Dedico el presente escrito a todos los novicios de mi querida congregación, que tantas veces como cualquiera que se entrega a Jesús se han hecho la pregunta ¿Por qué a mí?, sólo a través del tiempo vamos encontrando la respuesta.

¿Por qué a mí?

Dios Padre mío, ¿Por qué a mí?

¿Por qué me elegiste a mí?

monasterio adoracion

Estas preguntas no son de sentimientos de auto conmiseración que hacen daño al alma, sino que son preguntas que sólo tienen respuestas en Dios, que ante todo y sobre todo, no es sólo Padre de Jesús, sino también Padre nuestro, así nos lo enseñó el Salvador del mundo al llamarlo en la oración que Él nos enseñó: “Padre nuestro que estás en el Cielo…”

y…¿Por qué a mí ?

Esta pregunta sólo tiene respuesta en la eternidad: “con amor eterno te amé”

Sólo tiene respuesta en el seno de mi madre: “desde el seno materno te llamé”

¿Por qué a mí, y no a otros mejores que yo?

·       Con más virtudes.

·       Con más dones.

·       Con más inteligencia.

·       Con más capacidades.

·       Con más elocuencia.

¿Por qué a mí?

·       Criatura de barro.

·       Hombre débil y pequeño.

·       Débil.

·       Miserable.

·       Pecador.

¿Por qué a mí?

Si sabías de antemano, porque eres Dios, y sabías de mis traiciones, sabías de mis engaños, sabías de mis flaquezas, sabías de mi soberbia, sabías de mi amor propio.

¡Y sabías del dolor  y del llanto amargo ante tantas incomprensiones y de mi soledad oscura…! Todo lo sabías ¡y con todo me llamaste!, me elegiste, porque eres Dios y llamas a quien quieres: “llamó a los que quiso”:

·       Y llamó a Judas el traidor.

·       Y llamó a Pedro que lo negaría.

·       Y llamó a los hijos del Trueno, que no sabían lo que pedían.

·       Y llamó a Juan, el apóstol amado.

·       Y llamó a Pablo el perseguidor…

Dios Padre mío, y ¿Por qué a mí?

Porque eres Dios y gustas hacer la guerra al mundo con una caña flaca y débil que se deja arrastrar por cualquier vientecillo de aquí para allá, porque gustas confundir a los fuertes de este mundo, con las debilidades de los hombres, porque gustas dejar atónitos a los sabios de este mundo, con tu sabiduría, manifestada con las palabras de un pobre hombrecillo. Porque gustas de la nada más pecado levantar a los débiles.

Y ¿Por qué a mí?

·       Cuántas veces caí y me levantaste.

·       Cuántas veces me extravié o me fui detrás de otros pastos y me buscaste como a la oveja perdida, y lejos de traerme a los golpes, me cargaste sobre tus hombros y me devolviste al redil.

·       Cuántas veces volví a ti, como el hijo pródigo, y lejos de echarme en cara mi vergüenza y mis pecados, me abrazaste con los brazos de tu misericordia y me diste el beso de tu infinito amor.

Y sin embargo, mi barro lo moldeaste con tus santas y venerables manos, me llevaste a las consolaciones divinas y a las noches oscuras del sentido, me llevaste a la dulzura del monte de la transfiguración y al terrible dolor del Calvario, me llevaste al monte de las bienaventuranzas y también al monte del Getsemaní, y derramé lágrimas de gozo y alegría y también de dolorosas espinas….Y ¿Por qué a mí?

Sólo en su amor de predilección se halla la respuesta, sólo en su amor infinito uno pude comprender su predilección por ciertos hombres que se entregan a Él.

Todo pasa por el viento, por el viento nuevo, por el soplo divino del Espíritu Santo, que como saeta hiere a algunas almas para ser todo de Él, y Él pide un corazón indiviso. No puede el religioso, el consagrado tener un corazón dividido en otros amores que no sea Él, lo exige todo, todo el corazón, toda el alma, toda la mente, todo el ser del hombre para estar a solas con aquél que sabemos que nos ama…y el viento…son cosas del viento y del fuego que sopla y enardece a las almas en su amor de Padre y de amigo, en su amor de amado y de esposo…y el viento sopla donde quiere….y hay que dejarse llevar por el viento, sólo el viento del Espíritu sabe el camino por el cual Dios quiere hacernos Santos.

·       No he comprendido muchas cruces, igual las besé y las abracé.

·       Bebí el amargo llanto de mis pecados, y los puse en tu misericordia.

·       Llamé, grité ante tus plantas divinas.

·       Me quejé, mi oración fue muchas veces una queja.

·       Un llanto amargo y un silencio incomprensible.

·       Y en todo esto, en la más oscuras de las noches, en la soledad de mi nada, sopló el viento y comprendí que me habías elegido para imitarte y ser todo Tuyo…entonces comprendí el fuego ardiente de tu amor y las palabras de San Pablo: “todo sucede para el bien de los que aman a Dios”.

P. José Hernández, IVE.

www.ivechile.org