[Traducido del original en inglés]

Creo que todos nosotros alguna vez hemos experimentado que cuando el tiempo pasa y la vida continúa día a día, las memorias, los recuerdos que pensamos estarán siempre con nosotros comienzan a distanciarse más y más y se nos hace difícil traerlos nuevamente a la actualidad con nitidez. Por esto considero que es necesario de vez en cuando llamarnos a la reflexión para ayudarnos a mantener vivas las memorias importantes.

Mater Mundi Salvatoris
Madre Maria Mater Mundi Salvatoris

La repentina enfermedad y el fallecimiento súbito de la Madre Maria Mater Mundi es un ejemplo de una de esas experiencias para mí. Tuve la enorme gracia de acompañarla, como hija y hermana, durante los diez días de su sufrimiento, agonía y muerte. Mientras vivíamos esos momentos, cada día parecía una eternidad y las horas se alargaban más y más mientras esperábamos y rezábamos por un milagro. Tratábamos de llenar las largas y silenciosas horas en la sala de espera con oraciones elevadas a Dios por la M. Mater Mundi, con el breviario y los Rosarios constantemente en nuestras manos.  Muchas veces los que estaban en la sala de espera por otros casos o aquellos que habían venido a acompañarnos, se unían a nuestras oraciones. Aun cuando el milagro de la curación no nos fue concedido, experimentamos de todos modos el cuidado Providencial de Dios de muchas maneras durante esos diez largos y difíciles días. El sufrimiento y la muerte de nuestra Hermana, parecía ser fuente de unidad para nuestra Familia Religiosa y particularmente en nuestra Provincia. Se derramaron innumerables gracias conocidas y desconocidas sobre su propia familia y sus amigos, y muchas personas fueron tocadas por Dios a lo largo de las visitas diarias a la M. Mater Mundi.

Al acercarnos al sexto mes de la entrada de Mater Mundi en la vida eterna (10 de julio), me estoy dando cuenta de que la claridad de la memoria de lo vivido en esos días empieza a fallar, cuando yo pensaba que nunca iba a poder olvidar ningún detalle. Por esto, entonces, antes de dejar pasar más tiempo, quiero compartir con mi querida Familia Religiosa uno de los dones que me fue dado durante esa primera semana del 2017, porque creo que no debo conservarlo solo para mí. Rezo con la esperanza de que siempre podré evocar esta memoria, aunque el tiempo pase.

Como dije anteriormente, muchas veces venían distintas personas a visitar y/o a acompañarnos en la sala de espera: gente de la parroquia, de la diócesis, o simplemente gente que conocía a las hermanas. Solamente había 3 momentos (de media hora cada uno) durante el día, en que podíamos visitar a Mater Mundi, así es que el resto del tiempo estábamos en la sala de espera. Algunos iban durante cualquier momento del día, otros hacían el esfuerzo de pasar un momento después del trabajo para estar con nosotras, rezar, charlar, en las horas de la tarde. Esto era un momento de descanso para nosotras, porque normalmente a esa hora ya estábamos bastante cansadas y ver gente nueva nos daba nuevas energías para poder pasar el resto de la noche.

Una de estas mujeres fieles que visitaban a la M. Mundi y se quedaba con nosotras un rato, casi todas las noches, era Michelle, la secretaria de la Catedral diocesana. Antes de la enfermedad de la M. Mundi ella no conocía a las hermanas, pero cuando supo lo que había sucedido, tomó personalmente la responsabilidad de ayudarnos en todo lo que estaba a su alcance. Era tan amable y generosa con su tiempo que nos alegraba cada vez que la veíamos caminar por el pasillo y llegar hasta nosotras. Ella llegó a conocernos bastante bien durante esos días y nos agradecía que le permitiéramos acompañarnos en esos momentos de dolor. Nos expresó que encontró una no muy común alegría en la manera que vivíamos nuestra consagración religiosa. Unos dos días antes de que la M. Mundi falleciera, tuve una conversación con ella y éste es el punto que me tocó profundamente: me dijo confidencialmente que había oído gente en la diócesis hablar acerca de nosotras y de la situación de la M. Mundi. Pensaban que éramos un poco ingenuas y que no nos dábamos cuenta de que la situación de la M. Mundi era realmente seria. Que si supiésemos la realidad de lo que iba a suceder, de ninguna manera mantendríamos una sonrisa en nuestros rostros. Con un toque de orgullo maternal continuó diciéndome que ella nos defendió y que les dijo que nos había estado acompañando personalmente cada día por largos ratos, que oía los informes médicos junto a nosotras, que nos veía sufrir con nuestra hermana y que podía asegurar que sí sabíamos muy bien lo que estaba pasando, pero que también les dijo que ella era testigo de que nada de esta realidad dolorosa parecía sacar la alegría de nuestros espíritus y de nuestras vidas. Como conclusión de su defensa dijo a estas personas con autoridad y convicción “es casi como si ellas tuviesen algo en su formación que les enseña cómo llevar el sufrimiento con alegría”.

Al finalizar esta última oración, cerré mis ojos y asentí con la cabeza, pero en ese momento no pude responder con más palabras. Lo que dijo penetró mi alma profundamente y recuerdo que en ese momento me llené de una inmensa gratitud en mi corazón. Gratitud a Dios por el don de un conocimiento profundo del valor redentor del sufrimiento y de la gracia que nos da para vivirlo en una manera concreta. Gratitud hacia el P. Buela, quien desde el comienzo nos ha enseñado a ser “especialistas en la sabiduría de la cruz, en el amor a la cruz, en la alegría de la cruz” (Const., 42). Gratitud hacia mi Familia Religiosa y la formación recibida en ella, la cual me ha fijado en la realidad del Misterio Pascual de Cristo. Gratitud por el valor y sabiduría de Michelle quien fue capaz de poner en palabras una verdad sobre nuestra Familia Religiosa que a menudo damos por descontada, sin siquiera agradecer adecuadamente.

Esta es la anécdota que quería compartir con la Familia Religiosa y espero que pueda ser fuente de reflexión para nosotros, para que podemos unidos dar gracias por el don de la Cruz en nuestras vidas y por nuestra formación, que verdaderamente nos ha enseñado cómo llevar cualquier sufrimiento que venga con gran alegría, porque sabemos con confianza que el dolor y el sufrimiento tienen un límite, porque están en el tiempo, pero en la eternidad, la gloria que vendrá será per omnia secula seculorum.

M. Mary of the Immaculate Conception

Superiora Provincial de la Provincia “Inmaculada Concepción”

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