Por: P. Diego Cano, IVE

Ushetu, Tanzania, 12 de mayo de 2021

Me queda contarles un poco de esta última gira por Mazirayo. El penúltimo día tenía misa en la aldea de “Namba kumi na moja”, que quiere decir “Número once”, como si fuera “Lote 11”. Así han nombrado a muchas zonas, siguiendo la enumeración de una antigua compañía de tabaco. Esta aldea es una de las últimas hacia el noroeste, limitando con la parroquia de Bulungwa. La capilla está bajo el patrocinio de San Ignacio de Loyola.

Si les refresco un poco la memoria, algunos recordarán que esta era una aldea muy pequeña. En realidad no la teníamos ni en cuenta. Hasta que una vez llegó a vivir allí un catequista y nos trajo noticias de ellos. Tenían una capilla de barro con techo de paja… pero que era lo mismo que nada. Casi se caía, y el techo cubría sólo la mitad de la pequeña capilla. Los bancos también hechos de barro. Las primeras veces que fuimos a rezar misa allí, nadie sabía contestar a las oraciones. Los niños no sabían ni saludar, ni hacerse la señal de la cruz. De los pocos adultos que asistían, cuatro o cinco, ninguno podía acceder a los sacramentos. Recuerdo que solía llegar, sentarme afuera a confesar mientras rezaban el rosario, y finalmente yo rezaba el rosario con ellos, porque no venía ningún penitente. Solía consagrar alguna hostia chica para el catequista, y si alguien me acompañaba desde la parroquia, alguna más.

Algunas veces los visitamos con algunas hermanas que estaban de paso, o con voluntarios, o los seminaristas de Italia, para que se sientan más acompañados. Siempre que veía esa gente y esa iglesia, se me partía el alma, sabiendo que era mucho lo que debíamos hacer por ellos. Porque por más que fueran pocos y casi totalmente ignorantes de las cosas de la fe, estaban allí siempre. Y eso era importante, porque había una semilla de la fe, y porque estaba el deseo de crecer en la fe. Agradezco infinitamente a Dios y a los que rezan por nosotros, porque el catequista que allí vive, es muy joven, y se casó por iglesia con todas las de la ley. Él ha llevado la comunidad adelante.

Finalmente pudimos conseguir ayuda, y comenzamos a edificar una iglesia que ya está terminada completamente, y es muy grande, bien iluminada, y fresca. Está muy bien construida y hasta tiene el altar de piedras, y los feligreses han aportado dinero para hacer los bancos, que están muy bien y firmes.

Todo esto les cuento porque cuando vean las fotos no sabrán si estoy hablando de la misma aldea, y eso me pasa a mí cuando voy a celebrarles misa… me remonto con la memoria a cinco años atrás, y no lo puedo creer. Al llegar, en el camino, están esperando las niñas, con sus vestidos blancos y amarillos, cantando. El grupo de catecúmenos, ocho niños y jóvenes, con sus vestidos blancos y camisas blancas. Y un buen grupo de feligreses. Esta vez había venido a cantar el coro de la aldea de Salawe. Me senté a confesar mientras rezaban el rosario, y confesé a varios. Durante la misa tuve a un grupo de varones que hicieron de monaguillos, con mucha seriedad. En la celebración repartí casi 40 comuniones, que si descontamos a los del coro que venían de otra aldea, serían casi 30 comuniones de la gente del lugar. Verán porqué me trae tanta alegría mirar para atrás, para no olvidarme de agradecer a Dios por sus gracias, y los frutos tan visibles en tan poco tiempo. Después de la misa tuvimos los festejos con toda la gente, con los niños, con cantos, bailes y mucha alegría como siempre. Así terminó la visita a esta aldea.

Al llegar a la casa de Mazirayo, nuestro puesto misionero, siempre están los niños esperando para que les demos la pelota para jugar. Allí se arman varios grupos, los del fútbol, en dos lugares distintos, los grandes y los chiquitos. Las niñas piden la pelota de “net ball”, y juegan en su cancha. Y así la casa de Mazirayo se convierte en un oratorio cada tarde que está el misionero. Al día siguiente, el sábado, llegarían caminando las hermanas de la casa de formación, con las aspirantes, la postulante y la novicia. Venían caminando desde Ushetu, 40 km, pero descansando una noche en la casa parroquial de la parroquia de Kangeme, que justo queda a mitad de camino. Llegaron por la tarde, peregrinando hasta la Virgen de Luján, quien es patrona de esta aldea y de todo este centro. Llegaron cerca de las cuatro de la tarde, y a las seis tuvimos la misa con ellas y con la gente del lugar, previo rezo del santo rosario. Por la noche compartimos un fogón, muy animado con cantos y bailes, que mostraba que la caminata no les había resultado tan cansadora… o al menos no lo parecía. Al día siguiente, domingo, nos levantamos antes de la madrugada, para poder hacer los viajes hasta Kangeme, para participar de la misa dominical de esa parroquia, antes de seguir camino de regreso a Ushetu.

Siempre es un gozo poder ir a visitar a esta gente de los centros más alejados. Tienen el carisma de hacerte sentir bienvenido siempre, mostrando un gran deseo de recibir a los misioneros. Además que los niños ya tienen mucha confianza con nosotros, gracias a los campamentos de catecismo, las misiones populares, los campamentos de fin de año, las fiestas, etc. En cada aldea donde llegamos, nos sentimos en casa. Y en cada aldea vemos los frutos de los años de trabajo y apostolado. Muchas veces pensamos nosotros… ¿quién estará rezando por estas personas? Sólo Dios lo sabe. Le agradeceremos en el cielo, y estas personas, que se hayan convertido, que hayan perseverado, también se lo agradecerán eternamente.

¡Firmes en la brecha!

 

P. Diego Cano, IVE