Por: P. Diego Cano, IVE

Kangeme, Kahama, Tanzania, 16 de febrero de 2023

Aunque me gustaría escribir algunas impresiones del día de hoy, en que tuve la oportunidad de ir a la aldea de “Namba 11”, sin embargo me ha quedado la deuda de contarles sobre el viaje a Lindi, la segunda parte.

En primer lugar, creo que nos ayuda a conocer más la realidad de este país el poder viajar por sus distintas regiones. Aquí se encuentran grandes diferencias con respecto a lo que acostumbramos a ver en nuestra misión en la diócesis de Kahama. En la diócesis de Lindi, como en casi todas las diócesis del sur de Tanzania, la mayoría de los habitantes son musulmanes, aproximadamente el 85% de la población. La razón es porque allí predomina la tribu Wayao, que por tradición, son musulmanes. Por supuesto que hay muchos practicantes del islam, pero también el obispo nos decía que muchos son sólo por tradición, por ejemplo que muchas veces se visten como musulmanes, poniendo el velo a las niñas, pero porque “así se visten siempre”, pero sin un conocimiento de la religión musulmana. Hay otras tribus, que son minoría, como los Wagindo y los Wamwera, y entre éstos últimos se encuentran muchos cristianos.

Visitamos ocho lugares, comenzando a las 8:30 am, luego del desayuno. Recorríamos todo en dos vehículos, como les decía en la crónica anterior. No les hablaré de cada parroquia o lugar que visitamos, pues se haría muy largo, como de hecho lo fue aquél día, que terminamos el recorrido a las 18.30 hs. Sólo voy a destacar algunos momentos o lugares.
En primer lugar, el listado de parroquias por las que pasamos, aunque suene como un trabalenguas, sin embargo me interesa que las crónicas sirvan también para dejar asentada parte de la historia de la misión. Visitamos las siguientes parroquias: Nazi moja, Hingawali, Mtua, Namupa, Nyangao, Rondo, y Rutamba. Digamos que son siete, y no ocho parroquias, como les había dicho antes, pero en realidad estaba también contando la visita al Seminario Menor de Manupa, junto a la parroquia homónima. Casi todo el recorrido fue por caminos de tierra, y muchos de ellos en muy mal estado. Algunas parroquias a las que fuimos estaban a casi 90 km de la ciudad de Lindi. El obispo, el día anterior, había llevado a los padres capuchinos a visitar las parroquias más alejadas hacia el norte, que distan 250 km de la ciudad. En una de ellas, junto al mar, el porcentaje de cristianos es apenas el 5%. Según me dijeron los padres capuchinos, las condiciones de pobreza y abandono de algunas de esas parroquias era increíble.

En el seminario menor de la diócesis estudian unos 160 jóvenes. Los seminarios menores funcionan por estos lados como un colegio internado. Hay un pequeño porcentaje que sigue los estudios eclesiásticos posteriores. El seminario menor se toma como un apostolado con quienes luego serán profesionales, pero también como un lugar donde se puedan cultivar vocaciones.

Visitamos muchas parroquias que tenían hermosas contrucciones, iglesias con cúpulas, con bóvedas, muy altas y bien construídas. Muchas de esas antiguas construcciones han sido hechas por los misioneros, especialmente benedictinos, quienes fueron los primeros misioneros de esta zona sur de Tanzania. Pero desde un tiempo a esta parte, como la mayoría de los misioneros eran de origen alemán, han caído en la desgracia de la falta de vocaciones por el progresismo, y fueron dejando las distintas misiones. Las iglesias quedan como un recuerdo de un pasado glorioso, pero muy triste en la actualidad. Los sacerdotes diocesanos hacen todo lo que pueden, pero tienen pocas vocaciones de la diócesis, por ser tan pequeño el número de cristianos, y el obispo tiene hasta tres parroquias sin sacerdotes, que no llegan a tener misa cada domingo. A mi modo de ver, parecería que es una diócesis que necesita mucho del trabajo misionero, de congregaciones religiosas, de comunidades de religiosos que puedan llevar la vida misionera dentro de un ambiente bastante árido en el plano espiritual.

Cuando nos dirigíamos a una de las parroquias más alejadas, en gran parte del camino encontrábamos huellas y excrementos de elefantes, y nos decía el obispo que era muy común verlos por esa zona. Que teníamos suerte de no encontrarnos con ninguno en ése momento, porque no queda otra que esperar hasta que decidan moverse, sin apurarlos porque son sumamamente agresivos. En muchas partes del camino se veían plantaciones de palmeras, y las casas diseminadas entre ellas. Un paisaje realmente hermoso. Pero lamentablemente muchos habitantes de la zona casi que no trabajan, pues simplemente cosechan los cocos de vez en cuando, y los venden, sin preocuparse por nada más. Aunque la zona, por ser tan tropical, es apta para muchos cultivos, sin embargo se ve poco y nada de progreso. Es un cultivo muy bueno la de la castaña de cajú (korosho en swahili), y los que tratan de tener sus plantaciones de éste árbol, suelen tener buena producción. De hecho, varias parroquias que visitamos tenían su cultivo de korosho, para poder tener alguna entrada económica.

