A veces nos resulta difícil explicar a los demás por qué hemos decidido entrar en la vida religiosa. Los motivos son claros a nosotros mismos. Lo difícil es explicarlo a los demás.

La llamada de Dios es personal, solo comprensible en la intimidad de cada alma llamada con Dios. La llamada a dejarlo todo e ir tras Él, comporta una elevación por pura y libre elección de Dios, sin mérito alguno de parte nuestra ni de otra creatura. Pues “muy ajena cosa a los sentidos de la carne es esta escuela en la que el Padre es escuchado y enseña el camino para llegar al Hijo. Y eso no lo obra por los oídos de la carne, sino por los del corazón”[1].

Es por eso que aquellos a quienes se nos pide ayudar a las vocaciones debemos entender que, al fin y al cabo, no hay cosa más importante para hacer sino el rezar por las mismas, para que sean fieles a la gracia. En nuestras Constituciones se pide a los superiores “en primer lugar, estar muy unido a Dios por la oración y por todas sus obras, […]. Debe impetrar a Dios todas las gracias para la comunidad”[2]. En medio de las muchas obligaciones a las que debemos atender en una casa de formación, rezar es ciertamente la primera.

Lo mismo había entendido Santa Teresa de Calcuta. Ella tenía la certeza de que “si los sacerdotes son santos, podrán santificarnos a nosotras también”. Entonces se preguntaba, junto a las demás hermanas de la Caridad, como ayudar a la santificación de los sacerdotes. “Entendimos que debíamos pedir la mediación del Sagrado Corazón de Jesús”[3]. Con esta certeza, las hermanas de la Caridad, todos los primeros viernes encomiendan a los sacerdotes al Sagrado Corazón.

Es esta la devoción que por gracia de Dios debemos difundir luego de la decisión unánime durante el Capitulo General de consagrar todo el Instituto al Corazon de Jesus. Fue un “acto de gran trascendencia y de profundo significado espiritual, prenda de muchos frutos de santidad, de mutua unión y concordia, y de fecundidad apostólica para los miembros del Instituto”[4].

En este marco, pensábamos como ayudar a nuestros diáconos a prepararse al sacerdocio. Siendo llamados  a profundizar esta consagración en el Instituto y siguiendo el ejemplo de Madre Teresa y tantos otros santos, tampoco vimos cosa mejor que aconsejarles que ellos mismos encomienden y entreguen su futuro sacerdocio al Sagrado Corazón de Jesús.

Hay también otros motivos que nos han hecho pensar en esto:

La devoción al Corazón de Jesús estuvo siempre presente en la piedad cristiana, pero es particularmente necesaria para nuestro tiempo y para los consagrados. Siglos antes de que la devoción sea revelada a santa Margarita, San Juan Apóstol se apareció a Santa Gertrudis (1256-1301). La santa se mostró perpleja de que en su Evangelio no haya tratado explícitamente del Corazón de Jesús. El santo Apóstol le respondió que tal devoción sería reservada para “los últimos tiempos”. Aquellos tiempos en los que la caridad se esté enfriando, y que una vez que el Corazón de Jesús sea escuchado “el envejecido mundo rejuvenecerá, despertará de su somnolencia y el calor del amor divino lo enardecerá por una última vez”[5]. Siglos después la devoción fue revelada a santa Margarita M. de Alacoque, y en tal aparición le fue revelado que ese enfriamiento y hasta desprecio por el amor que manifiesta Jesús en la Eucaristía se daría “incluso en los corazones a Mí consagrados”[6]. Nada mejor que quienes ahora consagrarán sus personas a la Eucaristía, se unan al Corazón Divino para encender la caridad en sus corazones y en los corazones de las almas confiadas a su apostolado: “A aquellos que obran por la salvación de las almas, daré las gracias necesarias para poder convertir los corazones más endurecidos”[7].

En Paray Le Monial, Francia, fue donde Jesús quiso expandir la devoción de su Sagrado Corazón: “En una decisión completamente libre, quiso el Señor elegir algunos lugares, días y tiempos… comunicándoles una objetiva virtualidad santificante y haciendo de ellas lugares de gracia, espacios y momentos privilegiados para el encuentro con él”[8]. Por ello el día 23 de noviembre salimos hacia allí junto a los diáconos Danilo Palumbo (Italia), Luca Rinaldi (Italia), Dominic Clovis (Inglaterra), Andreas Schmidt (Alemania), Nicola Vicentini (Italia), Paul Nnaji (Nigeria), acompañados espiritualmente desde el monasterio de El Pueyo por los diáconos Francesco Lucarelli (Italia) y Andrea Bersanetti (Italia), dos miembros de este curso perteneciente a la rama contemplativa.

