Por: P. Diego Cano, IVE

Ushetu, Tanzania, 9 de febrero de 2022

Llegó finalmente el día en que el voluntario Santiago tenía que comenzar su regreso. Con gran dedicación logró terminar de pintar una iglesia, algunos días antes de cumplir las cuatro semanas entre nosotros.

La gente de Lughela, donde está la capilla San Felipe Neri, quería tener una misa para despedirlo y agradecerle. El 3 de febrero, día de San Blas, fuimos para allá en dos motos, en una viajaban el catequista Angelo y Santiago, y en la otra el hermano Petro y yo. La aldea no queda lejos, son sólo unos 7 km, pero los caminos son muy malos y llevar el auto o la camioneta significa exigirlos mucho, pasar por senderos estrechos donde las ramas rayan el vehículo, o lugares donde el agua se ha llevado parte del camino.

Esa mañana estaba nublado, fresco, especial para andar en moto en dirección a Lughela. El camino tiene sus desafíos para los conductores, pues en algunas partes tiene mucha arena. Incluso llegamos a un lugar donde la lluvia se había llevado unos seis metros de camino, haciendo un cañadón de más de un metro de profundidad. Las lluvias de dos o tres días antes habían sido impresionantes. Santiago y Angelo, que habían pasado por allí una semana antes, estaban sorprendidos de lo que encontramos. Debimos bajarnos y ayudar entre todos a subir las motos del otro lado del “cauce del río”.

Llegamos a la aldea de Lughela, que como siempre, sigue casi impertérrita en sus actividades diarias, de moler el maíz, sentarse en el café, y conversar con vecinos. Las actividades de la iglesia no los conmueven, ni mueven, a la gran cantidad de paganos que viven en el lugar. Pero lo bueno, es que ya saben que existe la iglesia, saben quiénes son los padres y las hermanas, el catequista y la gran cantidad de voluntarios que por allí han pasado. Pero no podemos decir que ninguno se acerca, porque gracias a Dios ya son varias familias, muchos niños, y algunos adultos que han comenzado a rezar, gracias al apostolado de todos estos años. Mientras esperábamos la llegada de la gente, me puse a buscar una foto en el celular, que me recordara en qué año habíamos comenzado con esa aldea. ¡Fue el 26 de mayo de 2018 cuando celebramos la misa en que bendijimos las piedras de los cimientos! Parece increíble, porque el año anterior a esa misa, en 2017 se comenzó a rezar debajo de unos árboles de mangos, sentados sobre troncos, con una participación de tres o cuatro adultos y una gran cantidad de niños. No teníamos ni siquiera un terreno en aquél entonces. Pero qué increíble, y ¡qué bueno es Dios! Pues antes de cumplir cinco años podemos ver una hermosa iglesia, y sobre todo una hermosa iglesia espiritual, conformada por una comunidad que reza y recibe los sacramentos.

Cuando llegamos, como siempre, hay que esperar a que llegue la gente. Ellos tienen su tiempo. Les habíamos dicho que la misa era a las 9:00 am; nosotros llegamos a las 10:00 am; y sólo estaban el catequista Filipo, y dos hombres más. A eso de las 11:00 comenzamos el rosario y se confesaron varios. Pero no asistió mucha gente, por ser día de semana y sobre todo por ser tiempo de lluvia, y por lo tanto, de trabajo en el campo. Sin embargo se reunió un buen grupo de fieles, y comenzamos la misa, hasta con coro y todo. Hubo mucha alegría, y fueron muy sentidas las palabras de Santiago al final de la misa al despedirse. Creo que siempre les hace bien a los voluntarios poder hacer un trabajo en alguna comunidad, porque realmente se crean lazos de amistad. Santiago saludaba a varios por nombre, y allí los recordó, lo cual los ponía muy contentos a todos… los que ayudaron, los niños que venían a alegrar con sus juegos y sonrisas, las mujeres que traían la comida… todos. Lo mejor es que se establece una unión espiritual, de oraciones mutuas. Siempre rezarán unos por otros.

Luego de la misa nos tomamos unas fotos todos juntos en la puerta de la iglesia. Después comenzaron a cantar y bailar en ronda, para expresar su alegría y agradecimiento. Finalmente comimos una comida sencilla pero muy sabrosa, como siempre, y con mucho esfuerzo de parte de ellos, que dan lo mejor para las visitas, aunque ellos no tengan mucho. Comer arroz, pollo, y tomar una gaseosa, es todo un lujo. Debajo de un árbol muy pequeño, pero con buena sombra, comimos y nos reímos con las historias y anécdotas de esos días. A la gente de aquí le gusta mucho saber también de nuestra vida en occidente, y se alegran cuando un voluntario les cuenta más de nuestras costumbres y tradiciones.

No pudimos quedarnos mucho tiempo, pues debíamos regresar a la parroquia, y seguir viaje hasta la ciudad de Kahama para que Santiago siga su viaje en bus. Nos despedimos de la gente, y ya en camino, nos detuvimos en una casa para darle la comunión a una abuela.

Creo que siempre que les hablo a ustedes de la visita a las aldeas, y sobre todo cuando les hablo de las aldeas más lejanas, hago referencia a los paganos. La verdad que es un pensamiento que retorna siempre a la mente de los misioneros: la cantidad de paganos, que no conocen nada de la fe, que viven en la creencia de los espíritus, y sin preguntarse sobre el fin del hombre, ni qué hay después de la muerte. A veces uno puede desanimarse, al ver esas aldeas donde llegan fechas tan cristianas como la pascua, y casi nadie se entera. Viviendo en una monotonía de que todos los días son iguales, y como dice San Pablo, de los paganos de su tiempo… viviendo como dice el dicho: “comamos y bebamos, que mañana moriremos”.

Ante esto, los otros días recordaba un episodio de la vida de la Madre Teresa de Calcuta. Cuando le solicitaron que ayude a la evacuación de más de cien niños discapacitados, atrapados en el conflicto de el Líbano, en 1982. Ella pidió el cese del fuego, para poder rescatarlos. El embajador que tramitaría esto le preguntaba admirado: “¿Pero cómo va a hacer? ¡Son más de cien personas que hay que trasladar! Es muy poco tiempo”. Ante eso, con toda sencillez y con la lógica de los santos, respondió: “Voy, y traigo uno; luego voy de nuevo, y traigo otro; luego, otro…”. Lo dejó con la boca abierta, y lo convenció. Le dieron muy poco tiempo, pero increíblemente cesaron los ataques y Beirut quedó sumida en un extraño silencio. Gracias a la ayuda de varias instituciones, todos fueron rescatados.
Creo que eso debemos pensar los misioneros, y todos los sacerdotes… “uno a uno”, lo que se pueda hacer, con la gracia de Dios, “primero uno, después otro…”, los atraeremos a todos a Cristo.

¡Firmes en la brecha!

P. Diego Cano, IVE