Por: P. Rodrigo Maia, IVE
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365 días. Es para dar gracias a Dios, que nos sostiene sin cesar.
Hace exactamente un año nos encontrábamos haciendo los preparativos de la Santa Misa que nos transformaría de verdad. Era la Misa de la patrona, Nuestra Señora de Luján (un viernes). Comedor, cocina, ornamentos, albergue para los familiares, coro, ensayo del rito y ¡el “temido” examen de Audiendas! ¡Emocionante!
Nos levantamos temprano, agua fría en la cara y caminamos hasta la iglesia. Día de la Virgen, nada mejor que pedir su poderosa intercesión con el rosario antes de la Misa. Comenzamos junto al busto de San Juan Pablo II. ¡Ora pro nobis! Se enciende el turíbulo: ¡Procedamus in pace!
¡Comenzó nuestra primera Misa! Allí se consagrarían nuestras manos y luego, junto con el obispo y nuestros sacerdotes formadores, ¡celebraríamos la Eucaristía por primera vez! Un regalo que realmente no merecemos. Si quisiésemos meditarlo por completo, jamás terminaríamos.
¡Ite, Missa est! Y salimos de la Misa a este mundo como nuevos sacerdotes «del Verbo Encarnado».
Celebramos como es debido, como nos han enseñado nuestros sacerdotes y toda la Congregación. Había mucho espíritu de alegría y acción de gracias.
Al día siguiente, sábado, comenzaron las «Primeras Misas». Pudimos celebrar en Aparecida con nuestras familias. ¡Una gracia muy grande! Y finalmente fuimos a nuestras ciudades de origen. Misas en nuestras propias parroquias. Todo este «viaje» daría para una crónica aparte… Luego de este viaje, nos separábamos cada uno para su Misión.
Los monjes volvieron al monasterio. El padre Henrique volvió a España y el padre Léo a Turquía. Quedamos cuatro en Brasil. Se puede decir que este primer año como sacerdotes misioneros se dividió para la mayoría de nosotros en dos etapas. En la primera etapa, los que nos quedamos en Brasil fuimos a diferentes casas de formación. El Padre Colombiano fue al Noviciado con el Padre Fabio; el Padre Valdinei y el Padre Jonas Magno se quedaron en el Seminario Mayor; y yo fui al Seminario Menor, al otro lado de la represa…
En el seminario menor San Tarcisio
Esta fue mi primera misión. En total, fueron casi ocho meses con los menores. Recuerdo muy bien cuando me dieron la bienvenida. El rector, el Padre Julio, me recibió con muchísima alegría, y los menores con más alegría aún.
Son realmente almas moldeadas según el Corazón de Jesús, como San Juan Apóstol. El seminario menor es una misión con una peculiar belleza.
La casa era un poco «estrecha» para tantos menores, pero, con mucha generosidad, se construyó una nueva habitación, justo en el momento en que yo llegué.
Paralelamente a este trabajo (que prácticamente duró todo el tiempo que estuve allí) los seminaristas no dejaron de estudiar. Pero… de una manera diferente. Ya no irían a la escuela. ¡Estudiarían desde casa a través de clases online! Se quedaban con nosotros todo el día. Dos sacerdotes, tres bedeles y casi cuarenta seminaristas menores. Pura alegría. Siempre había visitantes, chicos que querían conocer el seminario. Gracias a Dios. Jóvenes de todos los rincones de Brasil se sumaban al equipo.
Cada viaje al Seminario Mayor era realmente una larga expedición. Todos nos levantamos muy temprano y tomamos nuestras posiciones en el Zezito (un autobús del Minor con capacidad para 35 pasajeros sentados). Cajas de pan, botellas de café, ropa para jugar al fútbol, guitarra, batería y un buen stuck: artículos imprescindibles para el viaje. Fue un camino largo y agotador, pero fueron días extraordinarios. «Señor, yo soy menor y tengo aguantee…. «.
Pues bien, en medio de toda esta aventura, Dios envió a otro misionero: el Padre Pablo Pérez, de Argentina. Tardó un poco, pero llegó. Un gran refuerzo para el equipo.
Se podría decir mucho más… salidas recreativas, mensuales, formaciones litúrgicas, buenas noches, apostolado con las familias, salidas culturales, confesiones, adoraciones, etc. Y como fuente de todas estas actividades, en el centro de todo, la santa Misa diaria. Ver a todos esos seminaristas participando diariamente en el santo Sacrificio de la Misa con gran gran piedad, fue muy edificante. ¡Una gracia muy grande para un sacerdote recién ordenado!
