Por: P. Diego Cano, IVE

Kangeme, Kahama, Tanzania, 26 de febrero de 2023

Luego del tiempo de navidad, con sus campamentos y las actividades del fin de año, llega el momento de volver a visitar todas las aldeas. Son muchas, como saben, pues entre ambas parroquias tenemos 43 pueblos con sus capillas. A muchas de ellas vamos con frecuencia, pero en las zonas más alejadas suelen pasar desde noviembre o diciembre hasta ahora, sin que lleguemos a ellos. Es por eso que actualmente, en este tiempo de cuaresma, queremos ir a visitar cada lugar, pues algunos han pasado hasta cinco meses sin haber tenido misa.

En mi viaje hacia la zona de Mazirayo iba pensando justamente en la cantidad de tiempo que no pasaba por esos caminos. En algunos momentos, como en los campamentos de niños, o en las misiones populares, llegamos a pasar diariamente, y vemos que la gente identifica el vehículo, e incluso algunos nos saludan y nos dicen “padre”. Pero claro, se entiende cuando ha pasado mucho tiempo, que esta gente ve a un padre luego de muchos meses pasar por sus poblados. Cuando me acercaba a la aldea de Itobora, me cruzo con un grupo de jóvenes varones que se dirigía en sentido contrario. Cuando paso, algunos comienzan a bromear, saludándome y simulando hablar en chino, como cualquiera de nosotros imitaría los sonidos de chino sin saber ni jota. Por un lado, me causa gracia, peor por otro me da pena, sencillamente porque manifiestan que no tienen idea quiénes somos. Muchos que van a esas zonas a trabajar en el tabaco, no son de estos lados, y realmente nunca han visto a un misionero blanco. Los únicos blancos que a veces se aventuran por estos lugares, fuera de nosotros, son chinos (digo generalizando, porque en realidad tienen rostros asiáticos). Estos vienen a estas zonas con el triste negocio de las máquinas tragamonedas. Es increíble, pero llegan hasta a los lugares donde no hay luz eléctrica, y se usan generadores. Pensar que en lugares como éstos puede faltar el agua potable, la luz, y muchas cosas, pero lleguan estas personas para hacer este negocio. Donde a veces a los misioneros nos cuesta llegar, vemos que otros, con fines mucho menos nobles, llegan, no sin algún sacrificio… aunque me imagino que con mucho beneficio material.

Paso Itobora, y para dirigirme a la aldea de “Namba 11”, que era mi destino ese día, debo cruzar por Ihata. Siempre que paso por este lugar me da un poco de tristeza, pues en varias ocasiones quisimos comenzar una comunidad, levantar una capilla, y una y otra vez todo se ha derrumbado. Si me pusiera a buscar crónicas antiguas, creo que por allá por el año 2014 tendría alguna noticia. La capilla del lugar se había caído, se cerró la comunidad, luego cerca del año 2017 se comenzó de nuevo. Compramos terreno, conseguimos un catequista, comenzaron a construir una capilla de barro. Pero una y otra vez vuelven para atrás, sobre todo por la falta de perseverancia de la gente grande, que son cristianos, pero con muchas costumbres paganas, que no quieren dejar. Como por ejemplo el hecho de no rezar los domingos, vivir en concubinato o poligamia, y tener miles de supersticiones. Actualmente la comunidad no existe como una capilla, sino como un grupo, y deben ir a rezar los domingos a algunas de las aldeas vecinas. Los niños y niñas que tienen catecismo, deben ir a esos lugares también. Es verdad que serán mucho menos que antes, pero también es cierto que el mismo catequista se desanimaba al ver que cada domingo sólo llegaban cuatro personas, de los cuales la mitad eran niños. Al pasar por Ihata, cada vez pienso en nuestras “derrotas” en la misión. Un par de días después iba a Nonwe, y se debe pasar por el lugar donde estaba la primera capilla de Ihata, la que se cayó, y donde antes quedaba al menos un montículo que recordaba el altar de barro, totalmente derrumbado. Ahora ni eso, solamente un matorral. Nadie podría saber ahora que en ése lugar había una capilla, y a unos veinte metros nada más, hay una iglesia protestante, muy pequeña, pero en pie. Siempre que paso, sigo manejando acompañado de estos pensamientos.

Pues les contaba que iba hacia “Namba 11”, y había transcurrido como un kilómetro después del pueblito, veo una niña que iba caminando por el camino. Cuando paso, la saludo por la ventana, como hacemos frecuentemente, y la niña se alegra, comienza a gritar detrás de la camioneta y a correr agitando sus manos. La miré por espejo, y veía que seguía sin desanimarse, pues entonces entendí que tal vez iba a la misa. Me detuve, le abrí la puerta de los asientos traseros, y se subió muy contenta. Tendría unos diez u once años. Le pregunto si venía a la misa, y me respondió afirmativamente con gran alegría. Se ve que nos conoce de los campamentos de niños u actividades como esas, pues se mostraba muy feliz, y con mucha confianza para responder las preguntas que le iba haciendo. Me alegró mucho saber que ella es una de esas almas de Ihata, y que normalmente recorre los cinco kilómetros que separan su casa de la aldea vecina. Va y viene caminando, cada domingo, y muchas veces sola… 10 km de caminata. Es increíble. En sus manos llevaba algo, no sé si algún pedazo de jabón, o un paquetito de jabón en polvo, para poder ofrecer dones en el ofertorio de la misa.

Al llegar a la capilla de “Namba 11”, me recibe un nutrido grupo de personas. De inmediato los invito a confesarse, mientras rezan el rosario. Les dije que como no podemos ir muy frecuentemente, quería darles el tiempo para que se confiesen todos los que quieran, antes de la misa, y que eso también sirviera como preparación para la cuaresma. Confesé más de una hora. La capilla que actualmente está hermosa, ha sido regalo de un donante. Antes de tener ésta, la capilla anterior era de barro, techo de paja, asientos de barro, y tan pequeña que entraban quince o veinte personas. Actualmente hay una comunidad que sabe rezar, y responder a las oraciones de la misa. Ha ayudado mucho a ese “ambiente más cristiano”, la misión popular que se realizó el año pasado, con gran generosidad de los padres y hermanas. Luego de las confesiones, celebré la misa, y me alegré tanto de ver la gente, algunos de las capillas cercanas, pero en fin, toda una comunidad… allí, en el extremo de la parroquia, donde antes no había nada. Confesé una hora y algo más, en un lugar donde antes se confesaban una o dos personas como mucho. Di cincuenta comuniones donde antes comulgaban tres o cuatro.

Entonces, en medio de las confesiones, entre penitente y penitente, se me vino a la cabeza el pensamiento de nuestras derrotas y victorias. Nuestro combate misionero. Como decía el P. Llorente, “no todo es llegar y vencer”, pero también es verdad que somos testigos de grandes victorias, cuando se persevera y se lucha con las armas de la fe. Veía esas “derrotas” de las aldeas donde todavía no hemos podido avanzar mucho; pero veía también las grandes victorias en cada uno de estos penitentes, de cada alma, en cada una de las comuniones que repartí en la santa misa, y en aquella pequeña niña que recorría solita diez kilómetros caminando para participar de la santa misa, desde Ihata.

¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE