, algunos techos de paja en el centro del patio, que funcionan de cocina, casas bajas, revocadas con barro algunas de ellas. En una de las casitas estaba la niña, que es atendida por la familia, y su madre una chica muy joven. Yo recordaba el caso, pues la misma mamá de la niña me había contado algunos meses antes, cuando vine a hacer los bautismos a esta aldea. La niña, que ya cuenta con tres años, ha estado casi toda la vida enferma. Comenzó con un tumor maligno en la zona de los ojos, y a partir de allí ha comenzado un gran sufrimiento. A pesar de ser de un lugar tan alejado, llevaron a la niña a hacerse todos los estudios y tratamientos posibles. Llegaron a llevarla hasta la capital de Tanzania, a Dar es Salaam, donde la atendieron en el hospital más grande que hay allí. Sufrió varias operaciones, quedando sin vista totalmente. Pero además el cáncer se siguió diseminando en el cuerpito de Daniela. Su mamá estuvo más de un año con ella en el hospital. Pero actualmente ya les dijeron que no regresen más con ella, pues no hay nada más que hacer. No quiero entrar en descripciones que no harían más que impresionarlos. Creo que se pueden imaginar a lo que me refiero.

Hoy entramos en la casita, y en la habitación, en un colchón en el piso, estaba acostada. Nos impresionó mucho a todos. Hicimos algunas oraciones que trae el ritual, bendición sobre los enfermos y para la familia. Los monaguillos miraban con gran asombro, y en todos reinaba un sentimiento de compasión muy grande. Entonces aproveché para decirles, muy brevemente, que el sufrimiento inocente nos asemeja a Cristo, que fue el más inocente de todos, y sufrió terriblemente la pasión por nosotros. De una manera admirable, Daniela con sus apenas tres años, estaba asociada al sufrimiento de Cristo, y viene a ser como otro Cristo. Que ella también sufre por nosotros, para que Dios nos perdone nuestros pecados… de una manera misteriosa, por estar unida a Cristo por el bautismo. También les agradecí que así atendieran a Daniela, pues atienden al mismo Cristo. Y finalmente les recordé aquella verdad que siempre recordamos cuando nos toca atender a nuestros beneficiarios en los hogares… esperamos resucitar todos, y recibir de Dios un cuerpo glorioso, perfecto, completo. Que recuerden que Daniela algún día recibirá un cuerpo así, y les agradecerá por toda la eternidad lo que han hecho por ella en esta vida. Agradecieron las breves palabras, y sobre todo la misericordia de la Iglesia que llega a ellos con los sacramentos que fortalecen y confortan.

Salimos de allí muy conmocionados, caminamos todos en silencio hasta el auto, y debimos comenzar a hablar de otras cosas mientras nos dirigíamos a la capilla de regreso, para poder cambiar el semblante. Cuando llegamos, el grupo de fieles ya era más numeroso, entonces comenzamos con el rezo del rosario y las confesiones. Al terminar, celebré la santa misa. La capilla se la ve muy linda, pues si bien es pequeña, de a poco se la ha ido mejorando. Cuando recién estaba construida, era de ladrillos pegados con barro, techo de chapa y listo. Se les ayudó para que hicieran el enlucido con cemento, luego el piso de cemento, luego las ventanas de rejas que permitían pasar la luz… y en junio pasado, dos voluntarios ayudaron con la pintura. Domingo, de Chile, consiguió ayuda para comprar los materiales, y él mismo fue durante toda una semana a trabajar a ese lugar. Algunos días lo ayudó otro voluntario, Daniel, de Argentina, quien junto con los catequistas y algunos jóvenes, colaboraron para terminar de pintarla. Ahora luce muy linda, con mucha luz.

Al terminar la misa, se hizo la bendición del “matomolo”, es decir, de lo que ellos ofrecen de la cosecha pasada, como agradecimiento a Dios. Bendición de agua y sal, también, como es tradición. Luego de la misa habían preparado comida para todos, y el clima festivo y familiar fuera de la capilla era muy agradable. Los niños comenzaron a jugar con algunas pelotas que les hemos regalado en campamentos pasados, como premio por haber asistido muchos. Los varones jugaban al futbol, las niñas a otros juegos de campamentos, y los más pequeños corrían por todas partes, persiguiéndose, y riéndose contagiosamente. Comimos todos ahí afuera, debajo de los árboles, los grupos de niños, de mujeres, de hombres. Todo con mucha naturalidad, y como de hecho, ya estamos muy acostumbrados. Sin embargo, no sé porqué, hoy disfrutaba de ver a los distintos grupos jugando, corriendo, y divirtiéndose tan sanamente.

Volví manejando… rumiando tantos pensamientos en el auto, bajo el sol abrasador de las tres de la tarde, levantando una nube de polvo detrás mío. Dando gracias a Dios, pidiendo por Daniela y la familia, rezando por los paganos en los poblados que pasaba, el tiempo se pasa rápido.

Termino con unas palabras del P. Llorente: “Continuaré mandando relatos, no porque tenga algo digno de mandar ni mucho menos; sino para dar el gusto a los amantes de las Misiones que me piden siga mandando algo; porque ya me va dando mucha vergüenza venir repitiendo siempre lo mismo”. En otra parte dice: “Al cabo de tantos años de escribir sobre Alaska, no me queda nada nuevo que descubrir y no sé cómo diablos me las voy a arreglar para decir algo nuevo. Veremos dijo el ciego.” (Ib. Pg.26).

¡Firmes en la brecha!

P. Diego Cano, IVE