Por: P. Diego Cano, IVE
¡Al fin llegamos a Ushetu! Una gran alegría poder encontrar nuevamente a los padres y las hermanas, los religiosos, las aspirantes… y comenzar a saludar y ver caras conocidas. Me parece que ha pasado más de una semana, por tantas cosas que hemos hecho en estos días.
Recuerdo que en los días de vacaciones en algunas entrevistas que sucedieron en radio y en televisión, a raíz de la imagen del Santo Cura Brochero que viajaba para Tanzania, una pregunta que se repetía a menudo era: “¿Qué hacen en Tanzania?” Muchas veces me veía tentado de responder: “¿Qué hago en Tanzania? Soy misionero. Es decir, venimos a predicar el evangelio, a salvar almas.” Como la cuestión se orientaba más a preguntar qué cosas hacíamos, qué obras teníamos en la misión, mas bien les contaba de lo que hacen las hermanas, con la atención de un dispensario y una escuela primaria. Porque los sacerdotes, también ayudados por las religiosas, nos dedicamos cien por ciento al trabajo pastoral, es decir, a la atención de las almas: celebrar misas, confesar, bautizar, visitar enfermos, dar sacramentos, dar charlas, llevar adelante la parroquia… que conlleva tanto trabajo. Pero estas actividades, al público en general, no les parecen tan importantes.
Sin embargo, apenas estuve en frente de mis feligreses en la iglesia parroquial de Ushetu el domingo pasado, volví a percibir la importancia de ser simplemente eso: misionero. Porque la gente lo que busca en el misionero, es lo que no le puede dar ningún otro. La mañana del domingo, en mi primera aparición en la iglesia fue para exponer el Santísimo Sacramento, luego sentarme a confesar, y volver para dar la bendición eucarística, y ver por entre el vidrio de la custodia una iglesia abarrotada de gente. Acto seguido, la celebración de la Santa Misa, darles la comunión, predicarles. La gente estaba sentada allí, para esperar del misionero lo mejor que le podemos dar, a Cristo mismo. Después de la Misa pude saludarlos a todos en la puerta de la Iglesia, estrecharles la mano, y expresarnos la alegría mutua del reencuentro. Por la tarde, el oratorio festivo que funciona todos los domingos para niños y jóvenes.
El lunes y el martes, hubieron dos días enteros de adoración al Santísimo, que pidió el obispo que se realice en todas las parroquias de la diócesis, para pedir por el fin de la pandemia en el mundo, para pedir por los enfermos de Covid, y para que Dios proteja a Tanzania y a todas nuestras parroquias y cada una de las familias.
El jueves fui a la aldea de Ufingula, a la capilla “Sagrado Corazón de Jesús”. Una capilla que queda a tres kilómetros nada más desde nuestra casa. Allí hacen apostolado nuestros hermanos religiosos y novicios. Hace cuatro años que han comenzado a ir allí, donde antes no había ninguna capilla. Comenzaron juntando a la gente, rezaban los domingos debajo de un árbol de mangos. Se comenzó a formar una hermosa comunidad, en un lugar donde la mayoría eran paganos. A esa aldea vinieron a trabajar dos voluntarios de Chile, Nicolás e Ignacio. Junto con las voluntarias chilenas que vinieron con ellos, habían hecho una colecta para juntar dinero y ayudar a construir la capilla. Se acumuló algo de dinero, que nos alcanzó para hacer los cimientos, los bloques de cemento, y levantar las paredes. El año pasado, conseguimos otra ayuda, y pudimos poner el techo. Ahora ya tienen una linda capilla, aunque no está terminada, pero que permite tener la misa en un lugar más digno. Es también bueno para que puedan rezar aún en tiempo de lluvias, y además es alto y con buenas ventanas, que hacen que el calor del mediodía del jueves, casi no se sintiera. Allí bauticé 32 personas, entre niños, jóvenes y adultos. Es increíble esto en una aldea donde hace pocos años casi que no había católicos. En una familia se bautizaron cuatro hermanos. Luego de la Misa fuimos a festejar debajo del árbol de mangos que antes hacía de capilla. Allí compartimos todos, como es costumbre, un sencillo festejo pero muy alegre. La comida para todos, arroz y porotos. Para los que se bautizaron también había una gaseosa. Los hermanos que hacen apostolado allí habían programado ir a una pequeña montaña cercana después del almuerzo, así que para allí partimos luego del fogón y de los regalos. Fue una salida por demás divertida, con los chicos que estaban felices con su bautismo, y los regalos, que por más que fueran simples, son valiosos para ellos: un rosario y una medallita, acompañado de unos caramelos.
Ayer sábado pude ir a otra aldea, también para hacer los bautismos de catecúmenos que se prepararon el año pasado y que se bautizan en esta Pascua. Se trata de la aldea de Ngilimba, cuya capilla está bajo la protección de “Santa María Goretti”. A esta aldea fuimos con una voluntaria de España, María; y con una hermana que ha llegado hace muy poco a Tanzania, y era la primera vez que iba a visitar una aldea fuera de la misión, la hermana Aurora Salutis, de Puerto Rico. En esta aldea se bautizaron 20 catecúmenos. La misa fue adentro de la capilla, que es un edificio de adobe, con techo de chapas. Como la Misa tuvo lugar al mediodía, en un momento hizo mucho calor, puesto que la capilla estaba llena de gente, y los niños sentados hasta alrededor del altar. De todas maneras fue una Misa muy linda, con muchos cantos, con un coro bastante grande y muchas niñas con sus vestidos amarillos y blancos para bailar delante del altar. También aquí, como es costumbre, tuvimos los festejos de los bautismos, con mucha alegría. Es increíble como ya con los niños hay otra conexión, pues muchos de ellos han venido a nuestros campamentos, y por lo tanto tienen mucha confianza con los misioneros.
Y aquí me veo ahora, un domingo más en la misión. Pasó una semana y parece increíble todo esto, parece que fuera más tiempo. Pensaba luego de haber escrito la crónica del regreso a la misión, que aquí me encuentro ahora, con las manos en el arado, y mirando para adelante. Aquí estoy, “haciendo de misionero”, con el trabajo principal que hace un misionero, que es llevar las almas a Cristo. Trabajo misionero que, sin hacer caso a dialécticas estériles, también implica el trabajar en muchas otras cosas… porque el evangelio abarca a toda la persona, alma y cuerpo. Por eso también el misionero debe preocuparse de los enfermos, de la comida de los pobres, de hacer pozos de agua, ayudar a construir casas y capillas, de construir escuelas, y mil cosas más… todo para predicar el evangelio. Se puede hacer lo uno, sin dejar lo otro. Todo con su orden, y jerarquía… y eso es la evangelización de la cultura.
¡Firmes en la brecha!




