Por: P. Pablo Folz, IVE
Ushetu, Kahama, Tanzania, 29 de abril de 2023
Quizás más que una crónica, creo que esto será una reflexión, pues es algo que me ha tocado ver más de una vez y que ahora quiero describir y comentar.
Hace ya un par de semanas, al terminar la Santa Misa dominical, me llamó el catequista de la aldea de Senai, avisándome que un enfermo pedía los sacramentos. Era en concreto una pagana ya muy anciana. Según parece habría mandado a sus hijos a buscar al catequista para poder recibir los sacramentos. Esa misma mañana se había levantado muy mal y estaba decidida a hacerse cristiana.
Así fue como me contactó el catequista, quien inmediatamente me vino a buscar en su moto para que fuéramos hasta su casa. Dejamos la moto en la casa del catequista y continuamos el camino a pie. Pero no caminamos mucho. Después de unos pocos minutos ya estábamos en la casa de nuestra enferma. Llegamos con todo el comité: el catequista, la esposa del catequista y la madrina.
La casa de la anciana era la típica de estos lugares: dos habitaciones pequeñas, techo de paja, patio barrido y muy escasa sombra. La enferma estaba muy dolorida por su enfermedad, que sería quizás algún tipo de cáncer, sida o algún problema en los riñones, a juzgar por la hinchazón que tenía en su rostro y en todo el cuerpo. Allí estaba ella, bajo la escaza sombra de una papaya, esperándome sentada. Detrás de ella, sus hijos, seis muchachos fuertes y grandes, de los cuales sólo uno había recibido los sacramentos y solía rezar en la capilla del lugar. Su esposo también estaba presente. Él nos contó que había sido bautizado en los años ‘60…, pero lamentablemente, este hombre ya no practicaba su fe.
Comenzamos nuestra ceremonia allí, bajo la sombra de la papaya. El clima era bastante serio y doloroso. La partida de la catecúmena era inminente. Como no tenía ella nombre cristiano, le pregunté qué nombre querría recibir, y mi dijo con mucha decisión y voz fuerte: “Sofía”. Quedé yo de lo más sorprendido. Y creo así también todos los demás, ya que desde que yo estaba allí, ella no había hablado sino con susurros y con mucho dolor.
Recibió entonces todos los sacramentos; y cuando terminamos, para darle ánimo, la llamé con voz clara por su nuevo nombre: ¡Sofía! A lo que respondió con una risa que nos contagió a todos. Ciertamente había estado esperando este momento por muy largo tiempo.

El caso de Lucía fue uno de muchos. Gracias a Dios, he podido experimentar en muchas ocasiones que gran parte de nuestra gente ruda tiene un gran deseo de ser cristiana, ya que tiene pensado y decidido —vaya a saber por cuánto tiempo— el nombre cristiano que querrían tener. Quizás nunca se animaron a ir a la iglesia, ya sea porque esto disgustaría a sus esposos, por la pobreza, o quizás por el idioma… pero lo cierto es que lo desean, y en ese momento cuando todo se va apagando y ya no importa nada de esto, entonces llaman al catequista. Quieren morir en Cristo. Y me vienen las palabras del salmo 37, versículo 4: “el Señor siempre da lo que pide tu corazón”.
De esto se trató el sermón en la misa sepelio. En medio de una multitud de paganos de la zona y con el viudo ya confesado, hablé de la bondad de Dios Padre para con sus hijos, que siempre da a los que desean con buena voluntad.
Firmes en la brecha
P. Pablo Folz, IVE
Misionero en Tanzania