Pero, como dicta la buena lógica, después del Menor viene el Mayor. Y así llegué a la nueva misión. Mi hogar sería la casa donde había estado durante siete intensos años de formación: el Seminario Mayor. Y eso es espectacular. Misionar en una casa de formación nos da la gracia de beber de la fuente de formación durante más tiempo. Y eso es increíble.
Llegué en enero de este año. Todo lo que había experimentado recientemente como seminarista, lo experimento ahora como formador. Integrados en el equipo, empezamos con el curso universitario, convivencias, clases de filosofía y teología, liturgia, etc.
¡Y ahora ya estamos en el quinto mes!
Ahora, en las vísperas de la Patrona, nos preparamos para celebrar de nuevo una gran fiesta de toda nuestra Familia Religiosa. Ahora lo celebraremos dando gracias por la perseverancia y por todos los demás beneficios. Gracias por la formación, por la fidelidad de nuestros superiores, por la unidad de la Congregación. ¡Celebremos!
Fueron más de 350 misas las que celebramos cada uno de nosotros…. ¡Que se sumen muchos más!
P. Rodrigo Maia, IVE
Portugués
Consagrados para a Missão
365 dias! É para agradecer a Deus, que nos sustenta sem cessar.
Há exatamente um ano estávamos na corrida com os preparativos para a Santa Missa que realmente nos transformaria. Era a Missa da Padroeira, Nossa Senhora de Luján (uma sexta-feira). Refeitório, cozinha, paramentos, hospedaria para familiares, coral, ensaio do rito e a temida prova de Audiendas! Emocionante! Tudo correu bem com a graça de Deus.
Acordamos cedo, água gelada no rosto e caminho para a igreja que fica logo ali. Dia de Nossa Senhora, nada melhor que pedir sua poderosa intercessão antes da Missa. Terminamos frente ao busto de São João Paulo II. Ora pro nobis! Turíbulo aceso: procedamus in pace!
Começava então a nossa primeira Missa! Nossas mãos seriam ali consagradas e logo, junto com o bispo e nossos padres formadores celebraríamos a Eucaristia pela primeira vez! Presente que realmente não merecemos. Se ficássemos aqui para meditar creio que não conseguiríamos mais sair.
Ite, Missa est! Eis que então saímos da Missa para este mundo como novos sacerdotes «do Verbo Encarnado«.
Festejamos como se deve, como nossos padres e toda a congregação nos ensinaram. Muita alegria e ação de graças.
No dia seguinte, sábado, começariam então as «primeiras Missas». Acho que ainda me lembro o esquema de quem presidia:
Primeiro, nesse sábado, o padre Valdinei no glorioso Seminário São José de Anchieta. No mesmo dia fizemos a solene consagração ao Sagrado Coração de Jesus. Depois, Domingo do Senhor, o padre Leonardo, cof cof, nas irmãs. Na segunda, o padre Jonas no Menor; na terça, o padre Colombiano no Noviciado («Ó Noviciado«, mal sabia ele…). Na quarta, dia 13, celebrei eu no Seminário novamente; dia de Nossa Senhora de Fátima, aniversário da minha mãe… 50 anos! não poderia ser diferente. Fechando o ciclo o padre Henrique no Mosteiro, na quinta: monge com monge.
Depois saímos para Aparecida com as famílias. Espetacular. Na sequência fomos para nossas cidades de origem. Missas nas nossas próprias paróquias. Todo esse «recorrido» daria um relato à parte…
Voltando das «primeiras Missas» em Minas, Espírito Santo e São Paulo, chegamos de volta ao Seminário para comemorar o Sagrado Coração! Daí nos separaríamos, cada um para sua Missão.
Os monges voltaram para o Mosteiro. Padre Henrique na Espanha e Padre Léo na Turquia. «Quedamos cuatro» no Brasil. Pode-se dizer que esse primeiro ano como sacerdotes missionários se dividiu para maioria de nós em duas etapas. Na primeira delas, nós que ficamos no Brasil fomos cada um para uma casa de formação. Pe. Colombiano no Noviciado com o Mestre Pe. Fábio (saudações!); O Pe. Valdinei e o Pe. Jonas Magno ficaram no Seminário Maior; e eu, fui para o Seminário Menor, bem lá do outro lado da represa…
No Seminário São Tarcísio
Eis a minha primeira Missão. No total foram quase oito meses com os niños (que, por sinal, são incansáveis!). Me lembro que na minha chegada, junto com o Pe. Martelli, os garotos fizeram uma tremenda bagunça (sinos, panelas et cetera), sinal da alegria própria do Menor. Começava ali a «aventura missionária».
