Querida Familia Religiosa,

La fecha en que redactamos esta crónica fue el 8 de febrero, día dedicado a los miembros de nuestra familia Religiosa que ahora viven con Cristo. Para esta ocasión, quisimos traer a la memoria el recuerdo de uno de estos miembros: se trata de Annie, una señora que frecuentaba nuestra iglesia en Heiloo, al norte de Holanda.

Conocimos a Annie en Heiloo hace unos años. Venía a Misa al santuario todos los miércoles. Nos saludaba y a veces pasaba a tomar una taza de café y nos daba un sobre con algo de dinero para nuestras necesidades. A simple vista, parecía una de las tantas personas que ayudan a nuestras comunidades en distintas partes del mundo, pero para nosotras ella era especial.

¿Quién era esta amable mujer? Ana María (Annie) era la más joven de una familia numerosa que contaba ya con quince hijos; nació el 13 de enero del año 1928. La familia sufrió la amargura de perder a varios hijos por distintas enfermedades de esos tiempos. Annie ni siquiera llego a conocer a algunos de ellos. Ella contaba que, por ser la más chica, era la más mimada de todos. Sus padres, que tenían una fe fortalecida por los sufrimientos y dificultades, le dieron un gran ejemplo con sus palabras y obras. Por ejemplo, Annie contaba que rezaban el rosario en familia todos los días y para ellos era muy normal el ayudar a misioneros donde y como les fuera posible.

Llegada a su adolescencia, viendo la necesidad que tenían de ella sus padres y sus hermanos mayores, decidió estudiar enfermería para poder asistirles hasta su muerte. Así es que Annie nunca se casó.

Siguiendo el ejemplo de sus padres y practicando el hábito aprendido en su niñez, Annie siempre estaba atenta a lo que necesitáramos. Así, por propia iniciativa, venía de vez en cuando en la época de los espárragos o de las cerezas a compartirlos con nosotras y otras comunidades. En el mes de nuestro cumpleaños ya preguntaba a cada una que quería o necesitaba. Si alguna hermana llevaba los zapatos rotos o gastados, ¡Annie tenía que ir a buscar unos nuevos…!, aunque la hermana estuviera solo de visita.

Así empezaron nuestras salidas con Annie a la tienda o al mercado. Una vez, caminando del brazo de una de nosotras, muy orgullosa decía: «Ahora piensan que soy tu abuela». Desde entonces la adoptamos como nuestra abuela, que en holandés se diría Oma. Todas le decíamos Oma al referirnos a ella, así que ahora también nos referiremos a ella con este cariñoso sustantivo familiar.

En nuestros viajes, Oma nos hacía preguntas sobre la fe y contaba acerca de su vida de oración, sus dificultades y tentaciones. Una de ellas era que no podía rezar con atención el rosario que recitaba todos los días. Así que se le explicó cómo rezar el rosario meditado, ayudada de un pasaje de la Sagrada Escritura. Para ella esto era nuevo y le ayudo muchísimo. También le dimos el libro La Vida de Cristo de Fulton Sheen, con el que ella estaba muy contenta. Oma intentaba imaginarse cómo se sentiría Jesús en los momentos de su Vida que meditaba con los misterios del Rosario, para poder hablar después con Él sobre ello.

Así crecía cada vez más su deseo de hablar de estos ratos de oración para ella fascinantes, y buscaba la ocasión de “comprar nuevos zapatos”.

Una vez contaba que muchos años atrás se enseñó a los católicos que la confesión ya no era necesaria: «La confesión… Sí, ya no era necesaria, así que tampoco iba a confesarme. Hasta que, más o menos después de veinte años sin confesión, vine a Heiloo, allí vi que se ofrecía el sacramento de la confesión. Le pregunté entonces a la señora de al lado si es que ese sacramento todavía existía, porque ya hacía bastante que no era necesario. Esta señora me miró y dijo: “¡Es porque el diablo ya te tiene en su poder! ¡Eso quiere él que creamos!”. Me asusté, me quedé pensando en ello y decidí ir a confesarme».

Oma amaba a la Virgen. Todos los primeros sábados iba al santuario a la Santa Misa y a confesarse. Le gustaba viajar a los santuarios marianos: Lourdes, Fátima, Banneux…, allá donde estuviera la Virgen. Quería algún día llevarnos con ella, pero nunca ha sido posible. Llegó un momento en el que Dios le pidió un gran sacrificio. Oma se cayó al levantarse de la cama y se quebró la nariz y el hombro derecho. Desde entonces, no pudo manejar más y tenía que depender de otros, gente muy caritativa, para que la llevaran o la trajeran. Pero, para ella, esto era muy difícil. Quejarse no era uno de sus hábitos y nunca lo hizo. Agradecía todo a Dios, algo característico de Oma. Ahora no podía ir todos los días a Misa, como de costumbre, lo que era para ella una enorme cruz. Escuchar Radio María… era una solución… Por gracia de Dios, la tecnología hoy está muy avanzada y podemos hacer buen uso de ella. Así es que ayudamos a Oma a comprar una tablet para que viese la Misa diariamente. Cada día agradecía por la Tablet, porque ahora podía participar de la Santa Misa durante la semana mucho mejor, no solo escuchándola por la radio.