La última parroquia que visitamos me causó una honda impresión. Fué la más pobre de las que vimos ese día, y como parroquia tenía un edificio con paredes y techo de chapas, muy parecido a un gallinero. La iglesia por dentro era muy pobre, pero a la vez con ciertos signos de abandono. El sagrario era sumamente sencillo… se estremecía el corazón con sólo mirarlo. De todas formas, parece que el lugar es muy pobre también, y además los cristianos son una minoría. El sacerdote está allí hace más de 18 años, y nos llevó a visitar su humilde residencia. Nos mostró también la motocicleta que es su único medio de movilidad. Me conmovió realmente, y en comparación con esa me parecía que las parroquias de Ushetu y Kangeme, donde actualmente misionamos, fueran de primer mundo.

Ha sido una experiencia muy enriquecedora, y nos pone ante un gran desafío misionero. Nos muestra la gran necesidad de misioneros en la iglesia, y el gran deseo que hay que tener de ir a los lugares más pobres y necesitados. Hay que formar corazones decididos a ir a lugares como ésos, ir a misionar, ir a quedarse… no ir de paso. Hacer lo que han hecho los misioneros antes, los que llegar primero a esos lugares. Nos muestra también la importancia de trabajar por la construcción de la iglesia de Cristo, el templo espiritual en primer lugar, y también el templo material. Pero ciertamente que el alma de nuestros templos y misiones, es el misionero, y son los cristianos. El Sagrario le da vida a la iglesia, pero no podría haber sagrario sin misionero y sin feligreses. “El sacerdote es el ornamento más bello de una iglesia. El sacerdote es el mejor brillo de una iglesia. El sacerdote es la campana más bella de una iglesia. El sacerdote es el mobiliario más lujoso de una iglesia. Enviad un sacerdote santo a una iglesia de madera, abierta a todos los vientos, y convertirá más almas en su pobre iglesia que cualquier otro sacerdote que regente una iglesia de oro”, decía el Beato Chevrier.

Al día siguiente nos despedimos de Mons. Wolfgang, y de Lindi. Los padres capuchinos fueron muy gentiles, y me llevaron de regreso en el auto de ellos hasta Dar es Salaam, así que tuve una buena retribución por el sacrificio del viaje de ida. Me alojaron en a casa que tienen en un lugar llamado Msimbazi. Allí han construido un hermoso santuario al Padre Pío, y lo hicieron como un voto por los 100 años de la misión de los capuchinos en Tanzania. Fuera del santuario hay una imagen muy linda del padre Pío confesando, y si uno mira del lado del penitente, por la ventanita del confesionario se ve el rostro de Cristo Sufriente.

Pero quería contarles una cosa que me edificó mucho de mi estadía en Msimbazi: la vida de los frailes menores. Me invitaron a cenar con la comunidad, y cuando se hacía la hora, iban apareciendo varios padres y hermanos, de diversas edades, y de diversas razas, es decir, “wazungu” y africanos. Un sacerdote dirigió las oraciones antes de bendecir la mesa, oraciones muy lindas y breves, pidiendo por los benefactores y por los miembros de la orden. Después de la bendición este sacerdote me invitó a sentarme junto a él. Es un sacerdote de origen suizo, y tiene 45 años de misionero en Tanzania, y 49 de sacerdote. La charla fue muy amena, la comida muy sencilla, la mesa grande totalmente ocupada. En el comedor éramos unos catorce comensales, todos religiosos. Luego de la cena, pasados unos quince minutos, una campana invitó a todos a la capilla para el rezo de completas. Allí el mismo sacerdote que presidió las oraciones en la mesa, que me imagino es el superior de la comunidad, dirigió las oraciones en swahili y los cantos. Al día siguiente participé de la misa conventual, donde todos los miembros de la comunidad, hermanos y sacerdotes, estaban con sus hábitos franciscanos. En fin, como le dije al padre provincial cuando me despedí, me hizo mucho bien ver ése ejemplo, que me remontó a la visita que hicimos para el jubileo del año 2.000 a la comunidad de capuchinos en Padua, comunidad que había sido la de San Leopoldo Mandic, donde pudimos compartir la cena en el comedor con ellos.

Una larga crónica, pero no podía ser de otra manera… pues muchas nuevas experiencias, y mucho por aprender. El resto, fue desandar caminos… hasta Ushetu.

¡Firmes en la brecha!

P. Diego Cano IVE