Dia da Chegada!
O reitor, Pe. Júlio, me acolheu com a mesma alegria. Acho que ali mesmo falou que tinha muito trabalho… Trinta e poucos rapazes. Almas sendo moldadas segundo o coração de Jesus, como São João. Missão de beleza peculiar.
Eram muitos e a casa era um pouco «apertada». «O sea«, construamos um novo quarto! Assim foi que, logo na época em que cheguei, todos colocaram a mão na massa para levantar um quarto mais.
(verdade que tinham uns caras parados só olhando… hehe)
Benfeitores, pedreiros (alô, Tonhão), poeira e tudo o mais que envolve uma obra nova. Com São José no comando tudo foi se encaixando. Graças a Deus!
Paralela a essa obra (que praticamente durou todo o tempo em que estive lá) os seminaristas não deixaram de estudar. Mas… de um jeito diferente. Não iriam mais até a escola. Estudariam desde casa por meio de aulas online! Ficariam integralmente conosco. Dois padres, três bedeis e quase quarenta seminaristas menores. Alegria pura.
Vamos lá…. arrumar computadores, caixas de som, televisores, internet rápida, salas separadas (para que ninguém participasse da aula alheia), etc… Como diria o poeta: «ação e aventura». Deu para revisar um pouco de matemática.
Jornada de Liturgia
Convivium
Sempre haviam visitantes, meninos que queriam conhecer o Seminário. Graças a Deus. Sempre haviam alguns passando dias ali. Jovens de todos os cantos do Brasil somando o time.
Acampamento de Coroinhas
Cada ida ao Seminário Maior era realmente uma longa expedição. Todos nos levantávamos cedíssimo e tomávamos nossas posições no Zezito (ônibus do Menor com capacidade para 350 passageiros sentados). Caixa de pães, garrafas de café, roupa para o futebol, violão, batuque e um bom stuck: itens essenciais para a viagem. Era longe e cansativo, mas eram dias marcantes. «🥁Señor, yo soy menor y tengo aguantee…. 🎵». Cada dia no Menor seria uma nova crônica…
Bem, no meio de toda essa aventura Deus mandou mais um missionário: o padre Pablo Perez, argentino. Demorou, mas chegou. Grandíssimo reforço para o time.
Muito mais se poderia dizer aqui… saídas de lazer, mensais, formações de liturgia, boas-noites, apostolado com as famílias, saídas culturais, confissões, adorações etc… E, como fonte de todas essas atividades, no centro de tudo, a Santa Missa diária. Enxergar todos aqueles seminaristas participando diariamente do Santo Sacrifício da Missa, com grade piedade, era, de fato, muito edificante. Uma grandíssima graça para um neo-sacerdote!
Louvado seja Deus por tão grande ofício.
No Seminário Maior
Mas, como manda a boa lógica, depois do menor vem o maior. Eis que chego então na nova Missão. Minha casa seria a casa onde estive por intensos sete anos de formação: o Seminário Maior. E isso é espetacular. Missionar numa casa de formação nos dá a graça de bebermos da fonte da formação por um tempo mais. E isso é incrível.
Cheguei já em janeiro. Tudo que eu tinha há pouco tempo vivido como seminarista, agora vivo como formador. Integrado no time, começamos com tudo que temos direito: Curso de Universitários, Convivência nas Montanhas (outro relato à parte!), aulas de filosofia e teologia, liturgia, etc, etc…
Estamos no quinto mês!
Nesse meio tempo os meus outros companheiros se espalharam ainda mais: Roma, Cracóvia etc. Cada um em sua Missão. Nos alegramos ao receber notícias e fotos de onde cada um está e seus desafios próprios (turco e polonês não é brincadeira). Seguimos unidos na oração!
Agora, nas vésperas da Padroeira, nos preparamos para celebrar novamente uma grande festa de toda nossa Família Religiosa. Celebraremos agora dando graças pela perseverança e todos outros muitíssimos benefícios! Graças pela formação, pela fidelidade de nossos superiores, pela unidade da Congregação. Festejemos!
Foram mais de 350 Missas que cada um de nós celebramos… Que se somem muitas mais!
Pe. Rodrigo Maia, IVE