Su relación con Dios crecía cada vez más, su vida de fe se fortalecía. También el trato con la Congregación. ¿Le pedía Dios ser miembro de nuestra Familia Religiosa? Deseos de santidad y fuego apostólico, no le faltaban. Allí donde podía hablaba a las personas sobre Jesús y las animaba a confesarse, especialmente entre sus familiares.

Le preguntábamos si quería ser miembro de la Tercera Orden, a lo que respondía: «¿Qué podría yo significar para ustedes con mi avanzada edad?» Al final, convencida de que su edad no era lo más importante, sino el ser miembro de nuestra Familia Religiosa y que sus oraciones eran necesarias, aceptó ingresar. Después de una preparación para vivir nuestra espiritualidad ―de la que ella afirmaba: «Todo lo aquí escrito (Directorio de la tercera orden) se cae de maduro, no puede ser de otra forma»―, junto con un grupo de personas, ingresó como miembro de la tercera orden el día 8 de mayo del 2021. En la ceremonia recibió la Crucecita de Matará que con amor y gran alegría llevaba como una “joya”. Oma era ahora “nuestra Oma”: dentro de una misma Familia Religiosa, todos los otros miembros de la tercera orden, a quienes fue conociendo por los distintos encuentros que organizábamos, la llamaban cariñosamente del mismo modo.

Dios le pidió un último sacrificio. Oma cumpliría, el 13 de enero del 2023, noventa y cinco años. Mas de seis meses antes, ya estaba organizando todo para festejar su cumpleaños con su nueva familiaen su casa. La fecha de la fiesta quedó fijada para el 19 de enero y Oma invitó a las hermanas y a todos los miembros de la tercera orden. Meses antes de la fiesta, aún antes de establecer la fecha, había caminado hasta el restaurante chino para arreglar con ellos la comida porque celebraría una gran fiesta. Cuando sería, todavía no lo sabía, pero ¡tenía que ser una gran fiesta!

Así era Oma, generosa, agradecida, siempre pensando en los demás.

Pero el 5 de enero, Oma se enfermó y la llevaron al hospital. Nosotras estábamos de Ejercicios Espirituales… El 6 de enero recibió la extremaunción de manos del P. Bruno, su párroco, y el 7 de enero falleció en el hospital. Seguramente fue un gran sacrificio para ella el que ninguna de nosotras pudiera estar presente. Nos quería mucho. Pero estamos seguras de que este sacrificio lo ofreció por nuestra Familia Religiosa.

Fue enterrada el día 13 de enero, día de su cumpleaños, en Broek op Langedijk. No celebramos con ella su 95 cumpleaños aquí en la tierra, pero ella lo celebró con los nuestros allá en el cielo, en compañía de Jesús, María y San José, a quien ella siempre quería dar una mano. Bien, sí… fue una gran fiesta.

Gracias, Oma, por todos tus ejemplo y amor a la Iglesia; gracias por ser modelo de espíritu agradecido; por tus atenciones y generosidad; gracias por tus oraciones. Te extrañaremos. Reza por nosotros allá en el Cielo donde esperamos encontrarte pronto.

Gracias, querida Congregación, por tener miembros tan preciados que nos preceden. Gracias a Dios por habernos permitido tener a Oma entre nosotros.

A continuación, adjuntamos la carta que ella escribió al ingresar en la Tercera Orden.

En Cristo y María Santísima,

Misioneras en Heiloo, Holanda

 

Carta de Oma después de haber entrado a la Tercera Orden.

Sábado 16 de mayo 2021

Ha pasado una semana desde entonces, quién pensaría que esto llevaría tal cambio en mi vida. Yo no tenía idea de lo que me esperaba.

Durante la Misa estuve completamente emocionada por las palabras “Aquí estoy” y mi “Fiat” que firme sobre el altar. ¡Súper!

Sí… Ese Fiat en el que tuve que pensar tanto tiempo, cuya respuesta encontré en la página 100. (Oma se refiere aquí a un librito de oraciones que ella tenía). La crucecita, pienso en la promesa que hice, por las mañanas la beso y es una joya en mi cuello.

Cuando llegué a casa, me preguntó la vecina cómo estuvo, etc… Ella es protestante, pero se interesa por mi vida.

Por la noche no pude dormir, absorta en mis pensamientos, me hace cada vez más feliz el haber tomado este paso, tengo una enorme sensación de felicidad.

Me doy cuenta de que estoy más atenta a mis oraciones. Antes era otra cosa, algo así como: “Bueno, ya se hizo y ahora… una tacita de café”.

Mis pensamientos son más profundos… ¿cómo puedo explicarlo?

Siempre pensé: 93 años… qué debo hacer, soy muy vieja para empezar con esto… pero ahora estoy más que agradecida de que lo hice. Si Dios así lo quiere espero estar años entre ustedes, porque ahora me doy cuenta que empecé a hacer muchas cosas de mejor modo y espero crecer en ello más y mejor. Hacemos lo mejor.

Si esto fuera un examen, pensarían que no puedo expresar bien lo que he vivido (¡me darían un 4!)

Saludos de Oma Annie