Nos preparamos para la peregrinación con una novena de meditaciones hecha por San Alfonso Maria de Ligorio y una oración compuesta por San Claudio de la Colombiere, donde queriendo consagrar su persona, no encuentra nada mejor que sus mismos votos para entregárselos al Sagrado Corazón.

El primer punto de la peregrinación fue Agrate, cerca de Milán, donde peregrinamos a la casa natalicia del grandísimo misionero en Birmania, el beato Clemente Vismara (1897-1988). Fuimos recibidos con una enorme caridad por la familia del Seminarista Alessandro Ferrara, de Novara, y al día siguiente fuimos a Paray Le Monial, donde celebramos la misa en la capilla lateral que custodia las reliquias de Santa Margarita. Allí rezamos por todos los miembros de nuestro Instituto, en especial por nuestro seminario de Italia, y allí los diáconos entregaron su futuro sacerdocio confiando en la amorosa protección del Corazón de Jesús hacia cada uno de sus sacerdotes. Luego de un tiempo de adoración partimos hacia Ars, para continuar a encomendar el futuro ministerio sacerdotal de nuestros diáconos al patrono de los sacerdotes, san Juan Maria Vianney.

Estuvimos toda una mañana en el santuario, también rezando y celebrando la misa usando el mismo cáliz del santo Cura y pasando por Annecy para venerar las reliquias de San Francisco de Sales, partimos por la tarde hacia Turín, donde también durante la mañana estuvimos rezando a San Juan Bosco, pidiéndole de traducir también en el apostolado la devoción al Sagrado Corazón, que él llevo a la práctica a través del método de la amorevolezza.

Todo se desenvolvió en un clima de mucha oración y mucha alegría. Ha sido muy edificante no solo la devoción y alegría de nuestros diáconos, sino también del amor y gratitud que nutren por el Instituto, manifestado en continuos pedidos de rezar por nuestros superiores y por todos los misioneros que estén en situaciones más difíciles.

El Corazón Divino reinará. Jesús prometió a Santa Margarita su victoria: “No temas, yo reinaré a pesar de mis enemigos y de todos aquellos que quieran oponerse”. Nuestro trabajo consiste en unirnos a su victoria. En dejar que El reine en nuestros corazones y como todo Rey, sea Jesús el legislador de nuestros pensamientos, obras y palabras. No decimos de haberlo ya alcanzado, sino que hemos visto la necesidad de buscarlo. Especialmente aquellos que, como decía Madre Teresa, tenemos por vocación ser “el signo del amor de Dios, la llama viva, la luz del amor de Dios por el mundo”, de modo tal que cada sacerdote “pueda librar y llevar el amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en su vida, en sus costumbres, en sus gestos, porque hoy Dios ama al mundo a través de cada sacerdote que toma el lugar de Cristo mismo”.


[1] San Agustín, Tratado de la predicación de los santos, cit. por Santo Tomás de Aquino, Contra la pestilencial doctrina de los que apartan a los hombres del ingreso a la religión, ed. Desclée, Bs.As., 1946, p.86.
[2] Const IVE, n. 111
[3] Cfr. M. Teresa Donde hay amor esta Dios, pag 64. Texto que nos enviaron las hermanas contemplativas de Luxemburgo.
[4] Carta circular del P. Gustavo Nieto del 31 de agosto de 2016.
[5] Gross, Le Coeur de Sainte Gertrude, pp. 136-137, Cit por Guido Vignelli, Il Sacro Cuore, salvezza delle famiglie e della società,, p. 13.
[6] Marguerite-Marie Alacoque, Vie et oevres, 1. 1, p.111, cit por Vignelli…,  27.
[7] Una de las “doce promesas” recogidas de los escritos de Santa Margarita Maria de Alacoque.
[8] Cfr. Jose M. Iraburu, Sacralidad y secularización, Gratis date, p. 10