Por: P. Diego Cano, IVE

Kangeme, Kahama, Tanzania, 18 de febrero de 2023

El primero de febrero me escribíó un mensaje en el teléfono el catequista de Nonwe, con la alegría de que su mujer acababa de dar a luz mellizos. Pero a la vez me contaba que habían nacido con alguna dificultad, ambos nacieron con los pies hacia adelante… que aquí en swahili se dice “kashindye”. Alguna vez les conté que generalmente se pide el bautismo de los mellizos, por el tema de algunas creencias y tradiciones de los sukuma. Pero también suelen pedir el bautismos de los “kashindye”. Por lo tanto, estos niños tenían gran cantidad de motivos para ser bautizados de inmediato, pues sus papás están casados por iglesia, eran mellizos y kashindye. Yo le pregunté si estaban fuera de peligro, por si era urgente, y me dijo que estaban bien. La aldea de Nonwe es muy lejana de Ushetu, casi a cuarenta kilómetros, y puede llevar unas dos horas o más para llegar. Como la siguiente semana iba a estar aquí, en Kangeme, desde donde les escribo ahora, le dije que iría en esos días, pues Kangeme está a mitad de camino entre Ushetu y Nonwe. Esta última, me gusta llamarla “el fin del mundo”, pues desde Nonwe ya no hay caminos para ir a otra parte. Está junto al límite de una reserva forestal, y por lo tanto ya no hay más lugares habitados después de Nonwe. Sólo queda la posibiliadad de regresar por el camino que se ha llegado.

Los caminos ya los he descrito miles de veces, y pueden verlos en las fotos, rojizos, calurosos y polvorientos. Al llegar a la aldea, el catequista me vino a buscar a la capilla para guiarme hasta su casa. Anduvimos por el pueblito por medio de estrechas “calles” o senderos, con casas sin ningún tipo de medianera o división entre ellas, como es normal por estos lados. Es algo que llama la atención, pero están muy acostumbrados a la vida “en comunidad”, pues las casas están cerca, los niños juegan todos juntos en cualquiera de esas casas, y los vecinos se visitan y saludan, están en una casa u otra. La casa de Michaeli y su esposa es tan sencilla como todas, de barro, rebocada con barro, pero con techo de chapas. Les pedí que pasáramos directo al bautismo, y en una pequeña habitación, entramos los papás, el padrino, y el cura. Los niños se acecaban por turnos, miraban, salían, y seguían jugando afuera.

Lo primero, fue la elección de los nombres. Pues apenas les pregunté como se llamarían los niños, me dijeron Pedro y Pablo. En realidad no tengo nada contra esos nombres, y mucho menos contra esos santos. Pero es que con el asunto de los nombres de los mellizos, se han impuesto tradiciones, que no sabemos de dónde vienen, y tampoco tienen mucha razón de ser. Por ejemplo, si los mellizos son varón y nena, les ponen por nombre “Adán y Eva”, y si son dos varones “Pedro y Pablo”. Sin son dos niñas, no hay nada establecido. Entonces, como se trata del catequista, que en principio debe saber también aconsejar a sus feligreses, les pedí que pusiéramos otros nombres. Con ese tema de los nombres no suelen ser muy exigentes. Así que buscando nombres de santos que pueden introducir alguna variante entre la cantidad de pedros, juanes, josés, y otros, que se repiten muy frecuentemente, les eligieron los nombres de Martín y Francisco. Tampoco son tan originales, pensarán ustedes, pero en realidad son una variente en estos lugares donde el cristianismo es algo tan nuevo, y no conocen casi nada de la vida de los santos.

Luego del primer paso, al responder la prengunta, ¿qué nombre le pusisteis a vuestros hijos?, toda la celebración siguió con normalidad en la pequeña habitación. Bautizados e hijos de Dios, nos alegramos todos, y nos dedicamos a las fotos. Allí surge esta foto en la que tengo a los mellizos en mis brazos. Tenían apenas diez días de nacidos. Con los niños en brazos, tan pequeños, me lleno de admiración por el milagro de la vida. Es fantástico, y muchas veces no nos soprendemos… al mirar las manos, la cara, los ojos y orejas, nariz y boca, todo perfecto y tan pequeño, y sobre todo eso, “la vida”, la vida humana, por un lado, pero no podía dejar de pensar en esa vida divina que acababan de recibir en el bautismo. Tan pequeños, y plenos de vida. Al mirar un pequeñito tan pequeñito, no puedo dejar de pensar en el Verbo Encarnado, y cómo lo mirarían, o mejor dicho, lo contemplarían y adorarían la Virgen y San José en Belén.

Siempre doy gracias por estar rodeado de esta gente que valora, y agradece el don de la vida. Es verdad que en algunos estratos de la sociedad de Tanzania también se van colando algunas de las ideas mezquinas y egoístas de las que estamos tan acostumbrados en occidente. Pero no es lo más común, y mucho menos en las zonas tan rurales como estas, del “fin del mundo”. Michaeli y su esposa (de quien no registré el nombre en mi memoria), son muy jóvenes, y tienen cinco hijos. Los hijos son una bendición, y ellos recibieron “doble bendición”, como decían con una gran sonrisa. En swahili dicen “watoto ni utajiri”, que quiere decir “los niños son la riqueza”. Son el tesoro y todo el bien de una familia. Son el tesoro de la sociedad africana. Y así lo sienten y defienden políticos y líderes religiosos, sin ambages ni medias tintas.

Luego de unos pocos minutos de admiración, con Martín y Francisco en mis brazos, se los devolví a la mamá, y nos dedicamos a compartir el almuerzo que habían preparado. Los dejé, luego de repartir caramelos a todos los niños de la casa, y de los vecinos. Regresé a Kangeme en las calurosas horas de la siesta.

¡Firmes en la brecha! y ¡Viva la misión!

P. Diego Cano, IVE